Más allá del diálogo

 



Más allá del diálogo




Todo empezó con un diálogo. Aunque no uno cualquiera. No se trataba de un diálogo de usar y tirar, de esos que tanto abundan en las redes sociales. Tampoco era un diálogo utilitarista, como el que tienes con un vendedor para intentar que te baje el precio de su producto. Ni siquiera era un diálogo entre dos personas que se conocen y disfrutan interaccionando y reforzando sus lazos.

Un día, caminando por el sendero poco transitado de una arboleda cercana a su pueblo, Lys se encontró con un posit verde pegado con celofán en un árbol. En dicho posit alguien había escrito “Hola, ¿cómo va la vida?” en unas insinuantes mayúsculas. Quiso la casualidad que Lys llevase un bolígrafo en el bolso, con el que, rebañando el escaso espacio disponible, añadió: “No me quejo, ¿Y cómo te va a ti?”. Le pareció una broma divertida, y a la vez le intrigaba el hecho de que alguien que conocía aquella misma vereda se entretuviese pegando saludos en posits. Quizá fuese el vestigio de alguno de esos scape room al aire libre que se habían puesto tan de moda últimamente. Fuese como fuese, a las pocas horas el ajetreo de la vida ya la había hecho olvidar aquella anécdota. Hasta su siguiente paseo por la arboleda, en el cual volvió a encontrarse el mismo posit, al cual ahora se sumaba otro pegado justo debajo, esta vez de color azul y en el cual podía leerse:


“La vida va, no sé hacia dónde, pero va.”


Se quedó helada; no solo la nota original había resistido a la intemperie sin caerse, sino que encima el desconocido o la desconocida había regresado a contestar. Esta vez no portaba ningún bolígrafo, y sin embargo sentía la necesidad imperiosa de responder. Le hizo una foto con el móvil, aunque solo fuera para poder demostrar que era real y no fruto de una ensoñación. Aquello significaba algo, no sabía qué, pero significaba algo. Y estaba dispuesta a averiguarlo.

Lys trabajaba en una renombrada universidad, era investigadora especializada en física de partículas y no estaba acostumbrada a ignorar al gusanillo de la curiosidad cuando este le hacía cosquillas. Fue a su casa en busca de un bolígrafo y un bote de chinchetas y regresó hasta el árbol, en donde escribió su respuesta en el nuevo posit con la mejor letra de la que fue capaz dadas las circunstancias:


“Yo tampoco sé adonde voy, pero intento disfrutar del camino.”


No era el colmo de la originalidad, pero últimamente siempre se despertaba agotada y su mente no daba para más, así que su interlocutor anónimo tendría que conformarse con eso. Reforzó el posit con un par de chinchetas y se marchó.

Su trabajo la mantuvo muy ocupada durante las dos jornadas siguientes, pero al tercer día aprovechó el primer hueco que encontró para acudir a chequear el árbol. Y... ¡allí había una tercera nota! En esta ocasión era amarilla, y una caligrafía idéntica a las anteriores proseguía la conversación con la misma naturalidad que si aquello estuviese sucediendo en una aplicación de mensajería instantánea.


“El camino es en realidad todo lo que tenemos, haces bien en disfrutarlo. Mi nombre es Nadir. ¿Cómo te llamas tú?”


Esta vez Lys iba preparada. Volvió a fotografiar el conjunto de notas, las apuntaló con más chinchetas para que perdurasen el mayor tiempo posible, y añadió la suya propia, otro posit amarillo de los muchos que tenía en su despacho.


“Nadir, me gusta, veo que significa ‘raro y excepcional’ en árabe. ¿Eres árabe? Mi nombre es Lys y esta me parece una forma muy poco eficaz de comunicarnos. Mi número de teléfono es el 714 18 06 50. Si te parece bien, podríamos hablar a través de Comunicator, como las personas civilizadas.”


Fijó su nota, tomó una última foto y se marchó. No acostumbraba a dar su número a desconocidos, pero aquel no era un desconocido normal. Además, si la gente corría el riesgo de hablar con potenciales psicópatas a través de aplicaciones de citas... ¿porqué no ella a través de un árbol?

