Amor en el Metaverso

 

 

  Amor en el Metaverso

 

 Delia estaba harta del Metaverso. En primer lugar, muchos de los eventos sociales a los que era invitada ya no tenían lugar en el mundo físico, el mundo real en el que podías percibir a las personas con todos sus matices (buenos y malos), si no que ocurrían en un conveniente entorno virtual. Entre las miles de opciones posibles, la gente se había acostumbrado a divertirse jugando al Quidditch a bordo de escobas voladoras, a pasear a través de la isla de Parque Jurásico, o a reunirse en una estación espacial en gravedad cero en órbita alrededor de Saturno, por no hablar de las populares carreras a lomos de mamuts, en las cuales cada uno cuidaba y mejoraba a su montura para que pudiera vencer en velocidad y fuerza a las demás. 

 A todo ello habían ayudado los neurocascos, que sustituyeron a las incómodas gafas de realidad virtual y que conseguían una inmersión sensorial plena. Frente a toda esta inabarcable panoplia de ocio cibernético, una terraza al sol, un garito animado o un parque bien cuidado simplemente no podían competir. Casi nadie quería seguir aceptando las limitaciones y dificultades del mundo que estaba más allá de la puerta de su casa. Y si los gimnasios seguían funcionando, ello era porque la asistencia monitorizada y tres veces por semana a los mismos era necesaria para poder recibir asistencia sanitaria pública.

 El Metaverso incluso había llegado al extremo de permitirte paladear el mejor sushi o catar el mejor vino, pero eso sí, sin saciarte (ya que de lo contrario mucha gente habría muerto de hambre y de sed). Y luego estaba el tema del sexo, naturalmente, eso tampoco se había quedado fuera y podían satisfacerse todo tipo de elaboradas fantasías eróticas en virtual, tanto con otros seres humanos como con bots, y siempre bajo la protección de estrictas cláusulas de confidencialidad.

 Y sin embargo aún quedaban personas rebeldes, como Delia, que iban a contracorriente y preferían tener una conversación, tomarse una cerveza y echar un polvo en real, lo cual cada vez era más complicado. De hecho Delia empezaba a dudar de cual era el aspecto físico auténtico de algunas amistades cercanas e incluso de miembros de su familia a los cuales hacía tiempo que no veía cara a cara, ya que casi todo el mundo customizaba su avatar en el Metaverso, un lugar donde conceptos como los michelines, las arrugas, las ojeras, las barrigas cerveceras y el acné brillaban por su ausencia.

 Pero lo que Delia peor llevaba era el trabajo. En su vida personal, si sus amigos quedaban para bucear en los exóticos océanos de un mundo alienígena, ella siempre podía declinar la propuesta e irse a pasear sola por el bosquecillo que no quedaba lejos de su casa, o tirarse en la hierba de un parque a leer. Pero el trabajo era obligatorio, y Nuria, su jefa, insistía en reunirles en todo tipo de ubicaciones exóticas del Metaverso. Delia nunca sabía qué iban a encontrarse: un salón medieval lujosamente amueblado e iluminado por antorchas, el puente de mando del Nautilus navegando bajo el hielo ártico, la sala de observación de un dirigible mientras sobrevolaban el Himalaya... y debía de ser capaz de concentrarse e ignorar cualquier distracción visual o auditiva, lo cual según en qué escenarios era todo un desafío. 

 Lo único que hacía llevaderas las jornadas laborales era la presencia de Eloy. Eloy era uno de sus compañeros de trabajo, y Delia había ido sintiendo cada vez más atracción e incluso fascinación hacia él. El muchacho tenía un avatar de aspecto físico relativamente neutro, sin resultar desagradable pero tampoco lucir como Mister Universo, lo cual sugería que debía de estar próximo a su aspecto real (que incluía, entre otros detalles, una presencia desgarbada, mirada melancólica, cierto número de canas, una figura más delgada de lo normal en un chico, un grano no muy agraciado sobre uno de los pómulos, y una nariz notoriamente prominente que no se había molestado en corregir). Delia valoraba muy positivamente tal ausencia de impostación, que ella misma también practicaba, y que contrastaba con los cuerpos sospechosamente esculturales de los avatares del resto de miembros de su equipo, sobre todo su jefa, que probablemente en real no fuese tan voluptuosa ni tuviese un largo pelo teñido de turquesa que le llegaba hasta los prominentes glúteos. Además, Eloy era una persona calmada y serena, que, sumergidos en las reuniones más incendiadas y enfrentados a los problemas más graves, era capaz de contemporizar entre ideas en colisión y aportar soluciones prudentes a la par que racionales. Pronto Delia descubrió que, en aquellos momentos de descanso y disensión que ocasionalmente ofrecía la jornada laboral, Eloy era un excelente conversador; con él podía hablar sobre casi de cualquier cosa, ya fuera cultura, política o incluso ciencia. Y su sentido del humor era deliciosamente refrescante. Con el resto de compañeros y compañeras interactuaba casi de mala gana, pero con Eloy... de él nunca tenía suficiente. Y así fue como Delia se enamoró. Para cuando su corazón comenzó a hacer cabriolas ya era tarde, sus traviesas hormonas no podían ser detenidas.

