El último Llopis
El último Llopis
Como todas las grandes historias, esta empezó del modo más absolutamente idiota, en este caso en particular con la invención de la palabra "llopis", o para ser más exactos con la corrupción de la palabra "loppis".
"Loppis" es un vocablo sueco que en castellano traduciríamos como mercadillo. Durante un viaje en coche a través de Suecia que realicé con unos amigos en otra época, hace ya más de quince años, nos encontramos muchos carteles avisando de la presencia de "loppis", sobre todo al cruzar pequeños y encantadores pueblecillos en mitad de los densos bosques que tapizan el norte de esta nación. Tras una descuidada búsqueda en el diccionario, entendimos aproximadamente su significado y no solo la corrompimos a "llopis", sino que también alteramos su significado, que para nosotros pasó a definir algo así como "batiburrillo, acumulación anárquica de objetos, montonera caótica de trastos". Dada la naturaleza de nuestro viaje, el concepto llopis se incorporó a nuestro diccionario. Al despertarnos después de realizar una acampada en mitad de la naturaleza, nos daba pereza recoger todo nuestro llopis a fin de proseguir la marcha. El interior de nuestro vehículo se había convertido en todo un llopis. Al sentarnos en un merendero de carretera desplegábamos todo nuestro llopis a lo largo y ancho de la mesa. Tantos días duró el viaje y tanto abusamos de la palabra, que inconscientemente seguimos empleándola en nuestra vida cotidiana ya de regreso a la rutina diaria en España. "Vaya llopis que te has montado en tu escritorio", le decíamos a un desordenado compañero de trabajo en nuestra oficina. "La presidenta tiene liado un buen llopis en su cabeza", nos quejábamos amargamente tras una problemática reunión de comunidad. Algunos amigos, compañeros o conocidos se interesaron curiosos por el origen del término, pero otros lo aceptaron sin más.
El concepto llopis no tardó mucho en llegar a la red de redes, donde se expandió como la mala hierba. Twitter clamaba que el presidente del gobierno no hacía más que permitir que se expandiese el llopis burocrático que obstruía el buen funcionamiento del país. Un importante periódico digital denunciaba en primera plana que los mercados internacionales habían creado un llopis financiero tan grande que al colapsar nos había arrastrado a una devastadora crisis económica. El Real Madrid sufría tal llopis en su vestuario que estaba a punto de descender a Segunda División.
No fue inmediato, pero poco a poco una opinión se fue retroalimentando y ganando fuerza a través de las redes sociales, permeando de modo lento pero constante a la psique colectiva. Era una idea poderosa por su sencillez: todos los problemas que asolaban al mundo tenían un único origen, uno solo, el llopis. El debate ardió con ímpetu en numerosos foros, principalmente en Internet, pero también fue el tema principal de discusión en los parlamentos y/o consejos de ministros de numerosos países, e igualmente se convocaron multitudinarias manifestaciones en las grandes metrópolis de a lo largo y ancho del orbe. Congreso tras congreso de expertos en diferentes disciplinas trataban de dar con la solución. ¿Cómo acabar mundialmente con el llopis? Ante la imposibilidad de los gobiernos en dar una respuesta satisfactoria, un grupo de influyentes sociólogos fundaron la Asociación Internacional Contra el Llopis, la polémica AICL.
En poco tiempo la AICL logró un gran poder e influencia, siendo financiada por numerosas naciones que necesitaban urgentemente de una solución mientras protestas y disturbios sembraban el llopis en las calles de sus principales ciudades. Finalmente fue un misterioso científico que se escondía tras el pseudónimo de Paco quién aventuró una respuesta. Los humanos al intentar luchar contra el llopis no hacían más que alimentarlo, pues tal era su naturaleza. Por ello, era necesario que fuese una inteligencia no humana la que apartase a la molesta segunda ley de la termodinámica de nuestra civilización y nos condujese a la paz y a la armonía universales, librándonos de todo llopis.
Convenientemente Paco ya contaba con el diseño de la inteligencia artificial que nos salvaría, solo necesitaba dinero para poder construirla, y la AICL hizo llover sobr él fajos y fajos de dólares, euros, libras, yuanes, bitcoins y otras monedas reales o virtuales.
Paco y su grupo de trabajo tardaron tres años en conseguir hacer funcionar el enorme cerebro cibernético de Minerva, la inteligencia artificial que se convertiría en el azote de toda forma de llopis, y que gracias a la infinita potencia de cálculo de sus decenas de miles de cúbits traería al fin la paz al mundo.
Y así fue, la recién nacida inteligencia artificial, fiel a su programación anti-llopis, se apresuró a implantar el orden y la paz sobre el planeta Tierra. Aunque se le había prohibido a Minerva atentar violentamente contra la integridad física de ningún ser humano a fin de evitar la extinción de la especie, sí que se le dió carta blanca con todo lo demás, y lo cierto es que la usó: planificación económica y administrativa exhaustiva, abolición de las naciones, confiscación y redistribución de las rinquezas de grandes fortunas, penas de trabajos forzados para delincuentes y corruptos, monitorización exhaustiva del comportamiento de cada ciudadano de la cual dependía un complejo mecanismo de recompensas y castigos, etc. Pronto el antiguo régimen de Corea del Norte pareció una anarquía libertaria en comparación con el estricto control que Minerva impuso sobre el ser humano. La paz y la prosperidad quedaron por fin garantizadas para toda la humanidad, pero ello a cambio de un enorme aburrimiento. Todo el mundo tenía asegurado un sueldo, un alojamiento y una ocupación, pero ello a cambio de no poder despendolarse ni lo más mínimo. Cualquier tipo de actividad ociosa que pudiese desembocar en un llopis era automáticamente prohibida por parte de Minerva.
Hoy el escaso puñado de humanos que conseguimos escapar al control de Minerva sobrevivimos en una ciudad subterránea, un enorme complejo que fue construido durante la segunda década del S.XXI por el ya desaparecido gobierno ruso ante la posibilidad de una guerra nuclear, y que se ubica a unos 100 metros bajo la superficie en algún punto de la península de Kamchatka. Es el único lugar del planeta donde un ser humano puede insultar a otro, participar en una buena timba de póquer, disfrutar del desenfreno de una orgía o poder cantar y bailar reggaeton. No sabemos cuanto tiempo lograremos mantener nuestro oasis de caótica libertad antes de ser descubiertos por Minerva, pero sí que tuvimos muy claro cómo nombrar a nuestra ciudad: El Último Llopis.
Escrito por Iván Escudero Barragán
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