La siguiente semana fue una locura: el descubrimiento de una nueva partícula en el cual colaboró su laboratorio, la boda de su mejor amiga... gestionar todo aquello casi la hizo olvidarse del árbol, de las notas y de Nadir. Casi. Un día en el cual por fin se descubrió con dos horas libres, Lys echó mano de sus posits, sus chinchetas, su bolígrafo principal, su bolígrafo de repuesto, y se dirigió hacia la arboleda. Sin embargo, según puso un pie en la calle, la tenebrosa nube que durante los últimos minutos había conseguido apoderarse del cielo se enegreció aún más, destelleó con un fiero relámpago, y mientra el contundente trueno hacía vibrar los cristales de los edificios comenzó a verter su abundante lluvia. Diluvió como si se tratase del Monzón. Lys tuvo que volver a subir a casa a por su paraguas, e incluso aún así, cuando consiguió llegar a la arboleda, la violenta tormenta había conseguido mojarla casi por completo. Duras bofetadas de viento cargadas de proyectiles acuosos se arrojaban contra ella sin piedad. Su paraguas se dio la vuelta en un par de ocasiones y poco le faltó para romperse. Tal y como había temido ninguna nota había sobrevivido a aquello, ni siquiera las chinchetas, sobre la corteza del árbol no quedaba nada. ¿Era el fin de aquella surrealista historia? En absoluto. Bajo el árbol había un taper de cristal herméticamente cerrado. Dentro de él se vislumbraban las notas, a buen recaudo de los elementos. Nadir, al contrario que ella, debía de haber consultado la previsión meteorológica y había obrado en consecuencia. Lys se llevó el recipiente con ella, y una vez de regreso en su hogar lo limpió, lo secó con mimo y lo abrió. Allí dentro estaban todas las notas antiguas con sus respectivas chinchetas y además una nueva nota junto con un lirio. No era la primera vez que un pretendiente la intentaba cautivar con el gesto vomitivamente ñoño de regalarle un ramillete de lirios, pero aquella solitaria flor refugiada en el interior de aquel taper consiguió hacer que su corazón se acelerase. Aquello era absurdo, Nadir podía ser literalmente cualquier persona; joven o vieja, varón o mujer, guapa o fea, bondadosa o malvada... ¿qué demonios hacía permitiendo que el germen de una idealización empezase a echar raíces en lo más profundo de su alma? Solo porque llevase tantos años añorando encontrar el amor no significaba que este le estuviera esperando más allá de una enigmática nota pegada en la corteza de un árbol o guardada en un taper. Sin embargo, solo había un modo de romper aquel extraño hechizo, y era seguir adelante hasta descubrir la verdad. Era lo que siempre había hecho como científica y no iba a darle la espalda a aquel misterio.

Prosiguió el diálogo con Nadir, esta vez a través del taper, que empezaron a enterrar bajo el árbol para mayor seguridad, a la vez que Lys iba liberando espacio llevándose con ella las notas más antiguas. Y así, con su peculiar cadencia, la conversación fue fluyendo. Nadir explicó que se había comprado uno de los pocos teléfonos “no inteligentes” que todavía se fabricaban y no se sentía cómodo con las comunicaciones electrónicas; en raras ocasiones llamaba por teléfono, le encantaba escribir largas cartas, quedar con la gente en persona, y en aquel caso en particular, quería mantener el taper como método de comunicación, al menos por el momento. Tenía sus motivos, afirmó, aunque Lys no logró sonsacarle cuales eran.

Lo que sí reveló Nadir fue su género, masculino, su edad, 34 años (dos menos que Lys), y su profesión: era escritor. Publicaba bajo un estrafalario seudónimo, John Lane, y sus novelas, que se movían siempre en el ámbito de la ciencia ficción más especulativa con algún requiebro metafísico aquí y allá, tenían un nutrido público que las devoraba ávidamente, contando además con el beneplácito de la crítica. Lys se leyó dos de ellas, “Más allá de la oscuridad” y “La mente enroscada”, y quedó fascinada ante la magia que emanaba de sus páginas. El estilo de Nadir era atrevido pero a la vez consistente, siempre con la dosis adecuada de humor e intriga que trufaba con alguna que otra reflexión sesuda que Lys no dudó en añadir a su cuaderno personal de notas.