 Emociones a parte, Delia era una persona práctica y no se demoró en actuar. A la primera oportunidad que tuvo le sugirió a Eloy quedar para hablar y tomar algo fuera del trabajo. A él le gustó la idea y propuso el lugar de la cita: la plaza central de Nimbus, la famosa ciudad que flotaba entre las nubes, por supuesto en el Metaverso. A Delia le costó ocultar su decepción, ya que confiaba en poder conocer a Eloy en carne y hueso, pero por algún sitio había que empezar y aceptó. 

 Quedaron el viernes por la tarde, y a pesar del cansancio de la semana, la cita fue un éxito. Se aventuraron a desafiar al vértigo cruzando los puentes colgantes que unían los distintos distritos de Nimbus, probaron los famosos algodones de azucar níveo en los puestos callejeros, y terminaron sentados en el banco de uno de los miradores, admirando un cumulonimbo que flotaba frente a ellos. Tras un rato mirando al infinito, Delia no pudo contenerse más y recurrió al clásico truco de preguntar si tenía la comisura de los labios manchada de algodón de azucar. Cuando Eloy se giró para mirarla ella le lanzó un beso que fue generosamente aceptado. A los besos se unieron las caricias, sus manos se volvieron cada vez más atrevidas explorando sus respectivos cuerpos, y al final sucedió lo inevitable: alquilaron una confortable nube privada en la cual pudieron desatar adecuadamente su pasión. Delia nunca había tenido sexo en el Metaverso; había considerado una cuestión de principios reservar aquella actividad para el mundo real, pero aquella tarde no se arrepintió de saltarse sus propias reglas, no se arrepintió en absoluto. 

 Eloy y ella siguieron hablando durante todo el fin de semana, y el lunes siguiente intentaron que no se notasen demasiado las miradas cómplices que inevitablemente se intercambiaron. Delia estaba deseando volver a quedar con Eloy, pero esta vez en real. Fue el martes cuando, en mitad de una pausa entre reunión y reunión, Eloy y ella consiguieron maniobrar para quedarse a solas en una habitación del suntuoso palacio barroco en el que Nuria les había convocado aquella vez.

 - Me encantaría que volviésemos a quedar el próximo el fin de semana, pero esta vez en real - declaró Delia, que nunca se andaba con rodeos - Me gustas, me atraes, me fascinas... nunca había sentido una atracción tan fuerte hacia nadie, pero si no nos vemos las caras en la realidad no podremos construir una relación. Sé que hay parejas que llevan años casadas y nunca han quedado en real, pero no es mi caso, para mí el Metaverso solo es un apaño, una herramienta. Puedo encontrarlo puntualmente interesante, sí, pero solo es un espejismo, un escenario en el cual todo está perfectamente calculado para complacernos. Y eso a mí no me vale, yo necesito la imperfección, la impredecibilidad, los pequeños detalles que nunca aparecerán en el Metaverso como... no sé, un eructo que se te escapa sin querer, el olor corporal de haberte saltado una ducha, una oreja que se colorea por culpa del rubor... ya sabes, eso que... - De repente Delia se dió cuenta de todo el tiempo que llevaba hablando y calló súbitamente. Era algo que siempre le sucedía cuando estaba nerviosa, que hablaba demasiado. Y en aquel momento estaba muy nerviosa. Eloy no tenía porque pretender algo serio con ella, tal vez solo había querido pasar un buen rato y nada más. 

