El artefacto
El artefacto
Hacía tanto calor que se derretían los zapatos. Literalmente, la suela de goma de los zapatos que llevaba aquel hombre se estaba fundiendo en contacto con el suelo. El resto de su calzado, de no muy buena calidad, debía también llevar cierta cantidad de plástico en su composición, porque amenazaba con copiar el camino de las suelas de goma. Sin embargo, el hombre no era capaz de moverse del sitio.
Si se hubiera quedado ahí no hace falta ser un genio para imaginar las consecuencias de tal hecho. Pues al desagradable olor como a neumáticos quemados le siguió otro aún peor. El de la carne humana a la brasa.
Por fortuna para él, lo que debió de sentir mientras se le empezaban a quemar las plantas de los pies le hizo despertar del estado de desconexión en el que parecía encontrarse su cerebro en aquel momento.
Gritó, con un profundo alarido que poblaría las pesadillas de los próximos días de todos aquellos que lo escucharon. Gritó hasta quedarse ronco y, al fin, recibió la tan esperada ayuda.
Aquel no fue sino uno de tantos extraños incidentes que llevaban sucediendo desde la llegada de los exploradores a aquel enigmático lugar. Parálisis, olvidos de la propia lengua materna, quemaduras simultáneas por frío y por calor al tocar un objeto... Sin duda aquel lugar escondía grandes peligros. ¿Merecía la pena continuar allí, arriesgándose a sufrir consecuencias peores que la muerte?
Para responder a esta pregunta primero habría que conocer los motivos que les habían llevado hasta aquel lugar perdido.
Su mundo se estaba muriendo. Aquello era un hecho ya tan innegable que ni los negacionistas más extremos se atrevían a contradecir. Aunque por supuesto, se alzaban incontables voces que disentía sobre las causas de tan cercana destrucción. Pero era un hecho que sucedería, y según las últimas estimaciones sería antes de que la generación de los últimos nacidos alcanzara la tercera edad. Había quienes defendían que ocurriría mucho antes, aunque las pruebas en las que se basaban no eran suficientes para convertir esa predicción en real.
De cualquier modo, no les quedaba mucho tiempo.
Por fortuna, un grupo de arqueólogos había localizado la ubicación de un antiguo lugar, el hogar de un poderoso artefacto capaz de salvar las vidas de toda la población. O al menos eso es lo que afirmaron, y lo hicieron con tanta vehemencia que se organizó un grupo de exploración que les acompañara en su búsqueda.
Había expertos de todo tipo, puesto que desconocían la verdadera naturaleza de aquello que habían venido a buscar. Junto a los arqueólogos se encontraban geólogos, físicos, químicos, lingüistas, un abogado economista, un par de sociólogos y tres archiveros. Por supuesto, como no podía faltar en un grupo tan dispar les acompañaba una dotación médica y militar por si la situación se complicaba. Hasta ese momento, los más ocupados habían sido los médicos, pues los científicos parecían capaces de reconocer las trampas que se escondían en aquel lugar hasta que caían en ellas.
Llevaban allí ya tres días, aunque los peligros, lo urgente de su misión y la falta de descanso hacían que parecieran tres semanas. En todo ese tiempo apenas habían explorado una octava parte de lo que parecía un templo laberíntico oculto durante millares de años bajo la ardiente arena del desierto. Hasta ahora habían encontrado 132 salas con inscripciones en las paredes que habían resultado en instrucciones para hacer saltar las trampas. 132 situaciones cercanas a la muerte que, gracias a la rapidez y la experiencia del equipo médico, no habían resultado en bajas.
Todos continuaban con vida y, en la medida en que sus heridas lo permitían, persistían sin descanso en aquella búsqueda de un milagro que nos librara a todos de tan fatídico y esperado final.
Si estáis leyendo estas líneas sabréis que lo consiguieron, que aquellos valientes lograron salvar a la Humanidad. Todos los integrantes de aquella misión sin excepción sacrificaron sus vidas para salvar las nuestras, y por ello debemos mostrarnos eternamente agradecidos. No hay que permitir que la memoria de aquello se extinga.
Los hechos concretos no los conocemos, sino que hemos de basarnos en la reconstrucción de los diarios y grabaciones obtenidos por la misión de rescate. Misión que encontró sus pertenencias intactas, pero ni rastro de ellos. Tampoco sufrieron las consecuencias del encuentro con ninguna de las trampas que tanto se mencionaban en los diarios de la primera expedición. Ni vieron las inscripciones en las paredes de las salas, pese a tener grabaciones que probaban su existencia apenas un par de meses antes.
Un gran misterio.
Misterio que requirió de mucho tiempo y esfuerzo para ser resuelto, al menos parcialmente.
Tras cinco días de intensa e infructuosa búsqueda, el equipo original dio con una sala de mayores dimensiones que todas aquellas que habían encontrado hasta ahora. Al contrario que las demás, solo una de sus paredes estaba cubierta de símbolos que, según apuntaron los lingüistas, eran más complejos que cuantos habían visto hasta ese momento. Inmediatamente se pusieron a trabajar para localizar el disparador de la que esperaban que fuera una trampa aún mayor que las anteriores. Sin embargo, tras un tiempo trabajando en las traducciones vieron que aquella sala era distinta. El texto no hablaba de peligros sino de salvación. También mencionaba el sacrificio, aunque por algún motivo no se extendieron en ese punto al reflejarlo en sus diarios.
La última grabación muestra cómo, tras presionar una combinación de símbolos en la pared, en el centro de la sala se alzaba un pedestal. Surgiendo del suelo de piedra hasta entonces liso, alcanzó una altura aproximada de metro y medio. Muchos miembros del equipo estaban presentes, y todos y cada uno de ellos se quedaron paralizados cuando del pedestal empezó a surgir una brillante y blanca luz que se extendió por todo el complejo. Cuando la luz se disipó, la cámara de vídeo que sostenía uno de los hombres cayó al suelo. Pero un momento antes de romperse grabó cómo la sala había quedado vacía.
No sabemos el significado de aquella luz ni cómo su aparición nos salvó la vida. Pero lo cierto es que lo hizo, si bien los efectos tardaron un poco en apreciarse.
Hacía más de 50 años que no nacía ninguna niña en todo el planeta, lo que había condenado a nuestra raza a la extinción. Pese a nuestros esfuerzos, los intentos de crear úteros artificiales para compensar las fallas de la naturaleza habían sido un completo fracaso. Y ninguna especie, por avanzada que se piense que es, puede perpetuar su existencia sin renovarse. En el caso de los humanos, como en el del resto de mamíferos, esa perpetuación implica la existencia de los dos sexos.
La primera generación de niñas alcanzó hace unos años la edad adulta; probando que sus capacidades reproductivas están intactas, otras generaciones están ya en camino.
La Humanidad está salvada.
Escrito por Aránzazu Zanón
Muy bien narrado, me ha gustado.
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