Mi primera escisión

 Mi primera escisión

Mi vida era común y corriente, como la del resto. Ni más ni menos. Me relacionaba con otra gente, pero sin exagerar; ni me pasaba todo el día buscando el contacto con otros ni me molestaba pasar periodos a solas conmigo misma. También trataba mi cuerpo de forma correcta: una alimentación sana aderezada con caprichos de vez en cuando, algo de ejercicio combinado con periodos de descanso...

Explico esto solo para remarcar que no me explico por qué ha ocurrido lo que ha ocurrido. A mi entender, nada en mi vida hasta este momento es un motivo que justifique, ni siquiera remotamente, por qué me sucede lo que me sucede: por qué se me han empezado a desprender partes del cuerpo sin yo buscarlo. (No es que crea que alguien pueda buscar a propósito la forma de que se le caigan partes de su propio cuerpo, pero desde luego si existe gente así yo no soy uno de ellos).

El día comenzó a la manera habitual, con el desayuno y las tareas vespertinas. Ya entonces comencé a encontrarme incómoda con algunos movimientos, aunque no era capaz de determinar la causa de esa sensación. Pensé que tal vez fuera a causa de haber dormido mal, o en alguna mala postura. La explicación no terminaba de convencerme del todo, pero aun así lo dejé pasar y seguí a mis cosas.

Pero según avanzaba la mañana, aquella sensación de que ocurría algo incorrecto aumentaba (intentaba evitar el término "malo" en la creencia de que eso haría que el resultado fuera aún peor).

Las molestias eran cada vez mayores, y comenzaban a localizarse en un punto muy concreto de mi anatomía. Eso hizo saltar las alarmas en mi cerebro. ¿Qué estaba pasando con mi cuerpo?

Me senté a descansar y a reflexionar sobre si alguna vez había sentido algo parecido, pero no se me ocurría nada. Aquello era algo desconocido y, por tanto, podía significar cualquier cosa. Podía significar algo muy, muy malo.

Cuando llegó la hora de la comida mis temores se confirmaron. Aquello se movía. Sin yo pretenderlo, se entiende. Todavía no se movía mucho, pero mi cabeza insistía en repetir una y otra vez el término "todavía". Como si algo en mi interior supiera que, fuera lo que fuera aquello, solo podía ir a peor.

Esa parte de mí sabía perfectamente de lo que estaba hablando.

Continué vigilando aquello durante los dos días siguientes. Si al principio costaba detectar movimiento antinatural que se producía sin yo buscarlo, ahora ocurría casi de continuo. Llegué a preguntar a la gente de a mi alrededor, pensando en que era urgente que me acercaran a alguna instalación médica para que un profesional examinara mi problema y lo arreglara (si es que era posible). Pero todos a quienes preguntaba le quitaban importancia, insistiendo en que se trataba de un proceso natural y que lo dejara estar. Algunos incluso insinuaron que si tanto me molestaba podían ayudarme a deshacerme del problema. Cuando me interesé por la solución en la que pensaban para arreglarlo y que cesara el movimiento, me dijeron que se trataba de algo tan sencillo como arrancarlo. ¡Arrancar una parte de mi cuerpo como si fuera algo sin importancia! Ante la impasibilidad que mostré al escuchar tamaña osadía, producida sencillamente por el pasmo que me causaron esas palabras, quien las pronunció se dedicó a detallar mil y una formas de hacerlo. Unas de ellas podía llevarlas a cabo por mí misma, mientras que para otras sería necesario implicar a terceras personas y objetos variados. ¡No solo pretendía que viera como algo normal que se me desprendiera una parte del cuerpo, sino que pretendía que lo provocara yo misma!

Me fui corriendo de allí y decidí no volver a consultar a nadie más, ya que todos parecían ser de la misma opinión.

Tal vez mis amados libros pudieran servirme de más ayuda.

Desde temprana edad había mostrado predilección por la palabra escrita. Al principio solo imágenes sencillas, por supuesto, pero enseguida pasé a los textos más complejos. Dominaba ya el uso de diccionarios y enciclopedias, así como otros libros de consulta que se encontraban a mano en la casa. Si bien podía encontrar problemas a la hora de comprender el significado de las palabras más complejas, sentía que en sus páginas podía encontrar la respuesta a todas mis preguntas. Al menos, eso es lo que me habían enseñado en mi vida académica.

Sin embargo, y por primera vez en mi vida, mi lectura me defraudó. En algunos documentos no se mencionaba mi problema, y en otros se trataba de pasada, como algo que no mereciera la pena mencionar. ¿Cómo no iba a ser digno de mención el desprendimiento de una parte del cuerpo?

Estaba claro, nada ni nadie me ayudaría a salir con bien de aquel trance.

Después de mucha reflexión, y de comprobar con horror que se me acababa el tiempo, me puse a investigar sobre métodos de unión. Tal vez no fuera capaz de evitar que se me cayera aquello, pero quizá lo pudiera volver a unir a mí después.

Pero no me engañaba. Pese a no tener experiencia en el desprendimiento de partes del cuerpo, una parte de mí (la misma que había dicho que la situación empeoraría) me decía que no habría marcha atrás. Que una vez se cayera lo perdería para siempre.

Y al fin llegó el momento de la escisión.

Ocurrió sin más; un momento estaba completa y al siguiente sostenía en mi mano un trozo desprendido de mi cuerpo. Hubo algo de sangre, pero no mucha (ya me habían advertido que ocurriría y que no me asustase).

Y así acabó todo.

O eso pensaba yo, porque mientras me repetían una historia a la que no había prestado antes mucha atención sobre un ser que me haría un regalo a la mañana siguiente si dejaba aquello bajo mi almohada, me dijeron que volvería a pasar por lo mismo otras diecinueve veces.

¡Malditos dientes de leche!

Escrito por Aránzazu Zanón



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