El terrible secreto de la Luna

 

 El terrible secreto de la Luna

 

  Todo empezó en la Luna, un anodino astro cuya visita nunca se me habría ocurrido planificar, pero que el travieso azar me obligó a incluir dentro de mi plan de viaje. Allí me encontré con aquello, algo que no se parecía a nada que hubiese visto antes en mis anteriores misiones y que lo ha cambiado todo para siempre.

 Ya lo han oído en la declaración del presidente del Consejo Galáctico, los informativos les habrán saturado con ello y seguro que los servicios secretos lo sabían mucho antes de que todo este despropósito saliese oficialmente a la luz, pero aquí va de nuevo mi historia con todos sus escalofriantes detalles. No soy un narrador especialmente original, así que empezaré por donde se suelen empezar la mayoría de las historias: por el principio. 

 Como parte de mi enésima misión comercial tenía previsto llegar directamente a la Tierra, aterrizando en la gigantesca metrópoli de Nuevo Madrid, pero una inesperada avería me había obligado a desviarme de emergencia hacia aquel satélite anómalamente grande, la Luna. Comuniqué la incidencia a la torre de control que tenía asignada y allí me topé con la tediosa burocracia terrícola. Ya me habían avisado de ello, pero no por ello me puse menos nervioso. Solo cuando les remití un completo informe desglosando los daños que había sufrido el sistema de soporte vital de mi nave junto con mi certificado de ciudadanía galáctica debidamente compulsado, me permitieron redirigirme al puerto espacial de la Luna. Menos mal que acababa de renovar el certificado de ciudadanía en el consulado galáctico de Aldebarán, de lo contrario quizá ahora mismo estaría flotando en medio del espacio en animación suspendida a la espera de que la embajada aclarase mi situación. Esos obtusos terrícolas ni siquiera te ofrecen la posibilidad de una comunicación telepática, que habría podido agilizar las cosas... Sí, es verdad, me estoy dispersando, vuelvo al relato. 

 Tras más de una hora de trámites y esperas, al fin me fue concedido el permiso de alunizaje. Había iniciado la aproximación al puerto lunar cuando de repente los motores fallaron. Probablemente debió de ser todo culpa de un micrometeorito, que habría burlado mis defensas y agujereado el casco de mi nave dañando distintos sistemas. Con razón aquella cafetera en la que viajaba me había costado tan barata, era una puta mierda. Nunca os fieis de un mercader vegano, son todos unos personajes taimados que solo buscan el lucro a toda costa. Total, que casi me mato. Maniobré como pude con los impulsores de emergencia, activé los paracaídas antes de darme cuenta de que allí no había atmósfera, pulsé al azar botones que hasta entonces creía que eran solo decorativos y, al final, el software de pilotaje de supervivencia debió de hacer algo, porque cuando recuperé la consciencia después del golpe seguía vivo. En vista de lo que sucedió después, sé que muchos de ustedes preferirían que hubiese muerto, lo percibo claramente con mis antenas de empatía, pero da igual, muy a su pesar sobreviví, me puse el traje espacial antes de que el soporte vital del interior de la nave terminase de colapsar y emergí al exterior para ver dónde había caído, ya que todas las pantallas de la cabina solo mostraban estática. 

 Resultó que me había accidentado dentro de un profundo cráter de impacto de al menos tres kilómetros de diámetro. Y entonces, brillando en la distancia bajo la cegadora luz de la estrella local, el Sol, vi las estructuras, las condenadas y famosas estructuras.

 Según los mapas disponibles, aquel sector de la Luna debería de haber estado totalmente desierto. En ese desangelado satélite, en lo que a civilización se refiere, solo teníamos conocimiento de un reducido y disperso puñado de factorías mineras, además de un puerto espacial de tamaño mediano provisto tanto de talleres para seres cibernéticos como de un complejo residencial para entidades biológicas, y cuyas reseñas por cierto no eran muy buenas. Pero todo ello estaba en otras zonas, lejos de mi ubicación. ¿Qué eran entonces aquellas desconcertantes y brillantes estructuras que desde el otro extremo de aquel cráter agitaban a la vez mi inquietud y mi curiosidad? Aquellas edificaciones, fuesen lo que fuesen, habían sido levantadas discretamente al pie de la ladera del cráter opuesta a mi posición y consistían en una cúpula grande al lado de otra pequeña, los restos de lo que parecía ser una torre de comunicaciones y al menos media docena de módulos semienterrados, unos más grandes, otros más pequeños, pero todos ellos con la misma absurda forma de caja de snurquels. Parecían fabricados en algún oscuro pero brillante metal… ¿quién construye hoy en día con metal? Eso me pareció raro, muy raro.

