La ignorancia es la felicidad

 

 La ignorancia es la felicidad

 

 Todo empezó hace un año, cuando en el lapso de una semana me echaron del trabajo, me dejó mi novia y centrifugué a mi perro en la lavadora por error (inexplicablemente, Pulgoso adoraba el olor de mi ropa sucia y pagó por ello con su vida, aunque al menos tuvo una muerte limpia). Me derrumbé, aquella cadena de reveses echó a bajo la que había sido la estructura de mi mundo, abofeteando mi confianza y demoliendo cualquier sensación de seguridad en mi mismo. Y ellos se aprovecharon de ello. 

 Me captaron a través de un foro de autoayuda, y no tardaron en convencerme de acudir a las sesiones de mindfulness que organizaban en un local que tenían alquilado y que financiaban con las aportaciones de los socios. Se llamaban Despertar Cósmico y pronto empezaron a hablarme de la filosofía que había detrás de su organización. Como su mismo nombre indica, buscaban hacer despertar a las personas, llevándolas a explorar los secretos de su mundo interior y a desarrollar sus potenciales latentes, a la vez que ayudar a recuperar la conexión que hemos perdido no solo con el resto de nuestros compatriotas humanos, sino también con toda la biosfera planetaria. Sonaba muy bien, demasiado bien, sospechosamente bien, peligrosamente bien. Pero yo necesitaba un clavo ardiendo al que agarrarme y me dejé arrullar y embaucar por toda su filosofía buenista, que dejaba a Paulo Cohelo y a Mr. Wonderful como meros principiantes.

 Durante un tiempo, todo marchó sobre ruedas. Entre sesión y sesión de mindfulness, a las que pronto se añadieron meditación cuántica, sexo tántrico y reconexión a la red de Gaia, poco a poco iba reconstruyendo mi vida. Adopté a un nuevo perro, un bulldog francés de pesada respiración al que llamé Garrapato, y empecé a trabajar para Despertar Cósmico, ocupándome de tareas administrativas a cambio de un sueldo escueto pero correcto, a lo cual sumé mi participación voluntaria en el mantenimiento y limpieza de algunas de las instalaciones. Incluso conseguí pasar página a nivel afectivo, ya que Loreto, una de las socias más antiguas e influyentes de Despertar Cósmico, comenzó a mostrarse cada vez más cercana y comunicativa conmigo. Era guapa e inteligente, una muchacha alta y esbelta de pelo luminosamente rubio usualmente recogido en dos largas coletas, tez casi blanca manchada de pecas, y chispeantes ojos verdes con los cuales podía asaltar directamente tu alma. En una de las reuniones de contabilidad que periódicamente manteníamos en uno de los despachos de la organización, al inclinarnos a la vez sobre un documento, no pudimos evitar intercambiar una fugaz mirada cargada con la eléctrica complicidad de nuestra cercanía física, tras la cual nos besamos tímidamente en los labios. Al minuto ya nos estábamos liarnos tórridamente, y finalmente acabamos haciendo el amor con desbocado apasionamiento en el suelo, amparados por la intempestiva nocturnidad de la hora. Lejos de quedarse en lo puramente erótico-festivo, Loreto y yo fuimos trabando lazos cada vez más profundos, haciéndome volver a sentir las cabriolas que da el corazón al amar y ser amado. Cuando Despertar Cósmico decidió ofrecerme alojamiento y manutención a cambio de implicarme más en su proyecto, acepté sin pensarlo dos veces, lo cual congratuló enormemente a Loreto.

 Gradualmente había ido descubriendo que Despertar Cósmico era una organización bastante más grande de lo que al principio había podido aventurar. Tenía varios locales y oficinas alquilados a lo largo de la ciudad, así como casas donde se alojaban los miembros más implicados. Mientras que otros adeptos convivían en mayor número en pisos más grandes, Loreto y yo víviamos en un apartamento pequeño pero funcional. La convivencia me hizo amarla todavía más a medida que iba descubriendo todos esos pequeños detalles que enriquecen a los seres humanos, incluso los defectos, como su naturaleza despistada, que en una ocasión nos hizo  tener que llamar a un cerrajero, o su pertinaz torpeza, que me llevaba a tener que estar ayudándola constantemente a curarse las quemaduras o cortes que se hacía cocinando.

