Más allá de la niebla

 

Más allá de la niebla 

 

 Ella viajaba en el autobús interurbano a través de la carretera de entrada a su ciudad cuando llegó la niebla. No era una niebla normal, su densidad era anómalamente alta y avanzaba reptando por el suelo como si fuese una especie de ser vivo. Invadió la vía, envolvió a todos los vehículos que circulaban por ella y causó el accidente. 

 Cuando recobró el conocimiento colgaba bocabajo sostenida por el cinturón de seguridad del asiento y un reguero de sangre rodaba cálidamente por su cara. Masticó el sabor amargo del miedo mientras luchaba por recordar cómo se movía su cuerpo, liberarse e intentar salir de allí. Los gritos del resto de pasajeros le llegaban amortiguados desde el otro lado del shock. Lo siguiente que recordaba era haber sido transportada en una camilla por dos enfermeros, cruzando la viscosidad de la niebla, densa como la melaza. Cuando, dos días después le dieron el alta en el hospital pensó que al fin había pasado todo, pero se equivocaba. Todos los días, a veces en varias ocasiones, perdía el control de su cuerpo y su consciencia pasaba a segundo plano a la vez que la presencia fría y rugosa de otra mente tomaba el relevo. Sorprendentemente no se asustaba, simplemente le dejaba hacer a esa mente invasora, ya que sus actividades no solían ser especialmente perniciosas. La entidad intrusa utilizaba a través de ella su ordenador personal para googlear información acerca de la especie humana y su caótica civilización, o llamaba a amigos y familiares para hacerles preguntas, quizá algo invasivas, acerca de sus emociones o de los recientes pormenores de su fisiología. 

 Corrió primero el rumor a través de las redes sociales, luego la alarma en los medios de prensa y finalmente se hizo oficial la noticia por parte de la administración: todos los que habían estado en contacto con la niebla lo habían estado también con algún tipo de presencia alienígena. Dicha presencia parasitaba sus cerebros y tomaba directamente el control cuando así lo necesitaba para espiar e investigar a la especie humana de un modo insultantemente poco sutil. Lo más extraño era que aquellas mentes alienígenas que habían cabalgado la niebla podían colaborar entre ellas e incluso controlar a más de una persona a la vez. Ella nunca olvidaría aquel día en que su mente alienígena parásita tomó por enésima vez el control sobre ella y la manejó manteniendo relaciones sexuales con otra atractiva mujer a la que también controlaba. Fue el onanismo lésbico interpersonal más extraño que jamás hubiera podido imaginar, y no le desagradó, más bien al contrario, lo disfrutó intensamente en comunión con el peculiar huésped con quien compartía su cerebro, sabiendo por añadido que la otra mujer participante compartió felizmente el mismo goce. 

 Seguramente que fue a partir de ahí cuando la mente alienígena, su exótico copiloto mental, empezó a enamorarse de ella. Cuando la poseía ya no solo buscaba información, ahora también escribía frases en cuadernos o incluso en servilletas, frases que nada tenían que ver con su trabajo investigador. "Qué guapa eres por dentro". "Me alegro de compartir tus pensamientos". "Te amo". Ella se ruborizaba cuando leía tales mensajes que su propia y ajena mano escribía, hasta que llegó el día en que la mente parásita alienígena se lo confesó todo. Aquella entidad únicamente cumplía órdenes, sus jefes le habían encargado a ella y a otras etéreas mentes viajeras como ella una importante misión: espiar a la humanidad y recopilar la mayor cantidad de información posible. Era solo por si acaso, a priori no deseaban invadirnos ni hacernos daño, pero querían tenernos controlados por si en algún momento llegaba el momento en que nos tuvieran que parar los pies. Ese día, el día de la declaración de amor y de la confesión, fue el mismo en que llegaron soldados desde otras ciudades con la misión de arrestar a todas aquellas personas de las que se supiese o sospechase que hubiesen tenido contacto con la niebla.

 

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 Un sonoro crujido le hizo interrumpir el visionado de la película. Miró a su alrededor y otros pasajeros le devolvieron la mirada igualmente nerviosos, aunque su novia seguía durmiendo profundamente en el asiendo de al lado con expresión de dulce y abandonada placidez. Paró la película, dejando a la protagonista y a su enamoradiza mente alienígena invasora huyendo de los soldados, y oteó más allá de la ventanilla. Muy por debajo de él avistó unas montañas nevadas que refulgían mortecinamente con las últimas luces de la delgada raya celeste del crepúsculo. Le sorprendió lo tranquilo que estaba, cuando a él normalmente le solía dar miedo volar en avión. Volvió a fijarse en las montañas, a las cuales la distancia convertía en irreales. El suave blanco de la nieve le sabía a nata, y los oscuros riscos rocosos eran sin duda de amargo chocolate negro. Empezó a salivar, si la comida en aquella aerolínea no fuera tan rematadamente cara... Otro avión pasó por debajo de ellos, escupiendo paracaidistas desde su panza. "Hay que estar loco" pensó. 

