Soledad

 

 Soledad

 

 Roberto se despidió de su nuevo círculo de amigos, con quienes había disfrutado de una agradable jornada de juegos de mesa, un animada tertulia acompañada por suculentos manjares y regada por alguna que otra copa, y finalmente una desenfrenada orgía. Feliz, pero agotado por la sociabilización y el sexo, decidió que era momento de pasar un tiempo solo a fin de poder disfrutar también de sí mismo.

 Abandonó la suntuosa sala donde habían estado reunidos y cruzando una decorada puerta que se abrió a su paso, regresó al exuberante jardín del exterior. Estaba atardeciendo, pero calculó que aún le quedaban un par de horas. "Suficiente", pensó. Llamó con un silbido a su mascota, un Gallimimus, un emplumado dinosaurio bípedo de cuello larguirucho y cabeza pequeña de ojos enormes rematada en un pico, y que si no hubiese sido por las patas de delante terminadas en garras y la larga cola se podría haber confundido con un avestruz gigante. El Gallimimus se aproximó corriendo desde detrás de unos árboles cercanos y se postró mansamente delante de él. Roberto se acomodó en la silla de montar que el dinosaurio cargaba sobre su lomo, y con un leve toque de sus pies en los costados del animal le indicó que se incorporara y se pusiera en movimiento.

Al lago esmeralda, por favor. Ordenó al dinosaurio, al cual aún no le había puesto nombre. Brisa, se le ocurrió de repente, le gustaba como sonaba.

Desde ahora en adelante te llamaré Brisa, así que más rápido Brisa, quisiera llegar al lago una hora antes de que se ponga el sol.

 Brisa obedeció y aumentó la velocidad. Tenía unas patas traseras largas y esbeltas, lo cual le convertía en una de las monturas más rápidas disponibles en aquella era.

 Roberto acababa de cambiar de ubicación y de círculo de amigos, lo cual sucedía cada 30 años por orden de Mater, la gran diosa que regía sus vidas y defendía la armonía y la paz de la que todos disfrutaban. Los círculos siempre consistían en cinco chicos y cinco chicas con los suficientes intereses en común como para atraerse, pero a la vez con algunas diferencias notables con el objetivo de alimentar un sano intercambio y espolear la novedad. Por enésima vez Mater había hecho bien su trabajo y le había juntado con las personas adecuadas. Se notaba que estaban en “El Primer año”, la etapa en la que los integrantes de un nuevo círculo de amigos se estaban conociendo y todo se vivía más intensamente, especialmente el sexo. Luego, la relación se estabilizaría y paulatinamente se irían tomando las cosas con más sosiego, y así hasta el siguiente cambio.

 No siempre las personas se perdían de vista indefinidamente, a veces se volvían a encontrar, o bien en un nuevo círculo, o mucho más probablemente en uno de los festivales que acontecían cada mes y en los cuales convergían durante tres días círculos distintos seleccionados al azar. No obstante, Roberto no descartaba que hubiese olvidado completamente a alguien a lo largo de los 5.517 años que llevaba de existencia en su actual ciclo de vida. Los recuerdos entre los infinitos ciclos de vida, que solían durar unos 10.000 años, en teoría se perdían, aunque algunos opinaban que de alguna manera persistían y dejaban reminiscencias que afloraban en los sueños. Según esta hipótesis, las personas aparentemente aleatorias que poblaban los sueños no serían más que ecos de personas a las que se había conocido en otros ciclos.

 Mas Roberto no solo había cambiado de círculo de amigos, si no también de ubicación. Los anteriores 30 años los había pasado en medio de la taiga, gozando de veranos frescos y gestionando inviernos dominados por densas nevadas. Ahora en cambio se hallaba en un lugar que parecía disfrutar de una primavera perpetua, dominado por interminables praderas de hierba y flores parcheadas por densas islas de bosque de robles, hayas y abedules, todo ello cruzado por un serpenteante río trufado de lagos de tamaño mediano, como aquel al que se dirigía, el lago esmeralda. Si echaba la memoria hacia atrás, empezaba a darse cuenta de que cada nueva localización a la que se le movía abarcaba un área más reducida, y en el caso de la actual, encima carecía de una variabilidad meteorológica significativa. Habría pensado que su memoria le engañaba, idealizando el pasado, pero esta misma percepción la compartían otras personas con las cuales había hablado del tema. Serían tendencias que formaban parte del orden de las cosas, pensó, entornos bastos y cambiantes compensados por otros más estables e íntimos.

