Videollamadas de domingo

 Videollamadas de domingo

—¿Qué vas a comer hoy?

Al escuchar aquello mi mente se queda en blanco. ¿Otra vez? ¿Es que tiene que preguntarlo todos y cada uno de los días del año? Trato de responder sin poner los ojos en blanco, que aunque el vídeo falla mucho seguro que lo ve.

—Pollo asado con ensalada.

—¿Otra vez? ¿No comiste eso el domingo pasado? ¿O fue el anterior? Hija, hay que introducir variaciones en la dieta, no se puede estar comiendo todos los días lo mismo. Mira que te lo tengo dicho, come cosas diferentes los domingos. Puedo entender que entre semana varíes poco, por aquello del trabajo y la falta de tiempo. Y el sábado es el día de hacer las labores de la casa, así que pase que no tengas muchas ganas de cocinar. Pero los domingos son perfectos para cocinar una paellita un día, unas acostillas con patatas otro, o si no esas comidas con verduras que están tan de moda últimamente. ¿Pero pollo asado y encima comprado?

—Mamá, te recuerdo que la cocina nunca fue lo mío. Y a pesar de eso los domingos cocino para el resto de la semana. Después de preparar comidas diferentes para tener tarteras para cinco días, lo que menos me apetece es seguir cocinando. Así que sí, muchos domingos bajo al asador de pollos de la esquina y lo acompaño de una escueta ensalada, pero no veo qué tiene eso de malo. —Hago una pequeña pausa, inspirando hondo para tratar de serenarme—. A ver, señora-me-encanta-cocinar, ¿qué vais a comer papá y tú hoy?

—Filetes de pavo a la plancha y patatas cocidas.

—¿Otra vez? ¿No comisteis eso hace un par de días?

—No es lo mismo. Últimamente tu padre la única carne que admite es el pavo a la plancha. Además, no fue hace un par de días, fue el jueves pasado. Pero tú estás en la flor de la vida, es el momento perfecto para experimentar y ampliar tus artes culinarias.

—Trabajo mucho, mamá. No tengo tiempo ni ganas para experimentar en la cocina. ¿Y si sufro una intoxicación alimenticia y tengo que faltar al trabajo el lunes por no poder moverme de la cama?

—Ay, hija, no hables así. Da mal fario bromear con esas cosas. Hablemos de otra cosa, anda.

Al oírle decir eso me asalta la seguridad de cuál será su siguiente pregunta. Cómo no.

—¿Y qué, hay algún chico en tu vida?

Ante esto no puedo evitar el suspiro frustrado que sale de mis entrañas. Mucho "estás en la flor de la vida, tienes que disfrutar", pero lo que desearía es verme casada y con varios niños a los que su abuela pueda malcriar consintiéndoles cosas que a mí nunca me dejó hacer.

—No, mamá, nadie nuevo desde que me lo preguntaste ayer.

—Pues chica, qué quieres que te diga. Si yo tuviera tu edad aprovecharía los sábados para ir de guateques o como quiera que le llamen ahora los jóvenes a irse de fiesta. Un par de cubatas o tres...

—Sabes que no bebo.

—... tal vez un porrito...

—¡Mamá!

—¿Qué? ¿Es que te crees que porque ya esté vieja y pelleja no lancé un par de canitas al aire en mi época? Oh... Si yo te contara los antros a los que iba cuando conocí a tu padre... Mucho dicen de la juventud de ahora, pero no sabéis divertiros. Si yo te contara... De hecho

—¡No! —exclamo, casi grito, acercando la mano al ratón del portátil—. No sigas por ahí o apago el ordenador y no te vuelvo a contestar una llamada hasta dentro de un par de meses. Me niego a que me cuentes lo que hacíais tú y papá cuando os corríais juergas a mi edad. ¡Es asqueroso!

—¿Asqueroso? Hija mía, es ley de vida. Los jóvenes se juntan, se divierten, hacen tonterías juntos y con el tiempo acaban madurando y envejeciendo. Ha sido así desde que el mundo es mundo y los hombres fueron expulsados del Paraíso. A veces pienso que les expulsaron del Paraíso precisamente por eso, por ser jóvenes y actuar como tales. Por mucho que se escandalizara el Padre Tomás cuando se lo pregunté en catequesis, creo que en el fondo me daba la razón, solo que la Iglesia no le permitía hablar tan abiertamente del pecado. Expulsados por morder una manzana siempre me pareció una estupidez. Pero bueno, eso son otros temas. La cosa es que las fiestas para los jóvenes son como las cacerías de África, un rito de pasaje entre la niñez y la edad adulta. No sé por qué te empeñas tanto en saltarte ese paso en tu desarrollo.

—Y yo no entiendo por qué insistes tanto en que beba alcohol, fume porros y me vaya a fiestas hasta las tantas de la madrugada para tener sexo desenfrenado con desconocidos. No es natural, mamá.

—Hija, lo dices como si el sexo desenfrenado fuera algo malo. ¿Nunca te conté que conocí a tu padre en una orgía?

¡¡PLOF!!

Siempre es igual con mi madre, no importa si es una llamada de teléfono o una videollamada a través de Internet. Siempre me acaba sacando de mis casillas.

Miro el destrozo que queda ante mí y me levanto para recogerlo mientras calculo las horas extras que tendré que hacer en el trabajo para comprarme un portátil nuevo... Y quizá también para arreglar el gotelé de la pared, cuyo estado hace pensar que vivo en zona de guerra.

Madre no hay más que una, y tuvo que tocarme la única que ve antinatural que ni fume, ni beba, ni me drogue, y que tome precauciones cuando mantengo relaciones sexuales.

Y mis amigos en el instituto decían que yo era una chica con suerte.



Escrito por Aránzazu Zanón

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