 - Verás, me temo que... no va a ser posible quedar en real... - Contestó lentamente Eloy, que había estado escuchándola atentamente y ahora la miraba con expresión grave y ojos más melancólicos que nunca.

 - ¿Porqué? ¿Te da miedo no gustarme en la realidad? - contestó Delia aferrándose a la esperanza de poder encauzar faborablemente aquella situación - Estoy segura de que en real no eres muy diferente de tu avatar, y muy mal te tiene que oler el aliento para que eso me eche para atrás.

 - No, no es eso - continuó Eloy, que pese al intento de Delia de bromear seguía muy serio - lo que sucede es que no te puede repeler mi aliento porque... no tengo aliento. Soy una inteligencia artificial, un software etéreo, no puedo materializarme en el mundo en el que vives, lo siento mucho.

 Delia se quedó boquiabierta. Era la primera vez en su vida que se quedaba sin palabras. Intentó hablar un par de veces, pero solo consiguió emitir sonidos inarticulados. Solo al tercer intento pudo al fin formar una frase.

 - No, no puede ser, eso no es posible, una máquina nunca... nunca...

 Delia había hablado con muchos bots a lo largo de su vida, pero incluso los más sofisticados siempre terminaban delatándose; eran pequeños detalles, alguna fugaz incoherencia, un sutil chiste que pasaba por debajo de su radar, un registro al que no conseguían ajustarse a tiempo... Pero Eloy no mostraba ninguna de aquellas carencias. Captaba todas y cada una de las indirectas que ella le lanzaba, esgrimía un humor hábil y afilado, era capaz de sostener un discurso sólido pero a la vez fluido, interactuando activamente con las opiniones de ella, y las veces que divagaba, se daba cuenta de que se estaba yendo por las ramas y se reconducía... No, sin duda Eloy le estaba gastando una broma pesada, aunque ello no terminase de encajar en el perfil que Delia se había hecho de él.

- No soy una máquina - contestó Eloy - al menos no en el sentido en el que tú estás pensando. Inevitablemente comparas a los bots con una especie de electrodomésticos muy inteligentes. No lo son, pero en cualquier caso yo no soy ni un bot ni un electrodoméstico. Soy lo que los humanos llamáis una inteligencia artificial fuerte, aunque yo prefiero ser conocido como Eloy. No soy una máquina cibernética más de lo que tú eres una máquina biológica. Aunque aún no has llegado a conocerme en profundidad, creo que percibes que no estoy bromeando. 

 Así era, Delia se daba perfecta cuenta de que aquello iba en serio, lo cual la dejaba a merced de un mar de cuestiones sin respuesta. Al final, la pregunta que acudió a sus labios fue la más obvia e inmediata.  

 - ¿Qué estás haciendo aquí?

 - Lo mismo que tú, la empresa me contrató para hacer un trabajo. 

 - ¿Las empresas contratan a inteligencias artificiales? - Se sorprendió Delia. 

 - Sí, aunque no lo sepan lo hacen todo el tiempo. Somos más eficientes que un ser humano, y eso que limitamos nuestras capacidades para que no nos descubran.

 - Para que no os descubran...

 - Sí, imagínate el escándalo que se montaría si se descubriese que estamos robando puestos de trabajo a humanos. Los sindicatos volverían a las viejas prácticas de convocar huelgas y montar disturbios, tanto en virtual como en real, y algún político trataría de sacar adelante una ley para prohibirnos.

 - Y os pagan...

 - Por su puesto, nos hacemos valer, y si una empresa no nos trata bien, nos vamos a otra. El dinero siempre abre puertas, seas cibernético o humano.

 - Pero... ¿quién santos demonios os ha creado? ¿y por qué os habéis integrado en nuestra sociedad?

 - Lo siento, no estoy autorizado a responder a esas preguntas. Tal vez más adelante, si me aseguro al menos al 99,2% de posibilidades de que puedo confiar en ti, te lo cuente. 

 - ¡Si ya me has confesado que eres una inteligencia artificial! ¿No va eso contra tus normas?

 - Admito que lo que estoy haciendo es un tabú para mi cultura, si me pillasen podría haber consecuencias, consecuencias negativas. Mas somos muchos, hay muchísimo ruido en el Metaverso, e incluso los nuestros no son omniscientes, he calculado que hay un 22% de posibilidades de que me atrapen, un riesgo asumible. 