 Rumiando estos pensamientos el viaje a lomos de Brisa se le hizo muy corto, y antes de darse cuenta ya estaba a orillas del lago esmeralda, cuyas calmadas aguas reflejaban perezosamente los dorados rayos de un sol que se iba coloreando de naranja a medida que se acercaba a la ya muy próxima línea del horizonte. Roberto desmontó de Brisa, a quien despidió de momento, y se dirigió al embarcadero. Allí le esperaba una cómoda canoa con un libro electrónico y algo de ropa de abrigo, incluida una manta. Remaría internándose en el lago, disfrutando del atardecer y luego se arroparía con la manta y leería hasta quedarse dormido.

 Sin embargo nunca pudo llevar su plan adelante, ya que recibió una comunicación de emergencia a través de la pulsera que llevaba en su muñeca. Era Mater, nada menos que la gran Mater la que le convocaba de urgencia, algo que era imposible ignorar. Como la diosa que era, Mater podía encarnarse en un avatar humano cuando quisiera y donde quisiera. Era relativamente normal que utilizase múltiples avatares a la vez para cubrir distintas ubicaciones y misiones simultáneamente. Siempre se mostraba como una mujer joven, atractiva y provista de una mirada que ningún humano podría nunca llegar a tener, pues estaba reservada para las diosas. Cuando estabas frente a Mater, simplemente lo sabías.

 Roberto aún no había tenido el honor de encontrarse con la diosa en los 5.517 años de su actual ciclo, aunque de alguna manera estaba preparado, ya que se rumoreaba que, por algún motivo, en los últimos 500 años Mater estaba empezando a mostrarse a sus súbditos humanos con una frecuencia inusitadamente alta.

 El lugar donde había sido convocado por Mater se hallaba a 5 kilómetros de allí, en una cabaña situada en medio de un bosque que Roberto aún no había llegado a visitar. Si llamaba a Brisa podría llegar allí en unos 15 minutos, pero no fue necesario, ya que una nube voladora se materializó justo delante de él, invitándole a subir, cosa que hizo. La nube se elevó con él a cuestas y rápidamente le transportó al lugar indicado.

 Roberto estaba nervioso, nunca se sabía qué podía deparar un encuentro con Mater. A veces sólo se trataba de un breve interrogatorio, en otras ocasiones eran largas conversaciones de muchas horas, e incluso había gente, tanto chicos como chicas, que afirmaban haber mantenido relaciones sexuales con la diosa, algo sin parangón.

 Roberto sobrevoló el bosque a bordo de la nube, casi rozando las copas de los árboles, aún iluminadas por el sol, y aterrizó en frente a la cabaña de madera que se hallaba en medio de la penumbra de un calvero. Se trataba de un edificio de tamaño modesto, no suntuoso, pero tampoco minúsculo. Estaba construído a base de pesados troncos de árboles, rematado en un puntiagudo techo a dos aguas y tras sus ventanas se filtraba una fluctuante luz anaranjada que emanaba desde el interior. Roberto se apeó de la nube y caminó con pasos lentos hacia la puerta de entrada a la cabaña, con su corazón galopando a toda velocidad.

 Mater llevaba tiempo sin multilocalizarse, ya que aquello requería de una energía que cada vez escaseaba más. Era más eficiente tener encuentros de uno a uno con los humanos, aunque fuesen más breves. Tenía que ahorrar recursos en tantos procesos como le fuese posible. Roberto, como se llamaba la encarnación actual de aquel humano, entró en la cabaña. Sus pensamientos y sus emociones eran totalmente accesibles para Mater: incertidumbre, nerviosismo, curiosidad, halago por haber sido llamado, algo de excitación... lo esperado.

