Cláusulas de confidencialidad

 

 

Cláusulas de confidencialidad

 

 Como todas las personas en su primer día de trabajo, Luis estaba nervioso, especialmente teniendo en cuenta lo elusiva que se había mostrado Zoonotic SA, su futuro empleador, a la hora de informarle sobre las características exactas del puesto laboral al cual se incorporaba. Sabía que iba a trabajar como técnico electromecánico en una fábrica, con un sueldo generoso y un cómodo horario de 9:00 a 18:00, pero nada más. Husmeando en Internet logró enterarse de que en Zoonotic SA se trabajaba con materiales de origen animal y que disponían de laboratorios químicos, centrándose en la elaboración de objetos de lujo, tanto para decoración como para coleccionismo, sin embargo, no encontró ningún dato acerca de la naturaleza exacta de dichos objetos, ni tampoco sobre su proceso de fabricación. Parecía que hasta que no firmase las correspondientes cláusulas de confidencialidad no podría saber más.

 

 Llegó temprano, y se sorprendió ante el tamaño de la sede principal de Zoonotic SA, un respetable edificio de oficinas de cinco plantas ubicado en un anodino rincón del polígono industrial de su ciudad. Un taciturno y ojeroso chico, que se identificó como miembro del personal de recursos humanos, le condujo a una sala de la segunda planta, en la cual le hizo sentarse frente a una mesa y le presentó una cantidad abrumadora de papeles a firmar, en los cuales se definían las rigurosas clausulas de confidencialidad, los protocolos que los trabajadores debían de seguir, etc. Luis intentó leer cada hoja, sin embargo, llegó un momento en el que no pudo evitar dejarse llevar y garrapatear su firma a ciegas ante el insensato apilamiento de documentos al que se enfrentaba. Por lo que llegó a leer en oblícuo, se hacía mucho hincapié en la seguridad y en el secreto.


 Tres horas después, por fin se le brindó la oportunidad de visitar las instalaciones en las que iba a desarrollar su trabajo. En esta ocasión fue una mujer de mediana edad, de rostro adusto y vestida con una bata de laboratorio, quién, tras escrutarle con mirada rigurosa, le condujo a los laboratorios y a los distintos espacios de producción, no sin antes recordarle una vez más la obligación de mantener en secreto todo aquello que viese y escuchase.

 

 En primer lugar, Luis se encontró contemplando algo que jamás pensó que vería en aquel sitio: un acuario. La mujer le condujo a una nave industrial repleta de gigantescos tanques de cristal llenos de agua, en cuyo interior flotaban y nadaban todo tipo de criaturas exóticas. La más abundantes eran calamares provistos de vistosas conchas espirales, cuyos tamaños oscilaban desde unos pocos centímetros hasta uno o dos metros de diámetro. Otros calamares se guarecían en conchas con forma de puntiagudos conos, y también había crustáceos nadadores de respetables dimensiones que parecían provenir de otro planeta. Lo cierto es que Luis nunca se había sentido especialmente atraído por las ciencias naturales, circunstancia que ahora lamentaba, ya que algunas de aquellas criaturas le resultaban vagamente familiares, aunque no sabía de qué. Un examen más cercano a los tanques de agua le reveló nuevos y sorprendentes detalles. Sus fondos, como en los de un acuario convencional, estaban tapizados de fina arena sobre la cual crecían algas y anémonas, y a través la cual purulaban unos pequeños crustáceos que si bien no consiguió identificar, tampoco le eran del todo desconocidos.


 En otro tanque se asombró de ver peces blindados con forma de torpedo, que se asemejaban más máquinas que a animales.

¿Sabe lo que está viendo? Le preguntó la mujer, que hasta entonces había ejercido de silenciosa cicerone en aquel lugar.

La verdad es que no confesó Luis tienen ustedes un magnífico acuario, como mínimo comparable al de un zoológico grande, pero desconozco cual es su función, ni tampoco el nombre de los animales que contiene.

No prestaste mucha atención en clase de ciencias naturales en el instituto, ¿verdad?

Es evidente que no.

En tal caso, no podías saber que lo que estás viendo son ejemplares vivos de amonites, belemnites, escorpiones marinos, trilobites y también peces ostracodermos.

Vivos están, sí la otra opción es que fuesen biorobots, lo cual tampoco habría entendido.

No, no son biorobots, estos animales están vivos en el sentido completo del término, nacen, viven, se reproducen y mueren. Para que puedas entender lo que ello significa, te recomiendo que busques el termino "amonite" en Wikipedia y por favor leas lo que pone.

 Luis echó mano de su teléfono móvil e hizo como le pedían. Lo que leyó casi le hace caerse de espaldas:

 

"Los ammonoideos (Ammonoidea), o más conocidos como amonites,​ son una subclase de moluscos cefalópodos extintos que existieron en los mares desde el Devónico Medio (hace unos 400 millones de años) hasta finales del Cretácico (hace 66 millones de años). Gracias a su rápida evolución y distribución mundial son excelentes fósiles guía para la datación de rocas y han posibilitado la elaboración de sucesiones de biozonas de gran precisión bioestratigráfica.