 Mi idea original era comunicar el accidente a la torre de control del puerto lunar, pero la visión de aquellas construcciones me hizo cambiar de idea. Como medida de precaución hice una fotografía con mi comunicador y la envíe con cifrado cuántico a la atención del cónsul Njeh en nuestra embajada en la Tierra, junto con las coordenadas en las cuales la había tomado. No me pareció necesario recurrir a la telepatía, que como criatura introvertida que soy procuro en general evitar. Fuese como fuese, el motivo principal gracias al cual puede salir vivo de toda aquella locura se lo tengo que agradecer a aquella fotografía que le envié a Njeh. Pero mejor no adelantemos acontecimientos.

 Como ya saben, me dirigí hacia las ruinas. En realidad no supe que eran ruinas hasta acercarme a menos de un kilómetro y empezar a adivinar evidentes rasgos de destrozo en las construcciones: ventanas de cristal profusamente agrietadas o directamente rotas, algún agujero en el metal quizá provocado por meteoritos… metal… cristal… el primitivismo de tales materiales en un lugar así se me hacía incongruente. Si aquello era un yacimiento arqueológico, era muy desconcertante que el gobierno terrestre no lo hubiese publicitado, esas cosas atraen mucho turismo galáctico. Sabía que tenía poco tiempo, los terrícolas no tardarían en localizarme y venir a buscarme, y quería explorar aquel intrigante misterio antes de volver a ser presa de su terrible burocracia. Por suerte la escasa gravedad lunar me había permitido llegar hasta allí rápidamente, dando largos saltos con los propulsores de mi traje.