 Nuestro alojamiento, como muchas otras cosas, se financiaba con las tarifas de los cursos, las aportaciones de los socios más pudientes, así como con el trabajo voluntario que realizábamos aquellos que habíamos sido rescatados de una situación más precaria. Así a ojo, Despertar Cósmico debía de aglutinar a más de mil personas, entre las cuales el trato era rigurosamente igualitario, al margen del origen y contexto socio-económico de cada uno. Todos votábamos a un consejo directivo, que era el que tomaba las decisiones, constituía los distintos comités y elegía a un presidente, en aquel tiempo una presidenta.

 Y así, un día me levanté y descubrí que mi vida había sido completamente fagocitada por Despertar Cósmico. Loreto, que dormía ruidosamente a mi lado en la cama con una nueva tirita adornándole un dedo, mi trabajo, la casa en la que me encontraba... solo el tranquilo Garrapato, mi amigo peludo que había echo suyo un rincón del salón en donde le encantaba dormitar sobre su manta favorita, seguía siendo un verso libre.

 Y en paralelo a esta desconcertante toma de conciencia, llegaron los acontecimientos anómalos que en el fondo de mi ser sabía que eran inevitables. Hasta ahora, las actividades con las que había colaborado giraban todas en torno a los cursos y talleres, la administración, así como a un sosegado pero constante proselitismo de nuestras ideas. Nuestras ideas, que se entretejían en una amalgama de filosofía, ecologismo, activismo social, salud y un colorido esoterismo. Esta última parte me había interesado menos, quizá gracias al sector más escéptico de mi mente, que aún no se había rendido del todo ante los encantos de Despertar Cósmico. Empezaba a acostumbrarme a aquella rutina hasta el día en que se rompió, el día en que Loreto me informó que había sido invitado a una reunión “especial”, destinada solo a los socios más veteranos y consolidados de la organización (lo cual rompía con la horizontalidad a la que me habían acostumbrado hasta el momento). Debía de asistir y así lo hice.

 En esa reunión participó Wicca, la presidenta de la organización, cuyo nombre verdadero nunca he llegado a conocer. Era y es una mujer fuerte, incluso corpulenta, de rostro ferozmente robusto en contraste con sus ojos color avellana cargados de empatía. Siempre vestía con una sencilla camiseta y unos curtidos vaqueros, y su espeso pelo estaba perpetuamente revuelto. Wicca, a quién hasta aquel día solo había visto en fotografías, me saludó con un impetuoso apretón de manos que casi me descoyunta las falanges de los dedos, y me agradeció el trabajo que había realizado hasta ahora en favor de la causa.

 Sin embargo, necesitamos todavía más de ti  añadió  y para ello debes de adentrarte más profundamente en nuestros secretos.

 ¿Secretos?  pregunté entre asombrado e inquieto.

 En vez de responderme, Wicca se dirigió al resto de asistentes a la reunión, una heterogénea docena de personas que nos habíamos reunido alrededor de la mesa redonda de un restaurante de aspecto prohibitivamente caro y que teníamos reservado durante aquella velada sólo para nosotros.

 Queridas amigas, queridos amigos, esta noche damos la bienvenida a Alejandro en nuestro círculo interior  empezó Wicca con voz solemne, provocando miradas y murmullos de aprobación que se centraron en mí, consiguiendo que me ruborizase.  

 Y es de rigor  que le sea revelada toda la verdad detrás de nuestra organización  prosiguió  y con ella, la naturaleza completa de nuestros objetivos.

 Hubo más gestos de aprobación y en particular detecté un especial entusiasmo en la mirada de Lorero, que, sentada a mi lado, asentía regalándome una amplia sonrisa.

 A continuación, procedo a resumir la historia que Wicca desplegó delante de mi aquella noche, hablando con una desenvoltura que demostraba que ya había hecho aquello innumerables veces.  