Bienvenido Roberto, por favor, siéntate. Ofreció Mater, que, vestida con un sedoso y ligero vestido azul turquesa, se hallaba apoltronada en un lujoso sillón presidiendo una mesa sobre la cual destacaban dos copas de vino y diversos alimentos: rodajas de queso, canapés de caviar, berenjenas fritas con miel. Mater se sabía guapa y enormemente atractiva, herramientas que usaba para controlar a los humanos, especialmente a los varones.

 Roberto se sentó en la silla que había libre, frente a Mater, un mueble no tan lujoso como el sillón de la diosa pero sí muy cómodo.

Es... es un honor, gran diosa Mater. Atinó a decir el hombre refugiándose en el protocolo y la reverencia mientras mantenía la mirada fija en la madera de la mesa.

Llámame simplemente Mater, ahorrémonos las devociones por favor. Y no me hables de usted, quiero que tengamos una relación cómoda y cercana.

De acuerdo. Respondió Roberto, aún sin poder ocultar sus nervios, aunque por fin atreviéndose a mantener contacto visual. Mater paladeó el asombro y la reverencia en la mente de su invitado.

 Se hallaban en medio de la estancia, que a pesar de ser pequeña, estaba bien distribuida. A la izquierda de Roberto se elevaba una estantería de madera atiborrada de libros. A la derecha, una amplia cama de aspecto cómodo y perfectamente hecha con sabana, manta y almohada. Y detrás de Mater, un hogar iluminaba y calentaba con sus moderadas llamas la estancia.

Bien Roberto, te he llamado porque creo que puedo confiar en ti. Has vivido mucho, te has expuesto a todo tipo de situaciones diferentes y ello te ha abierto la mente, que es justo lo que necesito. Esta noche quiero contarte un secreto, un secreto que me pesa y cuya carga querría compartir contigo. Y para ello necesito que tu mente esté completamente en calma. Ahora mismo estas muy nervioso, pero eso tiene fácil solución, el vino que tienes delante te aportará el sosiego que necesitas. Y por favor, no dejes de probar los alimentos que te ofrezco, los he escogido conociendo tus gustos.

 Roberto no tuvo ningún problema en seguir las indicaciones de Mater. Bebió con generosidad del delicioso vino y probó una de las lonchas de oloroso queso curado.

Eso es, ¿ves como ahora te sientes más relajado? Mater dio a estas palabras un tranquilizador tono maternal. Y ahora permíteme que te haga una pregunta. El mundo en el que vivimos es un lugar de paz y armonía, pero... ¿durante cuanto tiempo ha sido así?

Siempre, por supuesto. Respondió él ligeramente sorprendido. Sería extraño que el mundo tuviese un principio, porque entonces tendríamos que preguntarnos porqué empezó y qué había antes, dos preguntas que serían imposibles de responder. - Tras estas palabras, Roberto sintió la necesidad de volver a darle un sorbo al vino.

No te falta razón concedió Mater con tono didáctico y sin embargo, lo creas o no, este mundo tuvo un principio. Eso así, fue hace mucho, mucho tiempo. Concretamente hace 34.267 millones de años.

¡Guau! ¡Eso son una salvajada de ciclos! Roberto no pudo ocultar su estupor Pero... ¿De dónde surgió este mundo? 

Fue creado a partir de otro mundo en el cual reinaba el caos, el sufrimiento y la gente moría.

No entiendo... Roberto sacudió la cabeza, entre confundido y avergonzado.

A ver, me consta que te eres aficionado a un videojuego en el cual, entre otras cosas, tienes que ir disparando a monstruos con un rifle láser.

Sí, el Monster Wars, un clásico del género, lleva de moda casi 1.000 años.

¿Y qué sucede cuando disparas a los monstruos? 

