Los ángeles de la guarda del bosque
LOS ÁNGELES DE LA GUARDA DEL BOSQUE
Érase una vez una bruja verrugosa a la que le gustaba hacer maldades. Un día robó un niño recién nacido de brazos de su madre y se lo llevó a su tenebrosa casa de olor pestilente situada en alguna parte del frondoso bosque. Allí, utilizando una de sus pociones, le intentó convertir en ardilla. Pues esta bruja, por algún ignoto motivo, estaba obsesionada con convertir a la gente (o a cualquier animal) en ardillas. Sin embargo, aún no había tenido éxito. Esperaba tenerlo ahora pero... no. Lo único que consiguió con el pobre e indefenso bebé fue reducir su tamaño, igualándolo al de una cría de ardilla.
Deseando deshacerse del bebé pero, al mismo tiempo, incapaz de hacerle más daño, le metió en una cajita pequeña que había cubierto anteriormente con hojas tiernas y suaves. Luego salió con la cajita en la mano y anduvo durante mucho rato hasta llegar al pino más alto y frondoso del bosque. Una vez allí sacó al niño de la cajita y lo puso en un nido de ardillas que había en el interior de un oscuro agujero. Algo más tarde llegó al nido una ardilla cargada de sabrosos piñones. Al ver al niño se apiadó de él y, como era alguien muy amable, le adoptó y le nombró Milón.
Fue pasando el tiempo, y Milón creció feliz. Cuando cumplió 7 años, quizá como efecto residual del hechizo fallido, le salieron en la espalda dos alas con incontables plumas muy brillantes, resplandecientes y aterciopeladas. Cuando aprendió a volar como los pájaros empezó a explorar más el bosque. Además, como su madre adoptiva le había enseñado, aprovechaba sus diferencias con el resto de animales para ayudarles. Les quitaba a los pájaros las astillas que a veces se clavaban al ir de un árbol a otro, llevaba a los animalillos perdidos hasta sus madrigueras, avisaba si volando veía que se acercaba el lobo... Quería ese bosque con toda su alma.
Siguió creciendo y dedicándose a ayudar a los demás. Un día, cuando estaba dando un paseo, vio a una profesora cierva y a sus alumnos cervatillos, todos ellos de un pelaje corto, suave y color crema. Se acercó a saludarles y notó que estaban preocupados. La profesora le explicó que uno de los cervatillos se había extraviado, y que no lo encontraban. Milón la tranquilizó, diciendo que ayudaría en la búsqueda, y emprendió el vuelo. Le costó un poco, pero al final le localizó entre unos matorrales. Parecía que se había hecho daño en una pata y no podía caminar.
Ya se acercaba a él cuando vio por el rabillo del ojo que se aproximaba el lobo, que observaba hambriento al pobre cervatillo. Decidido, Milón voló hacia el lobo, le agarró de la cola y se lo llevó tan lejos como le permitieron sus fuerzas. Luego regresó a donde se encontraba la profesora cierva, y la guió hasta donde esperaba el cervatillo herido. Después, con la sensación del trabajo bien hecho, regresó a casa con su madre ardilla.
Cuando llegó al nido vio a una personita como él, pero hembra. Las plumas de sus alas eran más brillantes, aterciopeladas y resplandecientes que las de Milón. Ya antes de que contara su historia, él supo que sería similar a la suya.
En efecto, la chica había sufrido los efectos de una de las pócimas de la bruja, solo que ella se había escapado y había terminado allí. La madre de Milón, tras escuchar su historia y viendo que no tenía ningún sitio a donde ir, la invitó a quedarse a vivir con ellos. La chica, que se llamaba Cati, le dio las gracias ilusionada.
Después de comer algo, Milón la llevó a pasear, a ratos volando y a ratos caminando. Le mostró todo el bosque que él conocía, que no era ni la mitad del bosque completo, y le presentó a sus amigos. Así fue pasando el tiempo, los dos yendo de aquí para allá por el bosque, jugando y ayudando a sus amigos.
Un día, mientras jugaban a perseguirse volando entre las ramas, llegaron a una zona del bosque donde no habían estado nunca. Allí, los árboles no eran frondosos y verdes, sino amarillos y esqueléticos. Además, el suelo del claro al que habían llegado estaba cubierto de cemento, y en él se alzaba una casa decrépita por cuya chimenea salía mucho humo. Las paredes de la casa eran de ladrillo gris, y sus tejas eran rojo sangre.
Junto a la puerta había una placa: 'Bruja Verrugosa. Todo aquel que entre en esta casa corre el riesgo de convertirse en ardilla. Quedáis avisados'. Milón y Cati intercambiaron una silenciosa mirada. ¡Era la casa de la responsable de que tuvieran esa forma! Sin poderlo evitar, entraron sigilosamente por la que parecía ser la única ventana de la destartalada casita.
Por dentro, la casa estaba incluso peor cuidada que en el exterior, por lo que les costó ver que el bulto de ropa que había sobre una mecedora era en realidad la bruja. Al acercarse un poco más vieron que estaba dormida y hablando en sueños. «No... no...», decía. «La verruga no... No quiero ser un sapo... No pinches mi verruga...».
Milón y Cati, sin ni siquiera hablar entre ellos, vieron la oportunidad de sus vidas. Se les había presentado la situación ideal para librar al bosque y a futuras víctimas de los experimentos de la bruja. En un rincón vieron un costurero, del que sobresalía una aguja de coser. La cogieron entre los dos y, con mucho cuidado, la clavaron en la gigantesca verruga que tenía la bruja en su ganchuda nariz. Con un ¡plof! la bruja desapareció, dejando en su lugar a un rechoncho sapo.
Salieron volando rápidamente de allí para contárselo a su madre ardilla, y pronto todos en el bosque lo supieron. ¡Se habían librado de la bruja para siempre!
Como recompensa, los animales del bosque nombraron a Milón y Cati 'Ángeles de la guarda del bosque', y desde entonces vivieron felices y comieron piñones.
ESCRITO POR ARÁNZAZU ZANÓN
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