Emma y la Copa Dorada

 

 

 Emma y la Copa Dorada

 

 Era una estupidez salir de noche por aquella zona, sobre todo con los sueños perturbadores que Emma tenía últimamente. Soñaba con jaulas en las cuales era metida contra su voluntad, con personas que la ataban y la hacían daño, y por algún motivo con pájaros. Además, las normas eran claras, nunca salir del area que ella y los suyos tenían delimitada. Sin embargo, Emma sentía mucha curiosidad por vivir nuevas experiencias. El americano que la visitaba de vez en cuando le había hablado de un local llamado La Copa Dorada donde servían exquisios gin tonics y donde además tenían buen gusto con la música. No obstante, dicho local sólo abría por la noche y encima estaba fuera de su area. Aún así Emma se decidió a saltarse las normas por una vez en su vida y por fin aventurarse a conocer a nuevas personas en nuevos lugares. Ansiaba romper con su monótona rutina. 

 Como ya había fantaseado muchas veces con aquello, tenía preparado un cuidadoso plan para saltarse los controles y eludir a los vigilantes que velaban para evitar que abandonase el area, incluyendo la ingrata tarea de sacarse el chip de rastreo que había descubierto debajo de la piel de una de sus axilas (ya volvería a ponerlo en su sitio a la vuelta, por el momento lo dejó en su nicho de descanso). 

 Y así, con nocturnidad y alevosía, Emma se arrastró por un angosto y polvoriento conducto de ventilación que, según lo planeado, la condujo a un edificio abandonado por cuya ventana saltó ágilmente a la calle. ¡Una calle en la que nunca había estado! Emma vibró de emoción ante la aventura que estaba apunto de vivir.

 Caminó disfrutando del paseo a través de aquel nuevo barrio, explorando sus edificios e imaginando la vida que se desarrollaba más allá de sus ventanas. Cuando se encontró con otra persona, una mujer mayor de aspecto somnoliento, le preguntó por la ubicación de La Copa Dorada. Emma sabía que no distaba mucho de su area, pero desconocía las coordenadas exactas. 

Es... es la tercera calle a la izquierda...  Respondió la señora mirándola con extrañeza Pero... tú... tú no deberías de ir por allí... Añadió tituveante.

Muchas gracias, pero eso lo decidiré yo. Contestó Emma con una radiante sonrisa en la cara, y siguió su camino.

 Las indicaciones eran correctas y en efecto a los pocos pasos se encontró delante de las resplancedientes letras de neón que presidían la entrada de La Copa Dorada. El guardia de seguridad estaba tratando de controlar a un cliente ebrio y no se fijó en ella, así que Emma fue directamente a la barra y pidió un gin tonic al camarero que se acercó a ella. No sabía lo que era un gin tonic, pero a juzgar por lo que decía el americano, aquello alegraba el espíritu y curaba todos los males, así que tenía que ser bueno.

No servimos copas a seres como tú, sal de aquí, vuélvete al lugar de mierda del que te has escapado. Le espetó el camarero sin ocultar su más puro desprecio.

 Pero Emma no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente.

Un americano me dijo que los gin tonics de aquí alegran el espíritu y curan todos los males, y quiero comprobarlo. Insitió.

Ese americano debió de explicarte también otras cosas, empezando por cual es tu lugar, ¡fuera de aquí maldita furcia electrónica! - Replicó el camarero elevando el tono de su voz y provocando que algunos parroquianos se girasen para mirarles. 

¿Es que acaso mi dinero no vale aquí? Perseveró Emma colocando con fuerza un puñado de créditos en la mesa, más de los que en teoría eran necesarios para pagar un gin tonic.

 De repente alguien la agarró por los hombros con fuerza y la obligó a girarse. Se trataba de un señor gordo, fuerte, de mirada turbia y barba descuidada. 

Vaya, un androide de placer fuera de su lupanar, ¿estás de servicio? Inquirió el hombre esbozando una torcida medio sonrisa. 

No, es mi tiempo libre, no trabajo ahora contestó Emma con tono tajante. Sus jornadas laborales duraban 10 horas, con lo cual no toleraba que nada ni nadie le robase ni un solo segundo de descanso.

  ¿Que no trabajas? Eso ya lo veremos muñeca.   Rió el hombre, y acto seguido la agarró con fuerza de un brazo, arrastrándola hacia los baños. 

¡Socorro! ¡Me raptan! gritó Emma. 

 Por fortuna una mujer de pelo azul oscuro, esbelta y fuerte salió en su defensa. 

¡Déjelo! Este androide está bajo mi jurisdicción. Clamó interceptando al agresor y enseñándole algún tipo de tarjeta. 

 El hombre observó ceñudo la placa y gruñó desistiendo de su violento empeño, y Emma, asustada, se dejó llevar fuera del local cogida de la mano por su salvadora.

  ¡Gracias! ¡Muchas gracias por salvarme de ese bárbaro! Exclamó Emma una vez volvió a encontrarse en la calle, dudando si sería excesivo abrazar a aquella mujer de rostro inexcrutable.

 La mujer, pasándose la mano por su oscuro pelo azul, la contempló un buen rato antes de decidirse finalmente a dirigirle la palabra.

Verás amiga mía, resulta que odio profundamente a los androides de placer femeninos como tú, dentro de tu asquerosa area las leyes me impiden haceros nada, pero ahora estás en mi territorio maldita máquina, así que prepárate para ser decomisada y desguazada. 

 Emma trató de huir, pero la mujer la atacó con taser que hizo aparecer en su mano y la paralizó. Emma alcanzó a ver las alas de una paloma volando hacia la libertad del cielo mientras se derrumbaba en el suelo y la mujer comenzaba a arrastrarla por los pies hacia su vehículo policial. 

 

Escrito por Iván Escudero Barragán

 





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