 Un nuevo y tenebroso crujido volvió a sobresaltarles y asistió a una danza de bailarinas cosquillas en sus tripas cuando volvió a asomarse a la ventana y descubrió un bosque profusamente nevado. No le gustó lo cerca de él que estaban las copas de los árboles. Hasta que las ramas no empezaron a arañar con brusquedad el fuselaje del avión no fue realmente consciente de que se iban a estrellar. Sin tiempo para poder entrar en pánico, su mente se imaginó al morro del aparato estrellándose contra el robusto tronco de un milenario pino y después de ello hubo mucho ruido, un ruido negro como el betún, y golpes, rudos golpes cargados de acidez. 

 Cuando se atrevió a volver a moverse y a abrir los ojos estaba sumergido en agua, un agua agradablemente salada y no especialmente gélida. Se incorporó descubriendo que una densa niebla le rodeaba. Más allá de ella le sobresaltaron una serie de afilados destellos, algunos amenazadoramente amarillos, otros despectivamente azules, que venían de aquí y de allá. "Son los restos del accidente" pensó. Solo se oía la sorda envoltura de la niebla, que le permitió escuchar perfectamente el desgarrador grito de la soledad. Estaba solo, sólo él había sobrevivido. No era una opinión, era un hecho, la niebla, el silencio y los destellos así se lo habían contado.

 Empezó a caminar lentamente a través de aquellas aguas someras, ensimismado en el susurrar de sus leves chapoteos. Totalmente absorto en el presente, dejó atrás las neblinosas luces del accidente. El lecho acuático era de fina arena, pero varias veces sus pies desnudos fueron a chocar contra adustas piedras maliciosamente sumergidas. Las rocas más grandes se dejaban ver por encima de las cantarinas ondulaciones acuosas y pudo esquivarlas. De repente, un pesado gruñido rasgó la niebla y le golpeó las entrañas como una fría maza. No sabía de qué dirección venía, pero parecía provenir de una fiera grande, cabreada y hambrienta. Caminó lo más rápidamente que pudo; el agua no le dejaba correr por mucho que él deseaba hacerlo. Tampoco quería chapotear demasiado para no facilitar su localización exacta, oculta por la niebla al igual que lo estaba la del depredador que le acechaba. El gruñido se enfureció en su intensidad, sabedor de que intentaba escapar. No quería saber a qué bestia pertenecía y el miedo a perecer devorado por ella le cortaba el alma como un bisturí. Se internó en el agua, que empezó a cubrirle más, hasta la cintura, luego hasta el pecho. Los fieros gruñidos siguieron, pero fueron perdiendo intensidad, engullidos por la niebla y por el espacio. Finalmente dejó de oírlos. Nadó en el agua, que al cabo de un rato volvió a cubrirle menos, de nuevo solo hasta la cintura. 

 De entre la niebla emergieron unos altos y pesados megalitos cuya solemnidad emanaba misticismo y extrañeza. Atravesó aquella versión neblinosa y acuática de Stonehenge a la vez que una luz cálida y seductora comenzaba a anunciarse a través de una indeterminada distancia. Caminó hacia ella, dejando que la esperanza que proyectaba bañase los remolinos de la niebla. El agua le fue cubriendo cada vez menos, permitiéndole caminar con mayor velocidad hasta que finalmente, liberado de su mojado abrazo, pudo transitar libremente por una playa con destino a la hoguera de la cual nacía la luz. Allí se encontró a un grupo de cuatro campistas vestidos con ropa de verano y sentados en un círculo de sillas de plástico alrededor de la hoguera. Había una quinta silla libre y sin mediar palabra se sentó en ella, agradeciendo la caricia del calor de las llamas. El campista que tenía a su izquierdale miró de arriba abajo antes de comentarle con tono casual "estás sangrando". Se auto examinó, descubriendo en efecto un profundo corte en su rodilla del cual corría un escandaloso reguero de sangre. También tenía la ropa sucia y echa girones. "Disculpad – respondió – pero acabo de sobrevivir a un accidente aéreo". Los campistas que le contemplaban en silencio asintieron gravemente, y desvelado el misterio volvieron a posar su meditativa mirada en las llamas de la hoguera que les protegía de la niebla y sus gruñidos. Descubrió que en las proximidades había un edificio con aspecto de tratarse de un hotel de playa, en el cual con casi total seguridad estaban alojados aquellos cuatro individuos. Suspirando se dirigió a él con el anhelo de que hubiera alguna cama libre en la que descansar. Mas no hizo falta, ya estaba en una cama, la de su hogar, y era menester despertarse para dar comienzo a una nueva jornada de teletrabajo.

 

NOTA DEL AUTOR

 Lo que acaban de leer es un sueño triple con doble protagonista que tuve en la madrugada del viernes día 24 de abril del año 2020. No he alterado ni el guion, ni las reacciones de los personajes, ni las transiciones entre escenarios, pero he enriquecido literariamente el relato lo mejor que he podido. El personaje de la chica lo viví en tercera persona (como la "película" que era), y el del accidentado viajero en primera persona. Eso sí, pagaría lo que fuera por saber qué habría sucedido en la recepción del hotel, y por su puesto por conocer el desenlace de la película onírica. Si el lector quiere sugerir uno o sendos finales en los comentarios, siéntase libre de hacerlo.

 

Escrito por Iván Escudero Barragán

 


 

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