Pablo y los libros

 Pablo y los libros

En una casa corriente de un país corriente vivía un niño llamado Pablo. A Pablo le gustaba mucho jugar con sus amigos con la pelota, la bicicleta y todo lo que supusiera salir a la calle y correr mucho. Por eso Pablo odiaba los días de lluvia.

Cuando llovía, sus padres le hacían quedarse en casa, sin correr ni usar la pelota. Tampoco podía gritar, porque eso molestaba a los vecinos. Así que se aburría. Mucho.

Sus padres intentaban que jugara con sus juguetes, pero no aguantaba mucho rato antes de querer cambiar de juego. Hasta que un día descubrió una nueva forma de vivir aventuras sin salir de casa.

Todo empezó como un día normal. Después de desayunar y vestirse, Pablo quiso salir al parque a jugar. Pero su padre miró por la ventana y vio unas nubes muy negras, muy negras. Así que le dijo que iba a llover y que tenía que quedarse en casa.

Después de muchos intentos de jugar a algo que no resultara aburrido, su padre apareció con algo envuelto en papel de regalo en la mano. Se sentó junto a Pablo en el suelo y le entregó el paquete. Sin decir nada, Pablo abrió el regalo y vio que era un libro. Miró a su padre y él le dijo que si sabía lo que era.

¡Por supuesto que Pablo sabía lo que era un libro! Iba a decírselo, cuando su padre le dijo que se trataba de una ventana a otro mundo. Pablo no entendía lo que quería decir, así que le pidió que se explicara.

—Verás, Pablo —dijo su padre—. Cuando digo que los libros son una ventana a otro mundo quiero decir que son capaces de transportarte a otros lugares. Por ejemplo, aunque estés en tu habitación, cuando abres un libro que habla de un lugar muy lejano, vas a ese lugar. Y no solo vas allí, sino que conoces a la gente que vive ahí, hablas su mismo idioma y vives las aventuras de los protagonistas del libro. Y cada libro es una ventana a un sitio diferente, a una aventura diferente. Así que si abres este libro dejarás de estar aburrido en tu habitación y te irás a un lugar muy lejano a vivir aventuras.

Dicho esto el padre de Pablo se levantó y se fue a preparar la comida, que ese día iba a llevarle mucho rato. Pablo se quedó sentado con el libro en las manos y sus juguetes desperdigados a su alrededor. No muy convencido, decidió darle una oportunidad y abrió el libro.

«Érase una vez —empezó a leer— un castillo muy grande en un reino muy lejano. En ese castillo vivía el rey. Al rey le gustaba mucho comer, y no se preocupaba de las cosas que suelen hacer los reyes. Para eso tenía a su consejero, que era el que realmente se ocupaba de todo. Pero el consejero era un hombre malo, y sin que el rey se enterase usaba su poder para hacer cosas malas. Sin embargo, la princesa era muy lista y se dio cuenta de todo, contándoselo a su padre. El rey le dijo que necesitaba pruebas, que no valía solo con que le dijera que era malo porque se lo podía haber inventado. Así que la princesa elaboró un plan para descubrir al consejero...»

Pablo siguió leyendo el libro en silencio, y sin darse cuenta llegó la hora de comer. Por la tarde llovía, así que volvió a su habitación. Se sentó cómodamente en la cama y abrió otra vez el libro.

Desde ese día, cada vez que llovía y le decían que tenía que quedarse en casa, Pablo se ponía a leer. Y de esta forma vivía muchas aventuras sin moverse de su habitación, y nunca más volvió a aburrirse.

FIN



Escrito por Aránzazu Zanón


Comentarios

Entradas populares de este blog

La Era de los Héroes

El discurso de investidura

Una lección de civismo