 Todo había empezado con los Yunnoi, el nombre con el que habían deseado ser denominados una raza de seres extraterrestres altamente inteligentes y tecnológicamente muy avanzados. En el año 504 antes de la era común, mientras la República Romana daba sus primeros pasos, Ciro el Grande expandía el naciente Imperio Persa Aqueménida, reinaba la inestable dinastía Zhou en China, y los Olmecas caían en la decadencia a la par que las ciudades Mayas pre-clásicas prosperaban, llegó a nuestro planeta una sonda robótica de exploración Yunnoi. Nuestro mundo llevaba varias decenas de milenios figurando como un punto de interés en los principales mapas y catálogos, y finalmente le había llegado el momento de ser debidamente sondeado. El artefacto Yunnoi pasó desapercibido para la humanidad, pero tomó cuantiosos datos sobre ella además de sobre la Tierra. Tan interesante fue la información que transmitió a sus dueños, que estos, cuando unos pocos siglos después la recibieron, decidieron organizar y enviar una delegación al completo. La delegación llegó hace relativamente poco, en 1873. Para entonces, las cosas ya se nos habían empezado a ir de las manos a los seres humanos. Los Yannoi sabían que provocarían el caos en nuestras sociedades si anunciaban públicamente su presencia, pero a la vez estaban interesados en comerciar con nosotros, para lo cual primero debían de evitar nuestra inminente autodestrucción. Como solución, decidieron contactar con un selecto grupo de seres humanos, quienes deberían de mantener su existencia en secreto bajo pena de ser desmemorizados si infringían esta condición. Las personas elegidas por los Yannoi fundaron la organización que aquí conocemos como Despertar Cósmico, aunque recibe otros nombres en otros países. En paralelo, los Yannoi se infiltraron en nuestras sociedades empleando para ello diferentes disfraces, interviniendo sólo en los momentos necesarios para evitar nuestra aniquilación. Por ejemplo, durante la Guerra Fría impidieron que los soviéticos lanzasen una andanada de misiles nucleares contra los norteamericanos por error, y en tiempos más recientes han evitado varios ciberataques que habrían tumbado Internet.

Si ahora mismo estamos aquí sentados disfrutando tranquilamente de esta cena, es gracias a ellos, gracias a los Yannoi concluyó Wicca.

 Mientras Wicca explicaba aquello, todos habían ido comiendo de los platos que los discretos camareros les había estado sirviendo a la vez que bebían gustosamente de sus vasos de oscuro vino tinto, que siempre eran oportunamente rellenados. Yo no, mi estómago estaba hecho un nudo y mi cuerpo se hallaba prácticamente petrificado. Mientras valoraba si aquello era una extraña broma, lo cual no casaba con lo que sabía de Wicca, o si realmente aquella gente había enloquecido, pregunté aquello que se esperaba que preguntase:

 ¿Con qué comerciamos con los Yunnoi? ¿Qué tenemos que podamos ofrecerles?  Pregunté sin poder disimular un temblor en mi voz.

Sabrosos qualias  respondió Wicca.

 Sabía lo que era un qualia, pero me quedé callado para que ella siguiese hablando, cosa que en efecto hizo.

Los qualia son aquellas sensaciones subjetivas que experimentamos los seres humanos explicó y que cumplen con los siguientes requisitos: son inefables, intrínsecos, privados e inmediatamente aprehensibles por nuestras conciencias. Es decir, no los puedes expresar en palabras, no cambian en relación a otras experiencias, las comparaciones interpersonales son imposibles y los experimentamos directamente al completo. Por ejemplo, la percepción visual de una puesta de sol, el pinchazo de una aguja en el dedo o la sensación del agua caliente al darte una ducha. Los Yunnoi dejaron atrás hace tiempo gran parte de sus emociones, impulsos irracionales y sensaciones. Fue uno de los precios que pagaron a cambio de la inmortalidad, la capacidad de viajar entre las estrellas y la sólida armonía de su sociedad. Sin embargo, sí pueden degustar con sus mentes nuestros particulares qualia, y eso les encanta. Quizá les recuerda a sus viejos tiempos. Por eso los grabamos y los compartimos con ellos. Nuestros qualia negativos (miedo, sufrimiento, dolor...), que por desgracia abundan en este mundo, en su momento los catalogaron y estudiaron con desapasionado rigor científico, pero los positivos (alegría, placer, felicidad...) los almacenan y consumen como el tesoro precioso que son.