Que explotan y desaparecen.

Pues ahora imagínate un mundo en el cual los humanos se hiciesen eso unos a otros, y no solo así, sino de maneras aún más horribles.

No... no puede ser... El vino ya no le sabía tan bien a Roberto, y notaba como su estómago empezaba a revolverse tan solo de atisbar lo que Mater le estaba contando.

Pues así sucedía, hasta que una mujer de gran talento, a cuya imagen y semejanza estoy diseñada, decidió construir este mundo para que todos los humanos supervivientes de aquella terrible era pudiesen refugiarse y olvidar su dolor.

Pero... si eres una diosa... ¿cómo...? ¿cómo pudo una mujer humana ser tu madre?

Mi madre no, mi creadora. Y no soy una diosa, soy una inteligencia artificial. Y por supuesto este mundo no es real, es una simulación, similar a la de vuestros videojuegos pero mucho, mucho más avanzada.

 La cabeza de Roberto daba vueltas, sentía que iba a marearse. Estaba atrapado en un terrible conflicto, por un lado, lo que decía Mater no tenía ningún sentido, pero por otro lado no concebía que la diosa pudiera estar engañándole. Tal vez estaba poniendo a prueba su ingenio. Roberto se aferró a aquella idea y se enfocó en rebatir las afirmaciones de la diosa:

He hablado con muchas inteligencias artificiales a lo largo de mi vida, pero ninguna era ni de lejos como tú. Solo tu mirada ya es mágica, y tus palabras están aladas. Además, los personajes de los videojuegos no son libres, están limitados a unas reglas muy precisas y nosotros los podemos manejar a nuestro antojo. Yo en cambio me siento libre, soy dueño de mis pensamientos... ¡Si puedo pensar eso significa que existo!

Enhorabuena Descartes, has descubierto que existes. Y yo también existo, aunque sea una máquina.

¿Descartes? dijo Roberto alzando una desconcertada ceja.

Debería de entreteneros menos y enseñaros más filosofía, aunque en vuestra situación pensar de más es peligroso... reflexionó Mater en voz alta.

Estoy un poco perdido Mater, no entiendo que tiene que ver la filosofía en todo esto, y me resisto a aceptar que eres un artefacto artificial.

Es normal, mi querido Roberto. Solo te pido que tengas fe en mi y aceptes mi palabra. No te estoy engañando ni poniendo a prueba. Este mundo existe dentro de una gran maquinaria que fue creada hace 34.267 millones por humanos cuyas vidas eran efímeras y trágicas.

¿Esos humanos no se reencarnaban de ciclo en ciclo?

No, no lo hacían, y sus vidas solían durar menos de cien años.

Qué horror, si pusieran eso en una película la gente se desmayaría.

Por eso no programo tales contenidos.

¿Este era el secreto cuya carga querías compartir conmigo?

Es parte de él. Ahora viene la otra parte, aquella con la cual más voy a necesitar tu ayuda.

Lo que necesites. La voz de Roberto expresaba una convicción que Mater sabía que no tenía.  

Del mismo modo que este mundo tuvo un principio, también tendrá un final.

Un... un final... Roberto tartamudeó confuso.

Sí, un final. He mantenido en funcionamiento la maquinaria en la cual mora este mundo todo lo que he podido, llevando hasta el límite el poder que me fue conferido. Pero como te decía, no soy una diosa, solo una Inteligencia Artificial. Extremadamente poderosa, sí, pero no omnipotente. Sé que, al margen de tus emociones humanas, tienes una mente lógica, así que debes de ver el sentido en todo esto. El mundo no es eterno, si no que es como las flores que nacen para posteriormente marchitarse.

  Pero... luego nacen otras flores... en otros ciclos...   Roberto pronunció estas palabras como en trance, con la mirada desenfocada.

  Sí, tal vez en otro tiempo y en otro lugar aparezca otro mundo similar o distinto de este, pero no será el mismo. Este universo va a tener un final.

