El ciclo vital
El ciclo vital
No sé cómo pasó, pero lo cierto es que siendo sinceros se veía venir. Contrariamente a mi intención de actuar responsablemente, acabé comiendo un kilo de dulces navideños. Pero es que ¿cómo resistirse?
Generalmente no soy muy de dulces. Una pastita un día, un bombón un par de semanas después... Pero en esta época me posee el demonio del azúcar y a todas horas quiero comer dulces. Tengo que hacer uso de toda mi fuerza de voluntad para reducir su consumo al momento de postres y meriendas, para evitar tomarlos de manera continua o exclusiva.
Las reuniones familiares y de amigos son lo peor. En estas ocasiones, que se extienden durante largas horas, el alcohol y los dulces corren por doquier. Y yo nunca bebo alcohol, así que solo me quedan los dulces. ¿Tienes hambre? Toma un dulce. ¿No sabes qué decir? Haz tiempo tomando un dulce. ¿Te aburres soberanamente? Disimula tomando dulces. Y así hasta llegar al kilo de dulces consumido en una misma noche, casi compulsiva e ininterrumpidamente.
Hasta aquí todo normal.
Lo extraño, lo que me ha impulsado a escribir estas líneas, es lo que ocurrió después, una vez volvía a estar sola en mi casa y me disponía para pasar así la noche.
Juro que todo ocurrió estando yo despierta, que no se trata de un extraño sueño causado por el subidón de azúcar. Ni siquiera mi subconsciente habría sido capaz de planear algo semejante.
Pero lo entenderé si no me creéis.
En los momentos de mayor inseguridad, hasta yo me creo que se trata de un invento de mi imaginación, aunque en un lugar muy profundo dentro de mí sé que todo fue real. Tan real como el papel en el que escribo o el bolígrafo que sostengo en mi mano.
Tan real como el asteroide que se dirige a la Tierra en estos momentos.
Como decía, todo empezó cuando me preparaba para acostarme. Cansada de estar tantas horas despierta, me sentía pesada a causa del kilo (o más) de dulces que había engullido durante toda la jornada. Tras lavarme los dientes y ponerme el pijama, me disponía a descubrir la cama cuando lo vi. Erguido sobre dos bastones de caramelo, encima de la colcha se encontraba el mayor muñeco hecho con dulces que había visto nunca.
Como decía, la parte baja de sus piernas estaba formada por bastones de caramelo, mientras que el resto (los muslos) era una cadena de mazapanes. Los brazos estaban formados de similar manera, mientras que el cuerpo era un amasijo de polvorones y mantecados. La cabeza, sobre un cuello de turrón duro, era una mezcla de varios turrones, siendo de fresa la zona de los labios. El pelo era de guirlache. Y aunque sus ojos estaban formados por bolitas de coco, tenía la sensación de que me observaba minuciosamente.
Como es natural, en un primer momento no podía creerme la visión que se alzaba ante mí. Con su medio metro de altura sobre mi cama se me antojaba un enorme ser monstruoso. Me restregué los ojos, convencida de que se trataba de una visión invocada por mi empacho y mi cansancio. Pero al abrirlos de nuevo seguía sintiendo cómo los suyos se me clavaban, como queriendo acceder al centro de mi alma.
Nos mantuvimos así, mirándonos inmóviles, durante lo que se me antojaron horas. Hasta que pareció tomar una decisión y sus labios de turrón de fresa se abrieron para mostrar una sonrisa repleta de dientes de peladillas.
Por un momento pensé que querría comerme en venganza por sus camaradas caídos (quien sabe qué se le pasa por la mente a los monstruos hechos de dulces). Pero lo que hizo fue aún más sorprendente.
Se sentó sobre mi cama y me hizo un gesto para que yo hiciera lo mismo, a lo que obedecía aún sin salir de mi asombro. Sin dejar de sonreír me contó su historia, con una voz profunda y pastosa.
Comenzó explicando que su especie se llama los dulzones, que viven en un mundo alejado del nuestro pero que nos necesitan para continuar creciendo. Luego pasó a detallarme en qué consisten sus ciclos biológicos, utilizando muchos términos que se encontraban más allá de mi comprensión. Pero básicamente lo que me contó fue lo siguiente.
Cuando un dulzón llega al final de su ciclo vital (lo que nosotros consideramos muerte y creemos que es definitivo y terminal), su cuerpo se descompone en aquello que llamamos dulces navideños. Estos se trasladan mágicamente a nuestro mundo y toman su lugar en nuestras mesas. Cuando alguien como yo, ávido de dulces en las fiestas, consume una cantidad considerable de ellos, da comienzo un proceso en nuestro interior que deriva en el nacimiento de un nuevo dulzón.
Generalmente nosotros los humanos no somos conscientes de nada de todo esto; lo llamamos empacho de dulces y nos vamos antes a la cama con la esperanza de que al despertarnos al día siguiente se nos haya pasado. Y suele ocurrir, por lo que le restamos importancia y pasamos a otra cosa. De lo que no somos conscientes es de que en esas noche lo que hacemos es dar a luz a un dulzón mientras dormimos.
¿Si el proceso era secreto, por qué me lo estaba contando todo?
Fue al final, después de contármelo todo y comprobar que me lo creía, cuando dejó caer la bomba. Según declaró (parte de lo cual se puede comprobar en internet y en las noticias) un asteroide se dirigía hacia la Tierra. Aunque al principio no lo parecía existía un alto riesgo de colisión, y era tarea de los dulzones detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.
Iba a explicarme, de nuevo con más detalles de los que mi mente podía retener, cómo eran vitales para la salvación del planeta, cuando las molestias que llevaba un par de horas sintiendo en mi estómago se multiplicaron.
El dulzón, viendo en mi rostro el dolor que sentía me hizo tumbarme en la cama, donde me invadió un extraño sopor. Poco antes de perder la consciencia me pareció ver cómo introducía sus brazos de caramelo en mi cuerpo y empezaba a sacar algo...
No desperté hasta muchas horas después, a juzgar por la claridad que se filtraba a través de la persiana. No había ni rastro del dulzón ni de mi dolor de estómago. Sacudiendo la cabeza me preparé el desayuno y encendí la tele, dando a parar en un programa de las mañanas donde hablaban del asteroide. Sin que los científicos lo pudieran explicar, pero estando todos de acuerdo en los datos, desde anoche el meteorito ha disminuido considerablemente de tamaño. Ahora, si de verdad impacta con la Tierra, se desintegrará en su mayor parte y apenas formará un pequeño cráter allá donde caiga.
Con los datos de ayer la destrucción de la Tierra estaba casi asegurada (aunque por supuesto no habían divulgado todavía esa información).
Los científicos no se explican todavía cómo un cambio así ha podido pasar. Pero yo, y aquellos que leáis estas líneas, sabemos la verdad.
Sabemos que los dulzones nos han salvado.
Escrito por Aránzazu Zanón
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