Y así transcurrieron tres meses, tres meses en los que comenzaron a usar hojas arrancadas de cuadernos y cambiaron a un taper más grande. Lys acudía al árbol en días alternos, siempre con la esperanza de sorprender a Nadir, aunque ello nunca sucedía. Ambos tenían una manera de pensar distinta pero complementaria. También compartían algunas aficiones como la escritura, la lectura, la música rock, la pasión por la ciencia, los paseos por el bosque o los misterios... Muy a su pesar, Lys tuvo que admitir que se había enamorado platónicamente de Nadir, y por eso la atormentaba no saber nada de su aspecto físico. Aquella pelota estaba en el tejado de él. Eran las normas de Nadir y Lys había decidido aceptarlas a fin de poder mantener el contacto. Sin embargo, el deseo de resolver el enigma bullía en su interior con tanta fuerza que no pudo resistirse a hacer trampas.

Acudió a la ciudad, y allí, en una tienda especializada, adquirió una sofisticada cámara portátil de vigilancia. El aparato, que durante la noche pasaba del espectro visible a infrarrojos, podía almacenar hasta 100 horas de grabación en su memoria interna y disponía de una batería capaz de aguantar 30 horas antes de tener que ser recargada, aunque por un poco más le consiguieron encasquetar una segunda batería de repuesto. Incluso podía conectar la cámara en directo con su teléfono móvil.

Durante una de sus visitas al taper de notas, escondió la cámara en la conveniente oquedad del tronco de un árbol cercano, lo suficiente lejos como para minimizar el riesgo de ser descubierta, pero no demasiado, a fin de conseguir la máxima resolución posible. La probó, funcionaba, reforzó su camuflaje con un puñado de otoñales hojas secas y se fue con un extraño cosquilleo en el estómago.

Aquella noche apenas durmió, cada diez minutos se levantaba a consultar el móvil. El resultado siempre era el mismo nada: ninguna alerta de movimiento, todo oscuramente tranquilo en el bosque.

Fue la noche siguiente, justo después de que Lys se hubiese dormido desfallecida por el agotamiento, cuando la cámara espía sorprendió a un hombre anciano de larga melena, probablemente canosa, desenterrando el taper, cogiendo la última comunicación escrita por Lys, dejando la suya y volviéndolo a enterrar. A la mañana siguiente, aquella grabación consiguió que Lys se atragantase con los cereales de su desayuno. Luego se echó a llorar. Es muy barato construir castillos en el aire, pero su destrucción puede llegar a ser muy cara, reflexionó amargamente. Pasó todo el resto del día rumiando qué hacer. La tentación de mandar al infierno a Nadir, a Jonh Lane o como demonios quisiera llamarse, era grande, pero algo en su interior la empujó a ser paciente y a recopilar más información. Aunque su esquivo interlocutor fuese en realidad un venerable miembro de la tercera edad, el secreto persistía y eso le bastaba para seguir adelante. ¿Por qué aquel viejo hacía aquello? ¿Era un loco peligroso? ¿Estaba realizando algún tipo de experimento con ella? Con frío aplomo, Lys respondió a un nuevo mensaje de Nadir como si no hubiese descubierto nada.

Esta vez le respondió una joven adolescente de como mucho veinte años de edad, tal vez menos. Los infrarrojos la descubrieron caminando con rápidos y ágiles pasos en dirección al taper, contrastando con la calmada lentitud del anterior señor mayor, y allí procedió a llevar a cabo la comunicación del modo habitual. Lys dió un grito de asombro al descubrir aquello. La caligrafía de Nadir nunca había cambiado lo más mínimo, así que, una vez superado el desconcierto, la explicación no tardó en abrirse camino en su mente. Nadir usaba intermediarios a fin de evitar ser descubierto. A su maquiavélica manera, era lógico. Escribía su nota, se la entregaba a sus colaboradores y ellos hacían el trabajo de campo, o mejor dicho, el trabajo de bosque. El señor mayor bien podría ser su tío, y la joven muchacha su hermana pequeña, o una sobrina. Lo que ni remotamente se esperaba Lys era la magnitud de la lista de mensajeros con los que contaba Nadir. Siguieron acumulándose grabaciones, y cada una mostraba a una persona distinta desenterrando el taper; un señor de mediana edad notoriamente obeso y embutido como una morcilla en un chándal, una espigada mujer de prominente nariz aguileña y atuendo demasiado elegante para tales menesteres... incluso en una ocasión, a última hora del día, acudió un niño que malamente llegaría a los 12 años. Y nunca, nunca se cruzaba con los mensajeros, debían de estar instruidos en actuar sólo cuando no hubiese moros en la costa.