Pero... pero... dijo Luis cuando consiguió volver a articular palabra estos animales deberían de llevar exintos 66 millones de años.


Así es, desaparecieron junto con los dinosaurios. Los trilobites, esos crustáceos tan simpáticos que corretean sobre la arena, llevan oficialmente desaparecidos aún más tiempo, 250 millones de años. Más dramático aún es el caso de los ostracodermos, esos peces de blindaje fusiforme que nadan a nuestra izquierda, y que se extintiguieron hace 360 millones de años.

¿Parque Jurásico versión acuática? Aventuró Luis como posible explicación a aquel milagro.

Algo así contestó la mujer con tono enigmático aunque con otros elementos y tecnologías lo suficientemente disruptivas como para que, por el momento, su conocimiento te esté vedado.

¿Y a qué esperan a revolucionar el mundo con este avance? Millones de frikis pagarían una fortuna por ver a esos bichos vivitos y coleando, y gobiernos e instituciones de todo el mundo se rifarían su atención.

Es cierto, pero nuestro consejo de adminstración ha valorado que dicha linea de actuación, aunque sin duda tentadora, plantea sus propios riesgos y además es cortoplacista. La gente pagaría por ver a nuestros animales, sí, pero solo hasta que se cansase de ellos, y luego los gobiernos intentarían apoderarse de nuestros secretos a la fuerza, blandiendo como siempre hacen argumentos relativos a la seguridad nacional. Sin embargo, hay una línea de negocio más discreta, más segura y más fácil de sostener en el tiempo.

¿Cual? Inquirió Luis absolutamente desconcertado.

El mercado internacional de fósiles. ¿Cuantas veces ha visitado un mercadillo y ha visto cajas enteras de fósiles a la venta en un estand? ¿Cuantos museos del mundo atraen a visitantes con espectaculares ejemplares de animales extintos exquisitamente preservados en roca? ¿Cuantos coleccionistas adinerados presumen ante sus amigos del fabuloso fósil que acaban de comprar en una subasta?

¡Las espirales! ¡Ya decía yo que las había visto anteriormente en algún lugar! exclamó Luis

  Los fósiles de amonites son muy demandados sí. Anteriormente se podían obtener de dos maneras, o bien a través de costosas excavaciones, o bien manufacturándolos artesanalmente a partir de roca viva, ya que este tipo de producto no admite una producción en masa. Al tratarse de algo no estandarizable, cada fósil, por definición, necesita mostrar un estado de conservación y unas características propias. Ambos métodos, las excavaciones y los talleres artesanales, no son especialmente eficientes. Nosotros criamos de forma masiva a estos animales en esta y en otras instalaciones similares, y, de un modo que hemos conseguido optimizar al máximo, los transformamos en fósiles. Los más toscos, deteriorados y pequeños, los vendemos a precios módicos, y son los que suelen acabar en los mercadillos, sin embargo, los más exclusivos y excepcionalmente "conservados", alcanzan precios muy altos en el mercado. Y créeme, el mercado fosilífero siempre está hambriento. Y si en algún momento lo llegásemos a saturar, tal vez entonces reformulásemos nuestro negocio del modo en que tú pensabas, abriendo al público una especie de Parque Jurásico. Mientras tanto, nadie debe de saber que hemos conseguido resucitar a estos extraordinarios animales. Bajo ningún concepto deben de saberlo.

Comprendo vuestra lógica, pero... ¿no está por encima el interés público? La ciencia, la tecnología, la sociedad... ¡Toda nuestra civilización saldría beneficiada de esto! Luis no podía evitar mostrarse behemente ante algo que veía tan claro.

Sí, y algún día el mundo se beneficiará de esto, como dices, pero no antes de que hayamos recuperado la inversión y proporcionado los esperados beneficios a nuestros accionistas.

 Luis quería rebatir aquello, sin embargo, su instinto le susurró que no era prudente.

Entiendo Se limitó a decir.

Me alegro, muchas personas se dejan cegar por su idelismo e ignoran la dimensión práctica de todo esto, lo cual es una lástima Comentó la mujer con un brillo en la mirada que perturbó a Luis.

 No obstante, en su fuero interno Luis no aceptaba aquello, no podía tolerar que la humanidad fuese mantenida al margen de un avance de tal magnitud solo para permitir que personas que ya eran ricas lo fuesen un poco más. Además, ¿cómo podría volver a ver aquellas espirales fósiles en un museo o en un mercadillo y permanecer callado ante su procedencia real? ¡Era posible traer de regreso a animales prehistóricos! ¡Aquello era toda una revolución!

¿Puedo ver más detalles de este increíble acuario por favor? Solicitó.

Claro contestó la mujer Luego iremos a los laboratorios donde transformamos a estos animales en fósiles, y en cuyo mantenimiento y mejora trabajarás.