¡Así es! intervino de repente Loreto, quién había intentado contenerse pero finalmente había saltado como un resorte Los Yunnoi nos insertan un pequeño dispositivo intracraneal, al que llamamos okulus, y que es capaz de monitorizar todos nuestros qualia cada vez que lo activamos, cosa que podemos hacer con una palabra, gesto o incluso pensamiento que cada uno define. Proveemos a los Yunnoi de los qualias de la mejor calidad, y ellos a cambio evitan que la humanidad se caiga por el precipicio de la autodestrucción. Es un trato justo. Ahora mismo, por ejemplo, yo he activado mi okulus y he grabado el delicioso sabor de esta comida y la dulzona textura de este vino junto con sus efectos embriagadores. Anoche, mientras hacíamos el amor, lo activé también, y grabé el fuerte orgasmo que me regalaste, Alejandro. Cuando el okulus llena su memoria interna, acudimos a instalaciones especiales donde subimos y transmitimos a los Yannoi nuestra cuota de qualias.

Anoche... me grabaste cuando... cuando... balbuceé sin ser capaz de asimilar aquella brutal vulneración de mi intimidad, siempre y cuando fuera cierta, cosa que aún no tenía nada clara.

Indirectamente sí  admitió Loreto con naturalidad  En realidad el okulus registró mis sensaciones, pero en la medida en que tú eras partícipe de ellas, aunque fuese externamente, de alguna manera también te registró a ti. En ese sentido, ya llevas varias contribuciones a la cuota...

 Mientras mi confusa mente giraba como un endemoniado torbellino, se me seguían ocurriendo preguntas, cuestiones, dudas, como si realmente aceptase la veracidad de aquello.

Pero... pregunté recuperando parte, solo parte, de la confianza en mi mismo  Después de todos estos años... ¿No tienen ya los Yannoi una colección de todos los qualia humanos posibles? Cientos, miles, millones de hombres y mujeres emborrachándose con el mejor vino, deleitándose con su música favorita, contemplando las puestas de sol más impresionantes, disfrutando del ardiente burbujeo de un jacuzzi, teniendo violentos orgasmos, quizá incluso experimentando todo ello a la vez... ¿Para qué siguen queriendo más?

 Mientras pronunciaba estas palabras me sentí estúpido al darme cuenta de que en realidad me estaba respondiendo a mi mismo, pero aún así Wicca me contestó didácticamente.

A poco que lo pienses, te darás cuenta de que el abanico de posibles qualias positivos que un ser humano puede experimentar es virtualmente infinito, en la medida en que se alimentan de un surtido gigantesco de factores contingentes. Unas veces te beberás el vino contemplando una tormenta a través de una ventana, otras bajo los rayos del sol veraniego en una terraza, a veces lo harás escuchando jazz, otras veces rock, o simplemente te deleitarás con el soplar del viento entre las hojas de los árboles. Y lo mismo para todo lo demás. Podrás disfrutar del sexo en un jacuzzi, en una cala desierta, en un yate en alta mar, en un campo de verde hierba mojada por una lluvia reciente y acariciado por una brisa primaveral.... Como ves, por fortuna para nosotros, las posibilidades son inacabables.

Entonces... ¿somos una granja de felicidad, alegría y placer para los Yannoi? planteé como inquietante resumen.

 Fue Loreto quién tomó nuevamente el relevo.

No solo felicidad, alegría y placer  replicó con énfasis  conceptos que en cualquier caso admiten infinitos matices y gradaciones, también el asombro al aprender un dato curioso, el miedo controlado al ver una película de terror, la intriga al leer una novela de misterio, el fogoso ímpetu al practicar un deporte con pasión, el cosquilleo en el estómago al enamorarse... Y nosotros lo consideramos un intercambio justo, no una explotación.  

Como el pastor, que cuida a las ovejas que le dan lana, o la hormiga que pastorea pulgones a cambio de su azúcar  insistí obcecado en mi postura.

 ¿Preferirías vivir en un mundo postapocalíptico? sentenció Wicca.

 Negué con la cabeza mientras tomaba finalmente una decisión. No, no me lo creía. O estaban todos locos, o me estaban tomando el pelo, pero creer de repente en la existencia de alienígenas voyeur era...  era inviable. Es cierto que la vehemencia de Wicca y su taladrante mirada, junto con el factor sorpresa, habían llegado a hacerme dudar, a lo cual la intervención de Loreto no había ayudado. Sin embargo, nada de todo aquel delirio resistía el más liviano ataque racional. Ahora las preguntas eran ¿por qué? ¿y qué hacer? Pretendí seguir haciéndome el confundido y fingir que realmente estaba asimilando aquello, pero Wicca pareció leer mi mente y lo impidió.

No te crees una mierda de todo esto, ¿verdad?  Me interpeló con tono casual, como quién mira a un cielo encapotado de nubes y dice que va a llover.