Lys había tratado de resolver el misterio y el enigma no había hecho sino enrevesarse aún más... como a ella le gustaba. Claramente debía de haber una organización detrás de aquello, no era posible que una sola persona pudiera movilizar a tal cantidad de recursos humanos. Lys cada vez apostaba más fuerte por la idea de estar siendo víctima de un retorcido experimento psicológico, quizá esponsorizado por un doctorando sin escrúpulos, bien becado y ansioso de publicar un suculento paper a cualquier precio. Pues bien, ella no iba a dejarse embaucar como una pardilla. Prosiguió con la ficción, rota ya la idealización que había llegado a construir alrededor de la existencia de Nadir, y volvió a hacer bajar la cifra de su cuenta corriente, esta vez contratando a un detective privado. Se llamaba Fran y se lo recomendaron en un foro de Internet en el cual Lys llevaba años participando.

Fran resultó ser un cuarentón de ralo cabello bien entrado en canas, rostro cuadrado, suspicaces ojos marrones y complexión corpulenta. Vestía con unos gastados vaqueros, camisa blanca, chupa de cuero, y solo le faltaban las gafas de sol y un palillo entre los dientes. Con todo, resultó ser una persona amable y un profesional competente. Escuchó con atención y no cierto asombro toda la historia, tomó algunos apuntes en un sufrido bloc, y se dispuso a hacer su trabajo. A la semana siguiente Lys ya tenía un completo informe. Durante este periodo de tiempo había realizado tres actos de comunicación con "Nadir", y por lo tanto Fran había podido seguir y fotografiar a tres individuos distintos: una mujer mayor, una chica adolescente y un hombre delgado de edad indefinida. Todos acudían a la taquilla de una estación de tren a recoger la nota que "Nadir" les había dejado.

¿Habían llegado a un punto muerto? No. Lys ofreció a Fran un sobresueldo sí, infringiendo sus protocolos, interactuaba con el siguiente mensajero. En concreto debía de amenazarle de alguna manera e intentar sacarle información, toda la información posible. Fran le respondió que lo haría a cambio de sus honorarios habituales; aquel era el trabajo más extraño que le habían encargado nunca y estaba tan expectante como Lys por descubrir a la persona o personas que se hallaban detrás de todo aquello.

En la siguiente interacción, el papel de recadero le tocó a un bisoño veinteañero granuliento con la inseguridad escrita en los ojos. Fran le interceptó, le enseñó una placa falsa de inspector de policía a la que recurría en situaciones excepcionales y le explicó a Hugo, como se llamaba el joven, que estaba participando como enlace en una grave trama de pedofilia y tráfico de seres humanos. El único modo de que la Fiscalía pidiera una condena reducida para él era que le contase todo lo que sabía. Hugo, al borde de las lágrimas, explicó con voz trémula que había recibido un correo electrónico en el cual se le prometían 300 € si realizaba con éxito las acciones que se le explicaban (que Lys y Fran tan bien conocían), las cuales serían verificadas antes de abonarse el dinero, más otros 50 € mensuales a cambio de su silencio durante el siguiente año. Él no tenía porque saber lo que ponía en los mensajes, ni quien era el remitente o el destinatario... Fran le intimidó y amenazó tan expertamente, que finalmente Hugo cantó como un jilguero. No solo proporcionó a Fran la dirección de correo electrónico desde la cual había recibido tan peculiar encargo, sino que colaboró en todo lo necesario para que el detective pudiera localizar la IP de origen. IP de origen que resultó provenir... del ordenador personal de Lys.

Cuando Fran le informó de este dato Lys se quedó livida, congelada. Fran la confrontó airadamente, preguntándole si todo había sido una especie de broma surrealista, o estaba loca, o alguien había pirateado su ordenador, o qué, a lo cual ella no supo qué decirle.

