Asesinato en tres perspectivas

 Asesinato en tres perspectivas



El grupo

Estábamos, como cada tarde, pasando el rato en el parque, viendo cómo los críos jugaban y las madres nos echaban miradas de soslayo, medio atemorizadas por nuestra presencia. Era, como digo, un viernes por la tarde normal y corriente. Pero poco más iba a durar así.

De repente, uno de los chavales que intentaban hacer méritos para que les dejásemos ir con nosotros apareció, hablando atropelladamente de una incursión en nuestro territorio. ¡Ese tío otra vez! Estaba claro que era de los que no aprenden, por lo que se había ganado una lección. ¡Y vaya si la iba a tener!

Enseguida nos levantamos del banco medio roto donde pasábamos el rato y nos fuimos corriendo al túnel que nos había dicho el chaval. Exactamente como nos había descrito, el tío inclasificable estaba pintando un grafiti en nuestro terreno. ¿Cómo osaba a tamaña afrenta? Pero claro, pronto tuvo que enfrentarse a la justicia de numeroso grupo.

Tras unos pocos golpes de calentamiento, el tío tuvo la desfachatez de mearse y cagarse en los pantalones. ¡Y pretendía escapar de nosotros! Si es que hay gente que se mete en la boca del lobo y luego pretende que no le coman! Por desgracia, nuestra lección se vio interrumpida por la aparición de un coche pijo de esos con la pintura impecable y las alfombrillas limpias. Se puso a darnos luces y a pitar y al final nos cortó el rollo, por lo que nos batimos en retirada. Pero no sin antes llevarnos su mochila y todas sus cosas de grafitero, como advertencia de que no lo volviera a hacer más.


El "samaritano"

La tarde se presentaba interesante. Había salido antes del trabajo, con lo que había conseguido cierto margen de tiempo para pasar por la floristería y así darle una sorpresa a mi mujer. Un gran ramo de rosas rojas reposaba sobre el asiento del copiloto, expertamente preparado de modo que no se dañaran en el trayecto ni me mancharan el coche. Todo parecía salir a pedir de boca, de modo que al ver en el reloj del salpicadero que empezaba a estar muy justo de tiempo decidí tomar el atajo del túnel. Al entrar me pareció ver en mitad del mismo algún tipo grande de animal salvaje; con el circo estacionado tan cerca de allí no me extrañó demasiado. Tras mirar de nuevo la hora me dije que no me podía permitir dar marcha atrás ahora, por lo que comprobé que todas las puertas estaban correctamente cerradas y empecé a dar las largas y utilizar el claxon. En ese momento vi que no se trataba de un gran animal de circo, sino del peor animal de todos: un grupo de adolescentes descontrolados. Apreté el volante con fuerza y seguí mi camino, y por fortuna todos esos desarrapados se esfumaron de mi camino, gracias a lo cual mis miedos no se vieron cumplidos y pude llegar a casa a mi hora habitual.


El túnel

Mi vida transcurre de manera similar en todos los cambios de luz que noto en el exterior. A veces me atraviesan seres pequeñitos y asustadizos que van de aquí para allá. Otras veces son seres más grandes y generalmente más ruidosos. Estos a veces van solos y a veces en grupo, pero casi siempre pasan cuando fuera hay luz y se entretienen poco en mi interior.

En esta ocasión vino uno de esos, pero estuvo un buen rato conmigo haciéndome cosquillas en una de las paredes. No era de los más grandes de su tipo, y parecía que estaba echando algún material a mi pared para crear una forma aún sin delimitar. Yo sentía curiosidad por lo que estaba haciendo, aunque no lograba encontrar ningún patrón que me indicase lo que era. Y parece que nunca lo sabré, ya que otros (estos más grandullones y ruidosos) aparecieron para interrumpir su trabajo. Y no contentos con ello vino otro elemento, aún más grande y ruidoso y de una forma y material muy diferente a unirse a la fiesta.

Poco después me dejaron a solas con el ser que tanto me intrigaba. Pero ahora, en lugar de acariciar mi pared siguiendo patrones incomprensibles para mí, estaba en el suelo, en una postura que estimé extraña para aquellos seres, vaciándose de un material rojo que, poco a poco, iba perdiendo el calor que poseía al salir del cuerpo del ente.

Mucho tiempo después llegaron otros ruidosos y se lo llevaron, con lo que me dejaron con las ganas de saber cómo iba a terminar ese dibujo en el suelo.

¡Cómo odio las interrupciones!


Escrito por Aránzazu Zanón

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Era de los Héroes

El discurso de investidura

Una lección de civismo