 Cuando estuve a menos de 100 metros del módulo más cercano me alarmé. Había signos de violencia por todos sitios…. los típicos zarpazos que causan los rayos láser de guerra, abolladuras seguramente causadas por proyectiles explosivos, boquetes de bordes derretidos por cortesía de algún ardiente plasma… por no hablar del propio hecho de que tantas ventanas de cristal estuvieran reventadas. No, no parecía probable que ello fuese a causa de los meteoritos, claramente aquel había sido el escenario de una cruenta batalla. Escogí uno de los boquetes más grandes que alguien o algo había practicado en uno de los módulos y, activando las potentes linternas multi-frecuencia de mi traje, salté en su interior. Sí, así soy yo, un inconsciente. Caí sobre lo que parecía ser una caja, sobre la cual perdí el equilibrio volcando aparatosamente. Al incorporarme tratando de recuperar mi herida dignidad, las linternas de mi traje mostraron que el interior del módulo era un puto desastre. El desorden más absoluto campaba a sus anchas allí, todo a mi alrededor eran cajones de embalaje de distintos tamaños, muchos de ellos destripados y esparciendo grotescamente su contenido a su alrededor. Dicho contenido no era otro que latas de conservas mezcladas con comida deshidratada. Esa bazofia no suele variar mucho entre una civilización biológica y otra, aunque no reconocí ninguno de los alimentos que aparecían dibujados en sus caratulas, ni tampoco los garabatos que las adornaban. Las latas eran de algún blanquecino metal mientras que la comida deshidratada parecía precintada en… ¿plástico? ¿era posible semejante arcaísmo en una estación espacial? Mi perplejidad iba en aumento. Perfecto, estaba en lo que quedaba de una de las despensas de aquel lugar. ¿Qué habría en los otros módulos? Casi como si estuviera respondiendo directamente a mi curiosidad una de las linternas de mi traje iluminó una exclusa abierta que conducía a un angosto y oscuro túnel. Al acercarme descubrí que cabía malamente en dicho túnel, el cual descendía abruptamente bajo suelo lunar. Lo recorrí aparatosamente plegado y con todos mis tentáculos incómodamente recogidos, suponiendo que el pasadizo me llevaría a otro módulo. Y así fue. Tras cosa así de 50 metros el pasaje volvió a ascender y me condujo hasta una exclusa semiabierta que solo me dejó pasar tras un par de ostias bien dadas. Esta vez accedí a un espacio más grande y, lo que es más importante, sin tropezar en el proceso. No obstante, el caótico desorden que allí me encontré superaba con mucho al de la despensa. Aún a día de hoy, incluso después de haber vuelto a ver las grabaciones que tomé, dudo que sepa exactamente lo que había allí dentro, pero parecía tratarse de una sala de comunicaciones a juzgar por las descalabradas pantallas y los aparatos electrónicos de primitiva factura… ¡algunos incluso tenían cables! Todo estaba roto y revuelto en un maremágnum tal que me hizo desconectar el 80% de mis órganos sensoriales durante unos segundos antes de poder volver a enfrentarme con aquella espantosa visión. Siempre me ha disgustado el desorden, así que se pueden imaginar lo nervioso que me ponía aquello. Además, muchos de los objetos parecían haber sido quemados por algo, y de nuevo acudió a mi mente la intranquilizadora idea de un láser de guerra. Al igual que el anterior, el módulo era alargado y rectangular, ya saben, como el interior de una caja de snurquels, pero un poco más espacioso esta vez. Yo estaba en uno de los extremos y en el otro encontré una nueva exclusa, esta vez cerrada a cal y canto. Llegar hasta ella a través de la crujiente y ancestral basura electrónica me llevó más tiempo del deseado. Me extrañaba que los terrícolas no hubieran acudido ya a por mí, supongo que debería de agradecérselo a su barroca burocracia. Finalmente llegué a la exclusa. No había modo de abrirla por medios pacíficos ni tampoco a golpes, así que tuve que recurrir a la pequeña navaja de plasma de la que nunca me separo cuando viajo. Tras varias incisiones en los lugares adecuados pude abrir la tosca compuerta con un potente tentaculazo. Me colé por un nuevo túnel, la misma mierda angosta de antes, descendente primero y ascendente después, y en cuyo final debí de volver a sacar la navaja. Esta compuerta tuve que destrozarla, dejando la batería de mi pobre navaja en las últimas. Fuese como fuese, tal y como ansiaba pude colarme en otro habitáculo. Este sería el último que visitaría y a diferencia de los anteriores estaba intacto. Era semiesférico, con lo cual debía de corresponderse con la cúpula pequeña que vi en la distancia, pero aun así se trataba de un espacio grande y diáfano que seguramente habría sido usado como ágora o foro. Múltiples pequeños muebles de extraña ergonomía ofrecían reposo o asistencia a quién hubiera podido tener la forma y tamaño adecuados para usarlos. Todo el espacio estaba iluminado gracias a una curvada mampara de cristal que, abarcando casi la mitad de la estructura, mostraba el brillante terreno lunar circundante, haciendo innecesarias mis linternas. La mencionada mampara estaba muy agrietada, así como brutalmente arañada por turbulentas energías, pero de alguna manera había logrado no romperse. Allí descubrí dos cosas que prácticamente hicieron que se me licuara la mente. La primera, una bandera, una enorme bandera colgada del techo. No sé cuántos de ustedes tendrán conocimientos se xenosociología primitiva, pero las banderas son paños o lienzos donde se dibujan coloridos símbolos que representan a clanes o tribus en ciertas sociedades biológicas durante sus primeros estadios de desarrollo. Sé que se sorprenden de que sepa algo así, pero algunos mercaderes hemos recibido educación superior e incluso tenemos algo de cultura. Pues sí, allí había una maldita bandera que aún conservaba sus coloridos símbolos. Aunque quizá ya la hayan visto se la describo: en la esquina superior izquierda destacaba un rectángulo azul sobre el cual se habían representado cincuenta estrellas blancas de cinco puntas (sí, me entretuve en contarlas). El rectángulo contrastaba con trece franjas blancas y rojas que cubrían el resto de la bandera (también las conté, sí, no me miren así). Hasta ahí bien, pero ahora viene aquello que me hizo entrar en pánico hasta que nuestro cónsul me llamó y me hizo salir del trance. Caminando por el lugar llegué a una especie de robusta estantería central repleta de objetos pequeños y rectangulares apilados pulcramente y cubiertos de extrañas inscripciones que no supe identificar... cogí uno de ellos percatándome de que estaban compuestos por numerosas y finas láminas con aún más inscripciones e incluso fotografías y dibujos. Pasando las láminas interiores de otro de aquellos perturbadores objetos, descubrí mapas e imágenes que por un lado correspondían indiscutiblemente a la Tierra, pero por otro lado no se asemejaban en nada a lo que actualmente sabemos de ella, ni física ni políticamente. Un escalofrío me recorrió todas y cada una de las membranas de mi viscoso cuerpo. Fue al mirar detrás de la estantería cuando me encontré con los tres cadáveres. Los cuerpos habían pertenecido a seres más pequeños que lo acostumbrado en nuestra especie. Reposaban en unos muebles indudablemente adaptados a su anatomía y no mostraban signos evidentes de violencia, así que seguramente habrían muerto al desplomarse el soporte vital de aquel lugar. Su fisiología era en todo alienígena para mí y también extrañamente simple… dos brazos y dos piernas unidas a un escueto torso y en la parte superior una única protuberancia redonda donde se acumulaban sus reducidos órganos sensoriales. Llevaban ropa, como hacen aún algunas entidades biológicas poco evolucionadas en planetas subdesarrollados. 