Lys no sabía qué hacer, inesperadamente aquel misterio romántico se había vuelto contra ella. Le pasó a su PC varias veces su caro antivirus sin que encontrase nada anómalo. Y entonces fue cuando se le ocurrió una idea insensata. Decidió monitorizar su salón, donde estaba su PC, del mismo modo que había hecho con el árbol. ¿Y si alguien había hecho una copia clandestina de sus llaves y se colaba por las noches en su casa? Aunque en el fondo, muy en el fondo, temía otra cosa.

Su temor se confirmó cuando visualizó en la pantalla de su ordenador la última grabación de su cámara espía y reveló por fin la verdadera identidad de Nadir. A las 4:13 a.m. se descubrió a sí misma entrando en el salón, sentándose en la misma silla en la que ahora volvía a estar sentada, encendiendo el ordenador, y pasando las siguientes tres horas delante de él, la mayor parte del tiempo escribiendo en el teclado. Luego lo apagó y volvió a la cama tranquilamente. No recordaba nada de todo eso, absolutamente nada, ni pudo descubrir nada en el historial de búsqueda del navegador. Había sido ella misma todo el tiempo y se había borrado las pistas... su mente... su mente no estaba bien...

Todavía estaba siendo sacudida por las primeras oleadas de vértigo y pánico cuando Fran la llamó para ofrecerle los servicios de un amigo suyo, que era un experto informático. Aliviada por escuchar una voz conocida, aunque fuese de un detective privado, le contó, entre balbuceos, el espantoso secreto que acababa de descubrir.


- ¡Dios mío! - exclamó Fran - Voy ahora mismo a tu casa, necesitas ayuda, no puedes estar sola en un momento así.

Los 40 minutos que tardó Fran en cumplir su promesa y presentarse en la puerta de su casa, Lys los pasó ovillada en el suelo, llorando y gimiendo de miedo. El sonido del timbre la sacó de su trance. Hizo entrar a Fran en el salón, se sentaron, ella en una silla y él en el sofá, y Lys volvió a explicarle lo sucedido, esta vez más pausadamente, a la vez que le enseñaba la grabación.

- ¿Y no recuerdas absolutamente nada? - Se asombró Fran.

- ¡Nada de nada! - lloró Lys - Es como si lo hubiera hecho otra persona, como si alguien hubiera robado mi cuerpo...

- En realidad Deneb no robó nada, siempre estuvo ahí contigo - comentó Fran con tono didáctico, como si le estuviese explicando un hecho elemental a un niño.

- ¡¿Cómo?! - gritó Lys conmocionada ante aquel nuevo descenso un piso más abajo en el infierno del horror - ¡¿Deneb?! ¡¿Quién es Deneb?! ¡¿De qué hablas?!

- Hasta donde sé - explicó Fran - Deneb es la otra identidad en la que está desdoblada tu mente. Tal y como sospechaste cuando decidiste monitorizar tu propio salón, sufres un trastorno disociativo de la personalidad. Deneb se “despierta” cuando duermes, normalmente entre tres y cuatro horas, y al igual que tú con ella, no comparte recuerdos contigo, aunque a lo largo del tiempo ha podido ir averiguando bastantes cosas sobre ti. Extrañamente, cuando Deneb se “duerme”, regresas a la cama y no recuerdas nada. No obstante, el escaso tiempo del que dispone cada noche, lo aprovecha bien. Extraordinariamente bien. Como ya sabes, ha escrito varias novelas de éxito con su seudónimo John Lane, e incluso habla contigo a través de un foro de Internet. Precisamente fue ella quién me recomendó.

- Yo... ella... las notas... Nadir... - balbuceó Lys, que solo quería despertar de aquella espantosa pesadilla, o que Fran le dijese que todo era una broma, o un experimento...

- “Nadir” ha sido la performance final de Deneb. Su grand finale. Gracias a ello, consiguió relacionarme contigo y permitió que esté ahora mismo aquí, y al mismo tiempo, sospecho que ha disfrutado jugando contigo.

- ¡Tú! ¡¿Qué tienes que ver con ella?! ¡¿ Qué quieres de mi?! - aulló Lys levantándose de su silla y al fin enfrentándose a Fran con su cara congestionada por la ira y sus puños cerrados con fuerza.

