Mochis y ratas

 

 

  Mochis y ratas


  Corría el mes de septiembre del año 2132 y tocaba volver al colegio de nuevo, pero esta vez afrontando la prohibición de las mochilas autodeslizadoras. Muchas muertes se habían cobrado dichos artefactos, capaces de acelerar hasta Mach 2, pero también era cierto que ahorraban graves problemas de espalda, ya que los alumnos debían de cargar con hasta siete tabletas electrónicas distintas para poder asistir a clase. Se había intentado unificar formatos y tecnologías para que los estudiantes pudieran emplear sólo una única tableta, almacenando en ella todas sus lecciones y ejercicios, pero tras una enmarañada y despiadada batalla legal entre los distintos fabricantes, en la cual por supuesto ninguno dio su brazo a torcer, esta solución se había descartado.

 
 Igualmente se había intentado forzar a TurboPack S.A., el único fabricante mundial de mochilas autodeslizadoras, a imponer límites de velocidad a sus peligrosos productos, pero su CEO, una mujer de avanzada edad famosa por su megalomanía, su narcisismo y su éxito en la crianza de ratas topo, se había negado a permitir que sus ingenieros cambiasen un solo detalle del diseño original.

  No es mi problema si los jóvenes usan mis mochilas para retarse a hacer carreras esquivando cadenas de cumbres montañosas o intentar acceder suicidamente al espacio exterior. ¡Que sus padres les eduquen mejor! Y si no, dejémosle hacer a la selección natural, que mal no nos irá   fueron sus polémicas declaraciones.

 Debido a todo ello, la discusión acerca de la problemática vuelta al colegio de aquel nuevo curso escolar se alargó durante todo el verano, llenando titulares de periódicos, alimentando tertulias en la holovisión y protagonizando acalorados debates a través de las redes sociales.

 El problema era la escasa población de la Tierra, que seguía sin sobrepasar los 100 millones de personas. Había sido así desde la Gran Caída de los años sesenta del S.XXI, y a juzgar por la escasa natalidad no parecía que la demografía fuese a cambiar, lo cual combinado con el fenómeno cultural del dispersamiento de las viviendas, que la industria de aerocoches no cesaba de incentivar, distanciaba mucho a los alumnos de los centros educativos a los cuales tenían de acudir diariamente, problema que había sido temporalmente solventado por las mochilas autodeslizadoras, ahora prohibidas por el Gobierno Mundial. Y la fabricación y utilización de robots seguía siendo ilegal tras la sangrienta rebelión de Tokyo del año 2107, en la cual se necesitaron tres meses de dura batalla hasta conseguir reprimir una inesperada insurrección de androides sexuales que se cobró la vida de incontables personas.

 Como era inviable hacer que los quejicosos estudiantes transportasen sobre sus espaldas pesados fardos de hasta 20 kg a lo largo de kilómetros de azarosos recorridos que atravesaban zonas despobladas o incluso salvajes, el Gobierno Mundial optó por solicitar a un importante y prestigioso laboratorio de ingeniera genética y clonación, Copypaste Genetics S.A., el diseño y distribución de una bestia doméstica de carga adecuada para dicha tarea. El tiempo apremiaba, así que el diseño se hizo deprisa y corriendo. A falta de dos semanas para el comienzo de las clases los tanques de crecimiento acelerado de  una infinitud laboratorios a lo largo y ancho del mundo no daban a basto a producir "Mochis", que es como se vino a llamar a las criaturas (inicialmente se pensó en denominarlas “Cargadores”, pero debido a los inevitables equívocos que ello sin duda iba a provocar se desestimó dicho nombre en favor de Mochi, ya que se argumentó que las confusiones con el popular dulce de arroz japonés serían menos frecuentes, y es que el tiempo apremiaba y nadie había sido capaz de dar con un nombre que no se pudiera confundir con otra cosa).

 Los Mochis eran seres cuadrúpedos corpulentos y atrozmente feos. Un periodista los describió como una grotesca mezcla entre un buey, una rata topo y una mosca sin alas. Sin embargo, a cambio de su fealdad, de sus toscos gruñidos y de la baba que nunca dejaba de gotear de sus hocicos, eran ágiles, muy fuertes, podían correr o nadar a gran velocidad y estaban dotados de distintos marsupios donde poder transportar tabletas, estuches, reglas u otros utensilios escolares. 
 