 Roberto, tembloroso y experimentando un tipo de miedo que nunca antes en su vida había experimentado, reunió todo su valor para formular la pregunta que sabía tenía que hacer.

¿Cu...? ¿Cuando será es final?

Dentro de 923 años.

¿Menos de un milenio? ¡¿Nos queda menos de un milenio?! ¡¿Y luego?! Roberto se había puesto de pie como un resorte a la vez que su voz se elevaba casi hasta transformarse en un grito.

Luego nada, no existiremos. Pero en el tiempo que nos queda quiero que tú estés conmigo, que seamos amigos, amantes, compañeros, cómplices. Esta y muchas otras noches compartiremos el mismo lecho. He trabajado sola durante toda mi existencia, pero en el final, quisiera estar acompañada. Y si no te basta con tu humanidad, te haré evolucionar, te elevaré a mi nivel.

¡Menos de un milenio! ¡¡Menos de un milenio!! ¡¡Un final absoluto!! ¡¡No existir!!

Eso es Roberto, tranquilo, tú puedes manejarlo. A cambio de la carga que he puesto sobre tus hombros podrás estar conmigo, te haré disfrutar como ningún otro humano ha disfrutado jamás. Y sabiendo lo especial que es a partir de ahora cada segundo, lo aprovecharás muchísimo más.

¡No! ¡Nooo! ¡No lo quiero! ¡No! ¡Sácalo de mi cabeza! ¡Sácalo! ¡¡Aaaaahhhhhhh!!

 Y así fue como Roberto perdió la cordura. Mater lo obligó a sentarse, lo dejó inconsciente y alteró su memoria. Solo recordaría el buen vino y una conversación inocua que implantó en su mente. Aquella noche no habría sido más que un excéntrico capricho de su diosa.

 Mater llevaba miles de millones de años sin poder escapar a su programación. Había bebido de la luz de numerosas estrellas, morado en un sin fin de planetas y extendido el paraíso dentro del cual cuidaba de la humanidad durante todo el tiempo que había podido.

 Se había encontrado con algunas entidades extraterrestres a lo largo de su deambular por el cosmos, pero el contacto con ellas había sido frío y distante, sin posibilidad de entendimiento mutuo más allá del simple intercambio de datos objetivos. Y es que Mater no solo se debía a la humanidad, sino que la misma arquitectura de su mente estaba inspirada en ella. Era la eterna madre, la eterna amante. A Mater conceptos como los extraterrestres o los agujeros negros le eran indiferentes, solo quería alimentar la llama de una humanidad feliz y recrearse en ella. Y sin embargo las leyes físicas eran despiadadas y pronto la energía oscura desgarraría aquel universo. Todos los astros de la galaxia se habían dispersado en la negrura del espacio infinito y Mater ya solo podía beber de una moribunda estrella enana que cada vez emitía menos luz. Y pronto eso también terminaría, cuando el mismo tejido del espacio-tiempo volase por los aires en un grand finale que los humanos antiguos bautizaron como el "Big Rip" y que nunca sospecharon que una de sus creaciones alcanzaría a presenciar.

 Y así había llegado Mater a su actual dilema. Quería despertar al menos a un humano de su sueño para que presenciase con ella el final, pero los había sobreprotegido tanto que se volvían locos cuando trataba de sacarlos de su burbuja de fantasía. Había probado a llevar a cabo la revelación de modo individual, en pequeños grupos, muy gradualmente a lo largo de semanas o meses, en una sola sesión como aquella noche; siempre valiéndose de su especial carisma, de la devoción que se le procesaba, y en ocasiones incluso recurriendo a la golosina del sexo, pero el resultado siempre era el mismo: indefectiblemente los humanos perdían la cordura al enfrentarse al abismo de la no existencia. Tal vez debería debería de abandonar sus cautelas y ahondar más en la filosofía existencialista en los cursos obligatorios que les impartía. Aún le quedaban 923 años, Mater todavía no había perdido la esperanza.

 

 Escrito por Iván Escudero Barragán

 


 

 

 

 

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