Paciente venganza

 Paciente venganza




Cada vez que cerraba los ojos, lo único que escuchaba era aquel pitido continuo. Nada importaba si se encontraba en un lugar ruidoso o silencioso; en el momento en que se unían sus párpados todo a su alrededor desaparecía y era sustituido por ese sonido tan distintivo.

Extrañamente, su visión no se veía tan afectada. No es que hubiera olvidado esa imagen, desde luego. No necesitaba concentrarse en absoluto para ver de nuevo aquellas batas blancas afanándose alrededor del diminuto cuerpo que ocupaba la cama. Recordaba incluso que el cristal a través del cual observaba tenía una mancha de color parduzco en la parte del pasillo, que parecía haber sido causada por una salpicadura de café. Era absurdo recordar tan bien esa mancha y no ser capaz de decir cuántas personas había en aquella habitación, tratando sin éxito de devolverle la vida a aquel cuerpo que siendo tan joven se había visto desprovisto de ella.

Y, sin embargo, lo que venía a su mente cada vez que cerraba los ojos era aquel sonido continuado. Aquello y una voz derrotada diciendo que no había nada más que hacer poco antes de que otra de aquellas anónimas batas blancas alargara una mano enguantada para apagar la sonora máquina.

Después, el silencio.

Jamás había sentido tanto dolor, tan intenso y en cada una de las células de su cuerpo.

Antes pensaba que eso de que el dolor psíquico se manifestara de manera física era una exageración, pero ahora lo estaba viviendo en sus propias carnes.

Habría preferido mantenerse toda la vida en la inopia antes de compartir ese conocimiento.

Desgraciadamente, para este tipo de adquisición de conocimiento no existía marcha atrás.

No existía... por mucho ahínco que pusiera en su búsqueda de un método que eliminara ese profundo dolor que le desgarraba por dentro.

Su "medicina" habitual era el alcohol. La parte de su mente que aún conservaba cierta capacidad de raciocinio le decía que los efectos de la ingesta de tanto alcohol eran únicamente negativos. No existía ni siquiera un verdadero olvido, aunque durara apenas unos segundos y conllevara consecuencias desastrosas.

Poco le preocupaban ya las consecuencias que la vida pudiera traerle.

Ya no existía el futuro para él, y el pasado era demasiado doloroso para recrearlo; solo existía el presente, y se hallaba en el fondo de una botella de whisky escocés.

Al menos, eso pensaba antes de conocerle.

A simple vista era un tipo anodino, de más de 50 años y andares nerviosos. Un poco entrado en carnes, tenía un aspecto completamente inofensivo. Nada más lejos de la realidad.

Apareció en el bar, se sentó junto a él y, tras presentarse precipitadamente, le ofreció un extraño trabajo. Alegó que le habían robado los frutos de años y años de estudio, y que se los habían apropiado de tal forma que no podía demostrar ante las autoridades que ese trabajo le pertenecía.

Intentó quitárselo de encima, alegando que ya no trabajaba en esas cosas, que lo había dejado. Pero el otro insistió, erre que erre. Al final aceptó la oferta.

No fueron las razones que le expuso, que declaraba de justicia. Tampoco la cantidad desorbitada de dinero que le ofrecía.

Lo que le hizo cambiar de opinión fue el nombre del ladrón.

Casualidad, destino... Poco importaba el motivo. Lo esencial era que aquel extraño le ofrecía dinero y medios para enfrentarse al monstruo que había dinamitado su vida de aquella forma. Por una vez, la parte racional de su cerebro estaba de acuerdo con la sección alcoholizada. Si no podía volver atrás, al menos obtendría venganza.

Su interlocutor apenas reaccionó ante su cambio de actitud, más como si lo esperara que como si no se hubiera percatado de ello. A él poco le importaba ya si todo se trataba de una encerrona; aquel hombre le estaba ofreciendo aquello que no se había atrevido a soñar. Dado que ya no le preocupaban las consecuencias, sería todo o nada.

Oficialmente, su objetivo sería recuperar los discos duros donde había guardado "el trabajo de toda una vida". Lograrlo justificaría todo el dinero y medios que pudiera necesitar. Pero  lo que buscaría realmente sería la ruina total y absoluta de ese individuo. Y para conseguirlo necesitaría elaborar un plan concienzudo.

El primer paso sería abandonar o, al menos, reducir la ingesta de alcohol para evitar que la mente le fallara en el peor momento. Ahora que tenía un objetivo podía permitirse despertar nuevamente a la realidad, aunque fuera en pequeñas dosis.

Lo siguiente era recabar información. Lugar de trabajo, vivienda, itinerarios habituales... Incluso su silla preferida a la hora de tomar una cerveza en el bar podía ser primordial a la hora de poner en práctica el plan que todavía se estaba gestando en su cabeza.

Debía actuar con cuidado pero de manera precisa y, sobre todo, indetectable. Esa era la clave para que todo pudiera funcionar correctamente. Como un virus capaz de propagarse durante su periodo de incubación y que terminado este ataca con contundencia y rapidez. Esa era la estrategia que debía seguir para finiquitar su objetivo.

La tercera fase era la de intendencia: hacer acopio de todo aquello que pudiera necesitar para llevar sus ideas a buen término. Y que sus compras no fuesen rastreables a corto plazo; si bien no le importaban las consecuencias no le haría ninguna gracia que le detuvieran antes de tiempo.

Y tiempo es lo que necesitaba para hacerlo todo bien. Tiempo y paciencia. Precipitarse y meter la pata no era una opción.



Y por fin llegó el día. Con todo bien memorizado y habiendo pensado en todo aquello que se le ocurría que pudiera salir mal (incluyendo la opción de que pasara un tifón o que sufriera un fuerte catarro que le imposibilitara), se puso en marcha.

Lo primero, lo más sencillo, era conseguir los discos duros. Un mero trámite para alguien con unas habilidades sociales como las suyas. No por nada era considerado uno de los mejores estafadores de Europa. En apenas un par de horas había conseguido los discos duros, los había envuelto adecuadamente y los había enviado por correo postal a su cliente.

Ya solo le quedaba la parte del plan que le traería una fuerte satisfacción personal. Aunque sabía que aquello no eliminaría ni un ápice del terrible dolor que estaba sufriendo, al menos dejaría de ser solo él quien lo hiciera.

Al fin tendría su venganza.



Unos días más tarde apareció en la primera plana de todos los periódicos y otros medios de comunicación la siguiente noticia: "Cadáver carbonizado descubierto en parque infantil junto a una nota donde reconoce la autoría de los desfalcos que causaron la muerte de un niño a causa de materiales de mala calidad".


Escrito por Aránzazu Zanón

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Era de los Héroes

El discurso de investidura

Una lección de civismo