Vacaciones apocalípticas

Vacaciones apocalípticas

Las vacaciones ya no son lo que eran en mi época. Vale, puede que esa frase sea típica de los viejos como yo; las personas de edad llevan diciendo cosas parecidas a esa desde que el mundo es mundo.
Pero nunca ha sido tan verdad como ahora.
Recuerdo que de niño el pueblo se llenaba de gente que venía a pasar unos días de asueto a la costa, a bañarse en la playa y tomar unas cervezas al fresco de la brisa marina mientras los niños se revolcaban en la arena. Eran felices.
Ahora las vacaciones han cambiado. Como antes, llamamos con ese nombre al periodo en que abandonamos durante varios días seguidos nuestro puesto de trabajo para descansar o hacer cada uno lo que le parezca.
Pero hace varios años que las vacaciones en mi pueblo natal no son sinónimo de ociosas tardes con los amigos a orillas de la playa.
Ahora, aquellos que no tienen los medios o la salud para abandonar el lugar en busca de terrenos más fértiles pasan su periodo vacacional encerrados en los sótanos de sus casas esperando que llegue el momento de regresar a sus trabajos.
El exterior es inhabitable, y aquellos que tienen la desgracia de dormir alejados de sus trabajos se sienten (y están) desprotegidos. No en vano, los únicos lugares donde es posible sostener la vida de manera que crezcan las cosechas son los refugios donde todo el mundo tiene una labor. Pero las características del terreno y de la amenaza que hace pender nuestras vidas de un hilo fuerzan a que estos refugios seguros no sean muy grandes. Y cuando la amenaza regresa y los refugios se cierran al exterior, si el peligro perdura mucho tiempo, pocos de los que quedan fuera sobreviven.
Para asegurar la supervivencia del ser humano como especie siempre hay gente (los más válidos entre los nuestros y familias con niños) que jamás salen de los refugios. Pero los viejos como yo, cuya vida útil como trabajadores está a punto de expirar, somos prescindibles y, por tanto, regresamos a lo que un día llamábamos nuestro hogar.
Siento en los huesos que la amenaza se aproxima, y dado lo endeble de mi salud y del sótano de mi casa, creo que ha llegado el momento de que abandone este mundo.
Solo deseo que un futuro mejor que este oscuro presente nos esté aguardando, y que lo que tomamos hoy como normalidad sea solo un mal recuerdo para nuestros nietos, una advertencia que contar a sus hijos en la forma de una vieja historia.

Escrito por Aránzazu Zanón



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