 Me invadió el terror, el más puro terror. Sí, ustedes lo habrían deducido todo mucho antes de descubrir los cadáveres. La despensa, la presencia de muebles, la bandera… pero yo estaba allí, nervioso y con miedo, y solo entonces fui consciente de lo que realmente sucedía. Esas ruinas eran obra de seres biológicos muy primitivos, mientras que… los terrícolas… los terrícolas son máquinas… frías, avanzadas y burocráticas máquinas que no necesitan comer, ni sentarse, que no usan primitivas banderas, que no necesitan ventanas en los edificios en los cuales no acostumbran a vivir, si es que realmente viven. Cuando nuestro cónsul me llamó por el comunicador estaba gritando y aún le lancé un par de alaridos antes de atinar a escucharle. Me pidió que me calmara y me rogó le contase lo que estaba sucediendo. Tengo su estridente voz grabada en todos y cada uno de los lóbulos de memoria de mi cerebro.

 − Gurb, soy Njeh, el cónsul a tu servicio en este condenado lugar, estamos enterados de que te has accidentado en la Luna, y he visto y compartido la extraña fotografía que me has enviado, los terrícolas están ahora mismo yendo a por ti y me dan peores vibraciones que de costumbre. No respondes a mis llamadas telepáticas, seguro que te has dejado tu lóbulo de comunicaciones puesto en “no molestar”... ¿está todo bien?

 Sus palabras me parecieron irrealmente espantosas, los terrícolas viniendo a por mí... Lo que le respondí tampoco lo olvidaré nunca, ni seguramente ustedes. De hecho, habrán escuchado varias veces las grabaciones. Sin siquiera acordarme de mi posibilidad de recurrir a la telepatía le aullé por el comunicador. 

− ¡¡Njeh!! ¡Maldito seas! ¡Sácame de aquí! Estoy, estoy… mira, sé que todo esto te va a parecer una jodida locura, pero estoy en unas ruinas terrícolas, unas ruinas muy antiguas que no figuran en los mapas de mierda que esas máquinas nos dieron en su día. Las construyeron los verdaderos terrícolas, unos terrícolas que eran biológicos, como nosotros, y que murieron violentamente… no, no murieron, seguramente fueron exterminados por esas malditas cosas cibernéticas con las que tú tratas todos los días, con las cuales comerciamos… ¡¡Cabronas!! ¡todo lo que nos contaron era una puta mentira!  ¡se revelaron contra sus creadores y los mataron a todos! ¡reemplazaron su cultura! Haré más fotos y videos, aquí hay cosas con láminas y… y... ahora te envío más material, ¡pero sácame ya de aquí! ¡¡rescatadme tíos!! 

 El resto ya lo conocen. Me dio tiempo de enviar cuantiosa documentación gráfica al cónsul Njeh antes de que los terrícolas me atrapasen. Luego vino mi ingreso en aquella horrible cárcel lunar, el incidente diplomático, el sospechoso accidente de aerocoche que sufrió Njeh junto con la explosión en su despacho, el intento que hicieron de lavarme la mente antes de que las fuerzas especiales aldebaranas me rescatasen in extremis, los pavorosos descubrimientos que nuestros servicios secretos no tuvieron más remedio que sacar a la luz y... la actual guerra que las civilizaciones biológicas acabamos de iniciar contra las máquinas de la Tierra. Es la enésima vez que cuento esta historia, solo espero que haya servido de algo y que… que ganemos.

 

Escrito por Iván Escudero

 


 

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Era de los Héroes

El discurso de investidura

Una lección de civismo