 No habría sido capaz de mentir de modo creíble, así que no lo intenté.

Lo siento, pero no, no puedo creérmelo. Vuestra historia choca tan frontalmente con mi visión del mundo y con mi comprensión de la realidad, que necesitaría una prueba extraordinaria para siquiera empezar a valorarlo.

Afirmaciones extraordinarias requieren de pruebas extraordinarias, ¿eh?   comentó Wicca con una sonrisa traviesa y un brillo extraño en los ojos.

 Me limité a asentir, preparado para el truco de magia que debían de tenerme preparado. 

Como te decía, los Yannoi están entre nosotros, vigilándonos y cumpliendo su parte del acuerdo. Pero eso sí, emplean sofisticados disfraces para cuidarse de ser reconocidos. En calidad de nuevo integrante en nuestra organización, uno de ellos te ha estado observando y evaluando. Lo que vio le gustó, y por eso estás aquí.

Los Yannoi no tienen nombres en el sentido en el que nosotros los entendemos, por eso nos dan a elegir cómo queremos llamarles prosiguió inesperadamente Loreto. 

Así es saltó una aflautada voz detrás de mí  Y “Garrapato” me pareció un nombre gracioso a la par que original.

 Me giré lentamente, esperando de todo corazón no encontrarme a mi perro detrás de mi. Pero allí estaba Garrapato, contemplándome de una manera que nunca antes había hecho. No jadeaba con la lengua fuera, ni movía su muñón de cola, ni se rascaba la oreja con la pata como solía hacer, muy al contrario estaba allí plantado con pose solemne, hierática, y sus ojos... sus ojos refulgían como si fueran faros, aunque no con luz...

No lamento haberte engañado Alejandro, los Yannoi nunca lamentamos nada, solo hacemos las cosas que consideramos necesarias para la consecución de nuestros objetivos. He estudiado tu vida privada, espiando aquellos comportamientos que jamás confesarías a nadie, leyendo el diario secreto que escondes, infiltrándome en tus sueños... y tras todo ello, te considero más que adecuado para nuestro proyecto. Bienvenido.

 Garrapato dijo todo esto sin mover ni un solo músculo de su hocico, pero era obvio que hablaba él, solo que sus palabras... sus palabras brotaban desde sus ojos e iban directamente a mi mente...

  Vaya, veo que sigues dudando, lo cual habla bien de ti. Eres un ser humano de mente escéptica. Eso nos gusta.

 Dicho esto, Garrapato se metamorfoseó en una especie de pulpo de color verde chillón y tentáculos terminados en... pequeñas manos humanas... y me guiñó algunos de la decena larga de ojos que ahora tenía...

 Se me revolvió el estómago mientras pensaba en cómo habrían podido drogarme si no había comido ni bebido nada... o habría sido Loreto en casa...

Puedo transformarme en cualquier cosa que quiera, por grotesca que sea, siempre que no viole el principio de conservación de la energía siguió hablando aquella cosa que había sido Garrapato, y que obviamente aún no había terminado conmigo  Y sí, el hecho de que hayas podido ser drogado es una posibilidad. Pero incluso las drogas tienen un límite, así que procederemos a la prueba final.

 Un hombre de ensortijado pelo sembrado de canas y rostro alargado provisto de ganchuda nariz y calculadores ojos, se me acercó portando una especie de casco negro que de alguna manera había llegado a sus manos.  

Por favor Alejandro, ponte el casco Me explicó Loreto con voz suave, tratando de calmarme Es un regalo que nos hacen los Yannoi en situaciones especiales. Nos permite experimentar qualias ajenos, del mismo modo a como ellos hacen.

