Supervivencia

 Supervivencia

La niña ya estaba en edad de buscar pareja. Claro que de niña ya no tenía nada; si estaba en la edad era porque había dejado la infancia hacía ya tiempo. Pero a ojos de su madre seguiría siendo una niña mucho tiempo. Aunque no a ojos de la ley ni de la sociedad.

Para el grupo ya tenía edad para tomar sus propias decisiones vitales, que afectarían al futuro de la raza en su conjunto. Pero la ley defendía el libre albedrío, por lo que en algo tan importante nadie, ni siquiera su madre, tenía voz ni voto. Dependía enteramente de ella.

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En el año 2143 la Tierra se había vuelto inhabitable. Guerras químicas, accidentes nucleares y otros sucesos de diversa índole habían afectado al planeta más allá de lo recuperable. Desde hacía un tiempo, la Humanidad sobrevivía en pequeños núcleos aislados, dependiendo de grandes y complejas máquinas que se ocupaban de todo. La comida, los niveles de oxígeno, el agua... Todo estaba controlado por aquellas máquinas que algunos ya consideraban regalos caídos del cielo en lugar de los sofisticados inventos de algunos habilidosos genios humanos que en realidad eran.

Espacio seguro (o lo más parecía que se podía obtener en aquella época) era de las pocas cosas que aquellas máquinas eran incapaces de generar. Espacio y anticonceptivos. Por algún motivo que los supervivientes no comprendían, el ser humano había perdido la capacidad de controlar la natalidad. Y pese a la mala calidad de la vida que tenían ahora, la población (lo que quedaba de ella) seguía aumentando. ¿Cómo evitar que colapsara cuando los recursos generados por las grandes máquinas no fueran suficientes?

Los distintos núcleos habían desarrollado diferentes técnicas para ello, derivadas de los compartimientos heredados de los antepasados que provocaron el colapso del mundo. Siendo así, algunas de ellas restauraron la pena capital para la mayoría de los delitos, incluido el de tener más de un hijo. Otros establecieron una edad máxima, y quienes la rebasara debía quitarse la vida. En otros lugares había una especie de lotería y, cada vez que había un nacimiento, se producía la muerte del "ganador" del sorteo. Todo en aras de mantener la supervivencia del ser humano durante unos años más.

Aquí, sin embargo, la técnica era otra. Fruto de un sector de población harto de las muertes producidas en las últimas décadas, se optó por el amor como medida. Sin llegar a criminalizar a las parejas de distinto sexo se potenciaban las relaciones entre gente de un mismo sexo, considerando irresponsables y poco éticos a aquellos que se salían de la norma. Solo en los Festivales del Amor, organizados cuando se consideraba necesario que se produjera algún nacimiento, las normas cambiaban y se fomentaban las relaciones hombre-mujer.

Pese a que las leyes defendían su existencia, siempre y cuando ésta fuera en cantidades marginales, la vida de aquellos que optaban (de manera plenamente consciente o no) por los emparejamientos más tradicionales era de peor calidad que la del resto. Siempre los últimos en los repartos y con los peores habitáculos, sus hijos tenían dificultades para encontrar otros niños con quienes jugar. Al no ser fruto de los Festivales del Amor, sino de cualquier relación ocurrida en cualquier momento, muchas veces no encontraban a otros que fueran de su misma edad. Esto último afectaba también a su educación.

Para economizar recursos, la educación se organizaba en función de las edades de los niños fruto del Festival. Si, por ejemplo, habían pasado 10 años entre dos festivales los pocos niños que por edad no encajaran en ninguno de esos dos grupos se encontraban desprotegidos. La Ley decía que las clases se organizaran en función de los Festivales y, por tanto, los "cursos" que en otro tiempo habrían existido entre grupo y grupo no tenían cabida en esta sociedad. Los hijos de parejas mixtas tenían que adaptarse al grupo cuya edad y desarrollo se asemejara más al suyo propio.

Mia se consideraba una niña con suerte a ese respecto. Pese a ser hija de una pareja mixta, solo había nacido año y medio después del Festival en que se conocieron sus padres, por lo que la diferencia de edad con el grupo correspondiente no era muy grande. A veces incluso olvidaba sus diferencias con los otros niños, aunque siempre había alguien que se las recordaba en los momentos más insospechados.

Empujones "accidentales", insultos camuflados y ser siempre la última en ser elegida eran su pan de cada día. Pero ella estaba determinada a no dejar que la relación de sus padres afectara a su futuro. Por eso iba siempre con la cabeza alta, aprendiendo tanto de sus errores como de los de los demás, orgullosa de poder hacer tanto o más que los niños mayores que ella.

Esta actitud llamó siempre su atención a una de sus compañeras quien, pese a apenas dirigirle la palabra, nunca pasaba mucho tiempo sin observarla. Sentía curiosidad por aquella niña tan despreciada y, al mismo tiempo, tan especial.

Pasaron los años y, conforme iban adquiriendo experiencia haciendo prácticas en distintos sectores de la sociedad, las alianzas y preferencias infantiles fueron tornándose en lazos sentimentales más serios. Pasada ya la época de los juegos, comenzaron a formarse las primeras relaciones de pareja.

Esta era la edad que más temía la madre de Mia. Muchos hijos de parejas mixtas no eran aceptados por los demás en el ámbito sentimental, e incluso eran rechazados en los Festivales ante la creencia de que si tenían hijos estos serían unos degenerados como ellos. Muchos hijos de parejas mixtas llegaban a su lecho de muerte sin haber conocido el amor correspondido en sus propias carnes.

A Mia también le preocupaba, aunque se cuidaba mucho de mostrarlo. No era tanto que sintiera, como su madre, atracción por un hombre. (De hecho, había una chica en su clase que al mirarla siempre le aparecían mariposas en el estómago. A veces incluso la pillaba mirándola; pero no, no podía ser porque sintiera lo mismo. ¿Qué probabilidad había?) El temor de Mia era que nadie se le quisiera acercar, que la siguieran considerando una apestada como cuando, de niña, fallaba en clase de gimnasia por no dar la talla.

Y llegó el final del último curso y, con él, la asignación de un puesto fijo en la sociedad, representado con una ceremonia de graduación culminada con un baile.

Contra todo pronóstico, gracias a su gran esfuerzo y dedicación a lo largo de toda su vida, Mia logró que le asignaran uno de los puestos más importantes y complejos al que podía aspirar cualquier miembro de la sociedad. A partir de aquel momento (y, si lo hacía bien, durante el resto de su vida) pasaría a formar parte del equipo técnico que cuidaba de la Máquina.

Su dicha no hizo sino alcanzar niveles astronómicos cuando cierta compañera le pidió ser su pareja para el baile...



Escrito por Aránzazu Zanón

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