El escritor frustrado

 El escritor frustrado



Escribir era lo único que sabía hacer, al menos eso le repetía todo el mundo: sus compañeros de trabajo, su exmujer... Incluso su mejor amigo se lo dijo la semana anterior cuando fue a ayudarle con la mudanza.

Así que allí estaba, listo a hacer lo único que sabía hacer según su entorno: escribir. Cerró los ojos un momento para situarse y dejar la mente relativamente en blanco, cogió el bolígrafo, lo colocó sobre su cuaderno y comenzó su relato.

"El pub estaba lleno hasta arriba de gente de toda condición. A pesar de ello, en cuanto vio a la chica lo supo: no saldría de allí si no era acompañado por ella. Tanto su figura, resaltada por las luces cambiantes del local, como su rostro angelical medio oculto por las sombras que producían esas mismas luces la presentaban ante sus ojos como alguien mágico, perfecto. La música cambió de repente de una música machacona al chillido de un bebé y supo que esa era su oportunidad para acercarse a hablar con ella".

¡Un momento! ¿El chillido de un bebé? ¿Qué hacía aquello en el pub de su relato? Con el ceño fruncido levantó la vista del papel y agudizó el oído. ¡Ahí estaba otra vez! Un llanto que más parecía el sonido de alguien a quien estuvieran despellejando vivo que el llanto de un bebé.

Tras unos minutos dudando si levantarse a investigar si era lo que parecía o no, el llanto comenzó a apagarse, por lo que cogió nuevamente el bolígrafo y reanudó su relato.

"Se aproximó a la chica con paso seguro y una copa con bebida ligeramente alcohólica en cada mano, dispuesto a invitarla con su mejor frase para ligar. Invirtió el trayecto en decidirse entre varias opciones diferentes, ya que tenía todo un catálogo de primeras frases a su disposición metido en la cabeza. Una vez escogió la mejor aproximación, le dijo que 'Embarazada a los 16 no era un programa apto para su edad'. Acto seguido le ofreció una de las copas y su mejor sonrisa".

El escritor levantó nuevamente la cabeza. ¿Qué diantres era aquello? No tardó mucho en darse cuenta de que había escrito palabra por palabra lo que la vecina de al lado le estaba gritando a su hija preadolescente.

Con un suspiro soltó otra vez el boli y fue a prepararse algo de comer en la cocina mientras duraba el debate televisivo.

Primero el bebé del tercero demostrando su gran capacidad pulmonar y ahora la enésima discusión madre-hija del piso de al lado. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Un solo de guitarra procedente del 1ºB?

Como cada día, maldijo la gran habilidad manipuladora de la mujer que le vendió el piso. Es un barrio tranquilo, dijo. Los vecinos son encantadores, continuó. Y un piso en un edificio de tres plantas en este barrio, siendo además un piso amplio de dos habitaciones, es una ganga. Por supuesto, el escritor aceptó encantado.

¡En qué día decidió quedarse con el piso! ¡Si lo hubieran hecho de papel los sonidos traspasarían menos las paredes! ¡Casi parecía que tuviera altavoces en su casa!

Por desgracia ya no tenía remedio; había invertido todos sus ahorros en aquella casa, y si no lograba vender sus relatos no tendría siquiera para pagar ese alquiler, menos aún para mudarse a un lugar mejor.

En cuanto se hizo el silencio, y ya con el bocadillo a medio comer, regresó a su mesa dispuesto a seguir escribiendo.

"Considerando que ya tenía a la chica a punto de caramelo y podía pasar al siguiente paso de su plan, le preguntó: '¿Quieres venir a mi casa a tocar la guitarra?'"


Escrito por Aránzazu Zanón

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