 Pensé que si querían asesinarme o torturarme, no necesitaban un casco para ello, y en cualquier caso estaba a su merced, así que agarré sin miramientos aquel artefacto negro, frío y sorprendentemente ligero, y cubrí con él mi cabeza. Automáticamente me encontré flotando en gravedad cero dentro de lo que sin duda era uno de los módulos de la Estación Espacial Internacional. Era un mero espectador, no podía controlar nada de lo que hacía, pero... lo sentía todo. Era yo y a la vez era otra persona. La desconcertante ausencia de peso, la perdida de cualquier posible referencia acerca del arriba o del abajo, el pelo, extrañamente largo y rubio, ondeando ingrávido alrededor de mi cabeza, el mono de trabajo ceñido a mi cuerpo, una presión en el pecho que resultó corresponderse a... dos voluptuosos senos prietamente ceñidos por un sujetador... ¡Era una mujer! Olía a ozono y más allá del zumbar de un sinfín de aparatos, se escuchaban lejanas conversaciones en inglés. Volé a lo largo de varios conductos, asistiéndome de agarraderas y por poco no chocando contra los ordenadores, embalajes, cables, y demás aparataje que pugnaban por cubrir cada resquicio de las paredes, paredes que eran a la vez techo y suelo. La astronauta, yo, llegó a la cúpula de observación y aquello me quitó el hipo. Da igual cuantos videos o imágenes miren de la Tierra vista desde el espacio, nunca podrán hacer justicia a la realidad. El sosegado azul del océano salpicado por el fulgor algodonoso de las perezosas nubes, la delicada línea morada que separa la bendita atmósfera terrestre del letal vacío del espacio exterior, la sombra del terminador devorando cordilleras montañosas enteras, el frágil titilar de las ciudades humanas arropadas por la oscuridad de la noche... Mi alma lloró ante aquella salvaje y delicada belleza.

 Me costó un par de minutos asimilar y lamentar mi regreso a la mesa de aquel restaurante. Tenía la cara mojada y con los labios saboreé el regusto salado de las lágrimas. No tenía más remedio que creerles. Daba igual si lo que acababa de vivir era producto de la tecnología Yannoi o de una nueva y sofisticada droga, había sido real. La realidad, al final, no deja de ser una creación de la mente.

 Así fue como pasé a ser un miembro auténtico de Despertar Cósmico, y no un simple colaborador, como lo había sido antes. Garrapato, que volvía a ser un amigable bulldog francés, se despidió cortesmente de mí, rumbo a otra misión y a la espera de recibir algún otro nombre. Los camareros que nos habían servido aquella noche fueron indoloramente desmemorizados. Me insertaron un okulus bajo la sien derecha, y grabé muchos, muchos qualias; una exquisita pieza de sushi deshaciéndose contra mi paladar, la encendida épica de coronar la cima de una montaña, el caliente cosquilleo en las tripas al pensar en la persona a la que amas, el explosivo éxtasis de un glorioso orgasmo, el impacto de una canción que acaricia tu mente en el momento adecuado, la exultante embriaguez de la segunda jarra de fría cerveza mientras conversas con un amigo en una terraza soleada, la expectación al desenvolver un regalo de cumpleaños...

 Hasta ese día, aquel día que lo volvió a cambiar todo, el día en que la nueva paz que había conseguido alcanzar voló por los aires, esta vez para siempre. Descubrí porqué Loreto era tan propensa a cortarse y quemarse. No, no era que fuese especialmente torpe cuando cocinaba o hacía tareas de bricolaje trasero. Cuando la sorprendí derramándose deliveradamente ardiente silicona fundida sobre la mano y tuvimos que ir de urgencia al hospital, lo supe. Supe lo que hasta ese momento me había negado siquiera a contemplar. Los Yannoi eran de gustos eclécticos. A muchos les entusiasmaba catar nuestro placer, saborear nuestra felicidad, regodearse en nuestro arrobado asombro. Pero otros... otros tenían otras inclinaciones. Loreto trató de convencerme de la explicación con la que había elegido autoengañarse, aquella que se le había proporcionado oficialmente, que los Yannoi seguían necesitando datos para sus investigaciones científicas sobre el ser humano. Ella se sacrificaba periódicamente en pos de un bien mayor. Fingí creerla.

 Por eso he escrito este post, por que a raíz de aquel terrible descubrimiento, al igual que Loreto, al final yo también he terminado creyendo en una fantasía conveniente. He decidido creer que me van a desmemorizar, como prometieron que harían si revelaba sus secretos. Así me liberaré de aquello que no quiero saber, y el desgarro que siento en el alma al pensar en perder a Loreto nunca habrá existido. Pero por si no fuese así, declaro que no tengo la menor intención de suicidarme, ni padezco de ninguna afección cardíaca ni enfermedad terminal. Como todos ustedes, solo deseo de todo corazón poder tener una vida lo más larga y tranquila posible. Y volver a disfrutar de la bendita ignorancia.

 

Iván Escudero Barragán

 


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