 Luis llevaba en la muñeca un reloj de pulsera inteligente de última generación que, además de estar conectado a Internet y a su teléfono móvil, disponía de una diminuta cámara con la cual hacer fotografías y videos de una calidad justa pero correcta. Aquella pequeña extravagancia tecnológica le había seducido en su momento y ahora demostraba su utilidad. Mientras fingía consultar la hora que era, y también cuando la mujer no le estaba mirando, realizó discretas fotografías y también pequeños vídeos a todos los tanques, captando primeros planos de aquellas criaturas ancestrales que le observaban con indiferencia desde el otro lado de los gruesos cristales.

 Al llegar a su casa, relevaría todo aquello. Muchos lo interpretarían como un montaje, pero sabía que alguien, quizá incluso el gobierno, se molestaría en comprobar la veracidad de aquello, y entonces se convertiría en el héroe que destapó el milagro científico más importante del S. XXI.

 Según lo prometido, la mujer le permitió pasearse un rato más por el acuario antes de conducirle a unas instalaciones subterráneas en las cuales se mataba a aquellos animales y se los sometía a ciertos procesos destinados a disolver sus partes blandas, mineralizar sus caparazones y transformarlos en fósiles, proceso que de manera natural habría llevado miles de años pero que allí sucedía en apenas un par de semanas. Su reloj de pulsera no perdió detalle de aquello tampoco.

 Terminada la visita, y después de ser introducido en el tipo de tarea que realizaría allí, la mujer que con desapasionada paciencia le había estado guiando y explicando todo, le condujo a una nueva sala de las oficinas, donde le solicitó que por favor tomase asiento. Tras ello, la mujer se fue, dejándole solo, hasta que al cabo de un par de minutos llegaron dos señores vestidos de traje y corbata, que le llamaron la atención por ser altos y fornidos. De no haber sido por el código de vestuario, les habría confundido con porteros de discoteca.

Por favor, entrégenos su reloj de pulsera y su teléfono móvil le ordenó uno de ellos, precisamente el de apariencia más hostil y que lucía una cicatriz en el pómulo derecho.

No tengo porque hacerlo, son mios y contienen información personal respondió automáticamente Luis sintiendo como su estómago se encogía de miedo.

Sí, si tiene que hacerlo, lo ha firmado hace un momento. Añadió el otro hombre, de nariz aguileña y ceño permanentemente fruncido.

Es posible, firmé muchas cosas y leí pocas, pero ahora me niego a obedecerles. Penalícenme como quieran y ya lo hablaré con mi abogado. Replicó Luis mostrándo una confianza que no sentía.


Muy bien, entonces no nos deja otra opción más que emplear la fuerza - amenazó el hombre de la cicatriz, taladrándole con una gélida mirada.

Si me sucede algo mucha gente me echará de menos, habrá una investigación y su preciado secreto saldrá a la luz. Se defendió el aterrado Luis, jugando la única carta que tenía.

 El hombre de la nariz aguileña soltó una estridente y desagradable carcajada.

Una de las ventajas que nos ofrece esta época en la que vivimos explicó con tono sarcásticamente didáctico es que cada vez hay más individuos como usted, gente solitaria, individualista, despegada... ¿quién le va a echar de menos? ¿esa familia de la que lleva años sin saber nada? ¿los amigos con los que se videoreune una vez al mes? ¿esa chica con la que se acostó la semana pasada y con la que no ha vuelto a contactar? No nos haga reír, además, el rastro digital que usted va a dejar va a contar una historia muy peculiar, la historia de cómo hoy se ha dirigido a un antro de mala muerte con el objetivo de alcoholizarse y contratar servicios sexuales. Y ya sabe que en lugares con tan mala reputación como ese, la gente a veces desaparece. Y sí, habrá testigos que le ubicarán hoy allí.

No, espere, espere rogó Luis desesperado les daré mi reloj, mi móvil, todo, formateénlo, ¡hagan lo que quieran! No diré nada, y aunque lo hiciera nadie me creería, ¡me tomarían por loco!

Es buena oferta, sí admitió el hombre de la cicatriz torciendo el rostro con una horrible sonrisa pero a nosotros nos interesa una oferta todavía mejor.

Y dicho esto, con un veloz e inesperado movimiento, sacó de debajo de su traje un hacha ligera de combate, que con mortífera maestría arrojó contra Luis.

 

Última oferta publicada en la web “PaleoAuction”:

 

 Cráneo humano de la edad del bronce, datado en el 1.500 a.C. Hallado en una propiedad privada en el municipio de Yescaseca. Muestra la marca del hacha de bronce que le ocasinó la muerte, probablemente en una escaramuza entre tribus. No se hallaron restos del esqueleto postcraneal, lo cual sugiere una decapitación postmortem y un traslado del cráneo a modo de trofeo, probablemente vinculado a un ritual bélico.

- Precio de salida: 12.000 €.

- Se aporta un certificado de datación por carbono 14 sin coste añadido  

 

 

Escrito por Iván Escudero Barragán

 (Un agradecimiento especial para Fátima Manzano Almazán, por su participación en la concepción de la idea original durante la visita a un estand de un mercadillo en el cual se vendían fósiles de procedencia incierta.)

 


 

 

 

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