 El día antes del comienzo de las clases todos los ayuntamientos se afanaban en instruir a los estudiantes en la monta de Mochis (hubo no pocas bromas con estas palabras, como es imaginable). Los animales eran dóciles y se los había dotado de suficiente inteligencia como para poder atender a órdenes simples, así que en general no hubo problemas, con la excepción de algunos ataques de pánico por parte de padres y alumnos al contemplar por vez primera a aquellos seres que parecían salidos de ese tipo de pesadillas que se tienen cuando una cena te ha sentado mal. Fue destacado en la prensa el lamentable (aunque aislado) caso de un desaprensivo adolescente que intentó escribir con su rotulador en uno de los ojos multifacetados de su Mochi, y como premio obtuvo una visita de urgencia al hospital, así como el pago por parte de sus padres de una costosa mano biónica para reemplazar a la que el animal se había tragado junto con el rotulador.

  Al principio todo fue bien, y a pesar de que los Mochis nunca podrían igualar en eficiencia a las mochilas autodeslizadoras, cumplieron diligentemente con su misión de facilitar la vida de sus jóvenes dueños. Mas no tardaron en aparecer indicios de que las cosas se podían ir muy fácilmente de las manos del mismo modo que había sucedido con las mochilas. Concretamente a las pocas semanas el tuneo de Mochis ya era una moda en expansión. Se descubrió que a cambio de un puñado de alcachofas, su comida favorita, los animales se dejaban teñir sus desaliñados mechones de pelo de estridentes colores, tatuar atrevidos textos o dibujos, e incluso hacer piercings. La moda causó furor y para cuando el Gobierno Mundial quiso imponer regulaciones la mayor parte de las bestias de carga ya lucía como auténticos punkys. Después vinieron las inevitables carreras, que si bien no causaron accidentes mortales sí provocaron que tanto médicos como veterinarios tuvieran bastante tarea sanando contusiones y fracturas. 
 
 Sin embargo la gota que colmó el vaso fueron las peleas de Mochis. En las noches de luna llena se buscaban emplazamientos recónditos donde los estudiantes más canallas apostaban haciendo luchar en fieros combates a sus Mochis. Al principio simplemente se dibujaba un círculo y cada animal debía de intentar sacar de él a su rival, recibiendo en caso de tener éxito un suculento premio de alcachofas. Pero luego se comenzaron a organizar torneos medievales en los cuales pronto se abandonaron los ideales caballerescos, generalizándose el uso de armas letales y un alto grado de sanguinaria violencia. A los mochis se les suministraban pastillas de anfetamina ocultas dentro de las alcachofas, lo cual los convertía en auténticas máquinas de matar. Empezaron a morir tanto animales como estudiantes, y coincidiendo con las vacaciones de navidad, el Gobierno, muy a su pesar, debió de prohibir el uso de los Mochis.

 En medio de los reanudados debates sobre qué hacer, el ministro mundial de Educación y Ciencia propuso salvaguardar las espaldas de los jóvenes y a la vez protegerles de sí mismos cerrando las escuelas y promoviendo la enseñanza online, encontrando sin embargo una fuerte oposición por parte de prácticamente toda la sociedad e incluso de otros ministros.

  Fue por ello que, cuando se desató la plaga global de ratas topo voladoras carnívoras, cuyas incontroladas bandadas convirtieron el acto de salir a la calle en toda una experiencia de riesgo, el problema se resolvió por si mismo al imponerse el teletrabajo y las clases online por parte del Gobierno Mundial. Mucho se ha hablado sobre el origen de la plaga de ratas topo voladoras y su predilección por el consumo de carne humana, y ríos de bits han corrido en diversos foros de conspiración, pero lo cierto es que se ha hecho poco por combatirla, quizá porque los seres humanos nos hemos empezado a acomodar en nuestros confortables, grandes y seguros hogares, siempre provistos de suministros por los nuevos Mochis-Riders.
 
 Escrito por Iván Escudero Barragán 
 
 
 

 
 

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