El efímero rey de Tebas

 El efímero rey de Tebas



Las doce pruebas de Hércules y los diez años que tardó Ulises en volver a casa no eran nada comparado con aquello. Iseo, simple pastor que vivía en la ladera este del monte Pathos (con hache) se enfrentaría a extrañas e inimaginables pruebas para convertirse en el siguiente rey de Tebas.
Aquello había comenzado del modo habitual. Una visita al Oráculo, una profecía desafortunada, y un bebé lanzado al mar Egeo para tratar de huir del Destino. Pero con el Destino no se juega.
Vale que la profecía fue generada tras una borrachera de este dios en una poco habitual visita del mismo a Dionisio. Pero una vez enunciada la profecía no podía echarse atrás, so pena de no ser tomado en serio. Así que debía trabajar porque las palabras de la suma sacerdotisa se cumplieran.
De este modo el bebé, que en otras circunstancias habría muerto ahogado o golpeado contra una roca en cuestión de segundos, se salvó gracias a la afortunada y totalmente "causal" intervención de una sirena. Esta le recogió y le llevó hasta el monte Pathos (con hache), encomendando su bienestar a un pastor que por allí pasaba. Éste le llamó Iseo.
Pastorear no era precisamente aquello para lo que Iseo había nacido. Cada vez que fracasaba en su labor el pastor le repetía que según la sirena eso era porque estaba destinado a hacer grandes cosas. Pero se callaba que, en su humilde opinión de persona normal, simplemente era un inútil.
Iseo fue haciéndose mayor, y el Destino se sentía cada vez más presionado por cumplir la profecía. Así que tomó de nuevo cartas en el asunto e hizo que una cabra se perdiera en el monte. Iseo salió a buscarla, y llegó hasta un camino donde había alguien descansando. Iseo lanzó una cuerda con intención de amarrar a la cabra, pero quiso la mala suerte (ayudada por el Destino) que aquella cuerda se enganchara en un árbol. Al tirar de ella la rama se fracturó y cayó sobre quien descansaba bajo ella matándolo en el acto.
Enseguida apareció la guardia real, reclamando saber lo ocurrido. Como no sabía hablar (sin duda un defecto de nacimiento y no de haberse casi ahogado horas después de nacer), Iseo tubo que dibujar lo que había pasado. Tras esto la guardia real le llevó a palacio y le presentó ante su corte, donde descubrió que el muerto era el antiguo rey.
Según una antigua ley, quien mataba a un rey se convertía en el siguiente, por lo que Iseo fue coronado. Acto seguido, un miembro de la corte le cortó la cabeza de un golpe.
Y así fue cómo, por una borrachera del Destino, un pequeño kiwi reinó durante ocho segundos completos en el reino Tebano dominado por las urracas.
Tras aquello, Destino decidió hacerse abstemio.

Escrito por Aránzazu Zanón


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