- Tienes que entender a Deneb - contestó Fran recostándose en el sofá y sin perder ni un ápice de su frío aplomo - Su vida es una mierda, si es que se le puede llamar vida. Ha tratado de darle sentido a su existencia a través de la literatura, a través de los foros en Internet, a través de todo lo que se le ha ocurrido, pero ya no puede más. No tenía a nadie a quién pedir ayuda y sabía que si intentaba hablar contigo te asustarías, buscarías ayuda psiquiátrica y la tratarías de borrar, de suprimir, de matar. Así que finalmente se rindió y tomó la decisión de terminar con todo, pero no sin antes protagonizar un último espectáculo. Se inventó a Nadir e invirtió todo el dinero necesario en conseguir que esos idiotas peregrinasen al árbol a dejar y coger mensajes. Unos costaron más caros y otros más baratos, pero todos tenían un precio y solo unos pocos fallaron y se quedaron sin su recompensa. Y como a Hugo, a todos les sigue pagando a cambio de su silencio. Deneb es asquerosamente rica. Sin embargo, ahora ha llegado la hora de bajar el telón.

Mientras pronunciaba las últimas palabras, Fran se levantó parsimoniosamente del sofá, sacó una negra pistola de debajo de su chaqueta y apuntó con ella a Lys.

- ¡No! - chilló Lys retrocediendo espantada ante la presencia del arma - ¡Tengo derecho a vivir!

- Y Deneb tiene derecho a morir - replicó Fran con dureza.

- ¡Te pagaré! ¡Te pagaré más de lo que ella te ha pagado! - imploró Lys cayendo de rodillas frente a Fran con sus enrojecidos ojos anegados de lágrimas y las manos unidas en gesto suplicante.

- No puedes, como te he dicho, Deneb ha ganado mucho, mucho dinero con sus libros. He espiado tu cuenta corriente y no puedes competir con la suya. Ni de coña. Ayer me ingresó el dinero, pero si no muere hoy junto a ti, dará orden de cancelar la transferencia. Se acabó Lys, lo siento.

- ¡¡Noooooo!! - chilló Lys tapándose la cara con las manos y entregándose sin condiciones al más abismal e inefable terror.

Y Fran apretó el gatillo. Y se escuchó una violenta detonación que golpeó dolorosamente sus tímpanos. Y no sucedió nada más, salvo que el perro del vecino empezó a ladrar asustado.

Lys se palpó el cuerpo, incrédula. No sufría dolor, ni había sangre tampoco. Era imposible que Fran hubiese fallado el disparo a aquella distancia.

- Solo era una pistola de fogueo - la tranquilizó Fran con una voz suave que contrastaba con su dureza anterior - Si te preguntan los vecinos o si acude la policía, di que estabas ensayando una obra de teatro. Aquí termina realmente mi misión. Deneb solo quería asustarse, hacerte experimentar su confusión, incertidumbre y miedo. Demostrarte lo que se siente cuando tu vida pende de un hilo y puede terminar en cualquier momento. Por favor, habla con ella, acepta su existencia, no la intentes eliminar. Podéis coexistir en paz. -

Dicho esto, Fran dejó delicadamente la pistola sobre una mesa y se dirigió de regreso a la puerta de la calle. Justo antes de irse, cruzó su mirada con la de Lys una última vez.

- Como ya te dije, este ha sido sin duda el trabajo más extraño que me han encargado nunca. Y también el mejor pagado. Espero que os vaya bien. -

Pronunciadas estas palabras, Fran cerró la puerta a sus espaldas y Lys nunca más le volvió a ver.

Un par de minutos después, su vecino llamó a la puerta con su perro ladrando tras él, aún nervioso. Lys le contó la historia de la obra de teatro y cómo el humo de la detonación de la pistola de fogueo se le había metido en los ojos haciéndola llorar, pidiéndole que por favor no llamase a la policía. La mentira funcionó, o quizá el vecino simplemente no quería complicarse la vida.

A partir de aquel día, Deneb y ella hicieron las paces y entablaron una próspera y colaborativa amistad.


Escrito por Iván Escudero Barragán

 


 

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