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Mostrando entradas de julio, 2021

¡Es una bomba!

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¡Es una bomba! —¡Desactívalo ya! —grita mi jefe. ¿Quién se cree que es? ¿Acaso se piensa que no sé en qué consiste mi trabajo? ¿Cree que tiene que decirme qué hacer? ¡Si yo estoy aquí precisamente para eso! Lucho con todas mis fuerzas contra esa parte de mí que me insta a rebelarme, a dejarle solo con este marrón, a ver qué hace si no me tiene a mí para apoyarse. Es un impulso fuerte, cada vez más, pero como tantas veces antes logro reprimirlo y centrarme en lo que tengo entre mano. —¿Pero qué haces perdiendo el tiempo? ¡Desactívalo ya! —repite incansable mi jefe. Según el marcador del temporizador plantado en esta masa de explosivos, tengo el tiempo limitado para hacer precisamente eso. ¿Y él insiste en aumentar la presión que se cierne sobre mí? ¡¿Hasta dónde vamos a llegar?! Pero en una cosa sí tiene razón: estoy perdiendo el tiempo. Estoy permitiendo que estos escasos minutos se deslicen entre mis dedos. Estos escasos y preciosos minutos... Veo cómo van escapándose, alejándose lent

El último regalo

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El último regalo    Me sorprendí al descubrir aquel enorme libro encuadernado en una especie de cuero negro como el azabache delicadamente colocado sobre el felpudo de la entrada de mi apartamento. No había nada más, y de hecho aquel 6 de enero no esperaba recibir nada, ya que llevaba varios años trabajando y viviendo solo en aquella casa, sin apenas contacto con el resto de la humanidad. Receloso pero a la vez curioso, cogí aquel mamotreto, que pesaba como un demonio, y examiné su cubierta. No descubrí en ella inscripción alguna, ni título, ni editorial, ni sinopsis, ni críticas a sueldo de magazines famosos, ni nada. Inevitablemente lo abrí, y sus ásperas páginas, de un macilento color ocre, crepitaron como si se fueran a resquebrajar. Lo que parecía ser un título, inscrito en una arcana grafía en la primera página, me causó un profundo impacto. Biografía no autorizada de Leopoldo Cerda Pérez. Ese era yo... ¿qué clase de broma pesada era esta? ¿quién se atrevía a escribir sobre mí si

Visita a medianoche

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Visita a medianoche Para Tharon, a quien escribí esta historia hace ya unos años... Hay mucha gente que dice que los extraterrestres no existen o que, en el caso de que sí lo hagan, nunca se tomarían la molestia de visitar nuestro planeta. Pero yo sé de uno que sí nos visitó, y que tal vez vuelva a hacerlo. Su nombre es Eliot, o al menos suena de forma parecida a eso, y llegó al pueblo en una noche oscura y lluviosa. Contaba yo aquellos días con doce años, que pronto se convertirían en trece, y acababa de estrenar una semana de vacaciones en el pueblo de mis abuelos. Llegué con ganas de montar en bici, hacer excursiones al campo y todas esas cosas que puedes hacer cuando eres un niño y estás en un pueblo. No obstante, apenas hube yo puesto un pie en casa de mis abuelos, comenzó a llover. Y no era una lluvia suave y ligerita, no, sino una tormenta hecha y derecha. Así que me tiré toda la tarde en el salón, intentando entretenerme sin mucho éxito con los libros y películas que encontraba

El archivero jefe

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           El archivero jefe  Magnus no se consideraba malvado, a pesar de que sin duda había un fuerte poso de maldad en lo que hacía. Mas era una maldad necesaria, justificada, ineludible. Él construía la historia, le daba forma, la envolvía para regalo y se la presentaba a toda la humanidad.   No trabajaba en solitario; aquella tarea, dadas sus enormes dimensiones y basta complejidad, era un esfuerzo conjunto que movilizaba a todos los habitantes de Atlus. Sin embargo él, como Archivero Jefe, tenía la máxima responsabilidad. Debía de coordinar al resto de archiveros, así como a los ejecutores y limpiadores, para que todo funcionase correctamente y la historia humana fuese la que tenía que ser.  Con todo, pese a que aspiraba a la perfección, no llegaba a ser omnisciente ni omnipotente y en puntuales ocasiones algún error se las apañaba para escapar a su supervisión. Cuando esto ocurría perturbadores fragmentos de verdad se filtraban a la opinión pública, momento en el cual entraba e

El poder de los Vigilantes

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 El poder de los Vigilantes La biblioteca de la Facultad de Prehistoria y Arqueología de mi universidad era una de las más grandes y mejor surtidas, con una gran variedad de volúmenes, tanto manuales como obras especializadas. También tenía documentos en otros formatos, como el digital, así como mapas y fotografías de todos los tipos y tamaños. Una de mis secciones favoritas era la de los libros manuscritos aunque, por motivos de seguridad y conservación, estaban guardados en el archivo del sótano, y era necesaria una autorización especial para verlos, así como bajar acompañado de alguno de los bibliotecarios.   Precisamente me hallaba yo en esta biblioteca, en una de las mesas de estudio individuales y estudiando para los finales de arqueología cuando sucedió. Me había levantado para buscar otro manual más útil para el temario al que me dedicaba, y en una de las estanterías más apartadas y peor iluminadas de la planta topé por accidente con algo extraño. Se trataba de un viejo tomo de