¡Es una bomba!

¡Es una bomba! —¡Desactívalo ya! —grita mi jefe. ¿Quién se cree que es? ¿Acaso se piensa que no sé en qué consiste mi trabajo? ¿Cree que tiene que decirme qué hacer? ¡Si yo estoy aquí precisamente para eso! Lucho con todas mis fuerzas contra esa parte de mí que me insta a rebelarme, a dejarle solo con este marrón, a ver qué hace si no me tiene a mí para apoyarse. Es un impulso fuerte, cada vez más, pero como tantas veces antes logro reprimirlo y centrarme en lo que tengo entre mano. —¿Pero qué haces perdiendo el tiempo? ¡Desactívalo ya! —repite incansable mi jefe. Según el marcador del temporizador plantado en esta masa de explosivos, tengo el tiempo limitado para hacer precisamente eso. ¿Y él insiste en aumentar la presión que se cierne sobre mí? ¡¿Hasta dónde vamos a llegar?! Pero en una cosa sí tiene razón: estoy perdiendo el tiempo. Estoy permitiendo que estos escasos minutos se deslicen entre mis dedos. Estos escasos y preciosos minutos... Veo cómo van escapándose, alejándose lent...