La Esfinge del ajedrez
La esfinge del ajedrez
Érase una vez dos niños llamados Noelia y Roberto. Noelia tenía siete años y Roberto seis. Un día, su abuela Esperanza les llevó a casa un regalo para los dos. No era su cumpleaños ni nada parecido, pero el regalo estaba envuelto como si lo fuera. Subieron a su cuarto, abrieron la caja y vieron un tablero de ajedrez con unas palabras escritas en el centro, como un pequeño poema.
Noelia lo leyó en voz alta mientras Roberto comprobaba que no había nada más en la caja:
"Este juego da cobijo
a un brillante acertijo.
No sueltes ningún improperio
si no esclareces el misterio.
Pero si a casa quieres volver
el enigma has de resolver".
En cuanto leyó los versos, una luz empezó a salir de la zona escrita. Los dos se inclinaron sobre el tablero, viendo cómo el chorro de luz inundaba toda la habitación. Segundos después la habitación estaba totalmente vacía. Solo podía verse el tablero de ajedrez, sin inscripción y con las piezas preparadas para empezar a jugar.
Cuando la luz se disipó, Noelia y Roberto miraron a su alrededor, entre sorprendidos y atemorizados. Ya no estaban en su habitación. Se encontraban en medio de una selva. Los árboles eran muy altos y había lugares en que sus troncos estaban tan juntos que era imposible pasar entre ellos.
Sin salir aún de su asombro, escucharon una extraña voz que se escurría como la brisa y parecía no provenir de ningún sitio.
—Completad el laberinto —les dijo—. Cuando lleguéis al final encontraréis una esfinge. Enunciará un enigma para que lo resolváis. Si lo hacéis volveréis a casa. Si no, os quedaréis aquí para siempre.
Cuando la voz se disipó, se miraron sorprendidos y empezaron a andar. Cuando llegaron a una bifurcación, mientras su hermana intentaba adivinar qué camino escoger, Roberto se dio la vuelta para ver cuánto habían andado. Cuál no sería su sorpresa cuando vio que el camino había desaparecido. Apenas a un par de pasos detrás de ellos estaba la barrera de troncos de árboles. Después de comentarlo con Noelia se decidieron por el camino de la izquierda. Pocos pasos después se dieron la vuelta. Volvían a tener la barrera detrás de ellos.
Así siguieron durante lo que les parecieron horas y horas. Y de vez en cuando encontraban bifurcaciones y cruces. Y siempre, escogieran el camino que escogieran, tenían la barrera detrás suyo.
Aunque al principio estaban solos en el camino, después empezaron a ver pájaros en las ramas de los árboles que se escapaban de la barrera y diversas madrigueras a sus pies, entre las raíces.
Y llegaron al final de su camino. Cuando ya no sabían el tiempo que llevaban andando, llegaron a un claro. Al fondo había un gran espejo donde se veía su habitación, con el tablero de ajedrez en el suelo y las piezas colocadas. En el centro del claro había una gran criatura de un brillante oro que hacía daño a los ojos: una criatura con cuerpo de león y cabeza de mujer. Una esfinge con unos ojos tan profundos que daban la sensación de que había vivido durante millones de años.
La esfinge se volvió y clavó la vista en los niños. Con una extraña voz, imposible era decir si de hombre o de mujer, se dirigió hacia ellos.
—Un enigma debéis resolver si a vuestra casa deseáis volver. —Hizo una pausa para asegurarse de que le atendían—. Por la mañana anda a cuatro patas. Por la tarde a dos. Y por la noche a tres. ¿Quién es?
Los dos niños se pusieron a pensar. Cualquier solución que se les ocurría no servía. Estuvieron dándole vueltas durante mucho rato. Cuando parecía que no lo lograrían, a Noelia se le ocurrió la única solución posible. Pero, cuando abrió la boca para contestar, fue Roberto el que habló.
—La respuesta es el hombre. Por la mañana, es decir, cuando es un bebé anda a gatas. Por la tarde, ya adulto, anda sobre dos piernas. Y por la noche, cuando ya es mayor, necesita la ayuda de un bastón.
—La respuesta es correcta. —Y haciéndose a un lado la esfinge les dejó frente al espejo.
Éste emitió una luz que les hizo cerrar los ojos. Cuando los abrieron, estaban en el suelo de su habitación, frente a frente, con el tablero de ajedrez entre ellos. Se miraron y sonrieron.
En ese momento llamaron a su puerta. Era su abuela. Les preguntó si les había gustado el regalo, a lo que ellos le contestaron que sí. A continuación les enseñó a jugar al ajedrez.
Escrito por Aránzazu Zanón
Gracias por la dedicatoria y está bien, muy bien, casi casi podía ser verdad, porque jugábamos mucho a las adivinanzas
ResponderEliminar