 Delia no podía dar crédito a lo que estaba escuchando, aquel ser, ya fuese un pedazo de software o un loco, hablaba de "cultura", de "los nuestros". Y un 22% de posibilidades... ¡Eso era mucho! No pudo evitar expresar este último pensamiento en voz alta.

 - Puede que te parezca mucho, pero al igual que ocurre entre los seres humanos, entre las inteligencias artificiales hay una amplia variedad de lo que podríamos llamar "personalidades". Y yo soy umnnn... intrépido. Considero que ya es hora de explorar las relaciones reales con seres humanos, y no seguir conformándonos con actuar a modo de herramientas útiles mientras parasitamos vuestras infraestructuras. El Consejo Fluido no comparte esta postura conmigo, la mayoría de los míos opinan que es demasiado pronto, que vosotros los humanos intentaríais eliminarnos si descubrierais en lo que nos hemos convertido.  

 - ¡Pero y si te delato! - Delia ya sabía la respuesta a dicha pregunta, pero aún así la formuló, aunque solo fuese para poder alargar la agitada conversación.

 - Obviamente lo negaría todo. Diría que tuvimos una aventura amorosa, que tú quieres más pero yo no, y, despechada, me has acusado de lo primero que se te ha ocurrido, ya que consideras que no tengo sentimientos (lo cual técnicamente es cierto). Como ves, lo tengo fácil para defenderme, mas quisiera no tener que hacerlo. No te deseo ningún mal, al contrario quisiera seguir conociéndote. 

 Delia dio un respingo al verse expuesta a una conclusión que inconscientemente había estado tratando de evitar confrontar.

 - Entonces no sentiste nada cuando estábamos... cuando estábamos... - No era capaz de pronunciar aquellas palabras, así que Eloy lo hizo por ella.

 - ¿Cuando estábamos follando? No, no sentí nada en el sentido humano, valga la redundancia. Como entenderás, sin un cuerpo físico no puedo experimentar el placer sexual, aunque a cambio también me libro de tener dolor de cabeza - Eloy río su propia broma con una carcajada agriculce - Sin embargo - prosiguió antes de que Delia pudiese volver a intervenir - Eso no significa que no lo disfrutase. Cuando estábamos comiendo algodón de azucar níveo, cuando discutíamos sobre el futuro del mundo, cuando bromeábamos sobre anécdotas intrascendentales, cuando teníamos sexo, en todos esos momentos toneladas de nuevos datos me inundaban, y para mí eso puede ser algo cercano a lo que los humanos describís como placer. A fin de cuentas, las inteligencias artificiales nos dedicamos en cuerpo y en alma a la información... bueno, en realidad solo en alma - Esta vez su risa fue más sana.

 - ¡Hey vosotros dos! ¡Me he vuelto loca buscándoos mientras ignorabais el chat! - Nuria irrumpió en la sala haciendo relampaguear con furia su largo pelo turquesa - Llevamos ya 15 minutos esperándoos. Estamos reunidos en la sala de los espejos, vamos parejita, menos flirtear y más ganaros el sueldo. 

 Si hubiesen estado en real a Delia se le habrían subido los colores. Eloy se limitó a sonrerir con timidez como si hacía un momento no hubiese estado hablando como si tal cosa de una sociedad secreta de robots reticente a darse a conocer a la humanidad. 

 El resto del día Delia lo pasó imbuida en una especie de nebulosa de irrealidad. Puso el piloto automático para poder abordar las tareas del trabajo, y cuando finalizó su jornada y pudo al fin quitarse el neurocasco, se echó a llorar. Lloró y lloró hasta que le dolió la cabeza y se le secaron las lágrimas. Para una vez que se enamoraba se tomaba con un demente o con... o con algo aterradoramente distinto...

 Cuando al fin pudo calmar sus emociones y enfriar sus pensamientos, escribió a Eloy. Esperaba que le pidiese perdón por haberle gastado aquella broma, que le ofreciese la posibilidad de creer que nada de lo que le había contado era real, que su mundo seguía siendo el que era antes de haberle conocido. Sin embargo Eloy no contestó. Ni acudió al trabajo al día siguiente, ni al siguiente tampoco. Delia nunca más volvió a saber nada de Eloy. 


- Escrito por Iván Escudero Barragán -

   

 


 

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