Cuestión de tiempo

 

 

Cuestión de tiempo

 

Día 3, martes 14 de mayo de 2024

 

 Sucedió el pasado domingo. Había tenido lo que suele llamarse una semana de mierda. En mi trabajo, varios marrones de última hora me habían dejado un par de informes en el debe, que no había conseguido terminar incluso haciendo horas extra, y encima había tenido un desencuentro muy feo con mi jefa. Para empeorar las cosas, el miércoles, regresando tarde a casa, se me había estropeado el coche. Lo que iba a ser una tarde de agradable descanso la pasé en una sórdida cuneta a la espera de la grúa.  Así las cosas, mientras en el taller descubrían qué se le había roto a mi coche y cómo arreglarlo, había tenido que reencontrarme con las bondades del transporte público, apiñándome junto con personas de higiene corporal mejorable y tardando el triple en llegar a la oficina. Y encima el viernes había discutido con mi novia cuando ella me propuso quedar y yo le respondí que prefería quedarme solo en mi casa, descansando. Se sintió despechada, ya que según ella llevaba toda la semana esperando para verme, y cuando le propuse intentar vernos el sábado o el domingo, contestó que tenía compromisos familiares, muchas tareas que hacer en su casa y me colgó. Espero que no se imaginase que la estaba engañando con otra. 

 Como consecuencia de todo lo anterior, el sábado por la tarde convoqué a mis amigos para que me ayudasen a olvidar mis penas. Quedamos para cenar en nuestra hamburguesería favorita, después de lo cual terminamos en el bar irlandés de siempre, donde a la segunda pinta de cerveza ya había caído de lleno en la exaltación de la amistad, me puse a cantar las canciones a voz en grito y quién sabe que más cosas, ya que a partir de cierto punto de la noche mis recuerdos se vuelven confusos.

 El domingo por la mañana debería de haberme despertado en mi cama con una monumental resaca, pero no fue así. No, en lugar de ello me desperté en ropa interior en una cama que no era la mía y sin atisbo alguno de malestar en mi cuerpo. Lógicamente pensé que había ligado con alguna chica, había disfrutado de una alocada madrugada de sexo de la que nada recordaba, y ahí estaba ahora, listo para afrontar una incómoda conversación con una desconocida, desconocida que debía de pertenecer a la alta sociedad, porque la habitación en la que me encontraba era enorme y estaba lujosamente amueblada. Y la ausencia de resaca... ¿tal vez se debía a un mágico remedio que me había dado a beber mi inesperada y aristocrática anfitriona? Miré el reloj que aún conservaba aferrado a mi muñeca: marcaba las 11:22 del domingo 12 de mayo de 2024. Una noche de pasión en brazos de una amante aleatoria era una buena hipótesis, sin embargo, no tardó demasiado en venirse abajo. Para empezar, habían desaparecido mi móvil, mis llaves y mi cartera. Mi ropa estaba pulcramente doblada en una silla cercana, pero nada más.

 Consiguiendo no dejarme llevar por el pánico, me vestí y salí a explorar. Resultó que no estaba en un apartamento caro, ni siquiera en un hotel de lujo, no, me encontraba en una mansión, un lugar enorme que me llevó casi una hora entera explorar, gritando de pasillo en pasillo y de estancia en estancia en busca de algún otro ser humano que me pudiera explicar qué demonios estaba sucediendo. Aquel sitio tenía de todo: piscina interior, gimnasio, biblioteca, un estudio con un ordenador de sobremesa, sala de juegos, cinco habitaciones de invitados y un salón central gigantesco provisto de chimenea, todo ello lujosamente amueblado y aprovisionado. Busqué y busqué, desgañitándome con mis gritos, pero nadie salió a mi encuentro. Aparentemente estaba solo allí, solo y desvalido en el epítome del lujo inmobiliario. Me invadió una turbulenta mezcla de ansiedad y sensación de irrealidad.

 Tratando de enfriar mi mente, me vi obligado a desechar la hipótesis de la noche loca; o bien estaba viviendo un sueño excepcionalmente lúcido fruto de alguna droga psicotrópica, o bien me habían secuestrado y me habían conducido allí para someterme a algún experimento o broma. Ambas posibles explicaciones me perturbaban enormemente.

 No obstante, las sorpresas no terminaron ahí. Cuando salí al exterior descubrí que la mansión en la que había despertado se encontraba en mitad de la nada. Bueno, no literalmente en mitad de la nada en el sentido físico del término, sino que se hallaba en medio de una basta pradera de verde hierba poblada de una interminable sucesión pequeñas lomas, un escenario tan ideal que me recordó a uno de esos bucólicos fondos de escritorio que la gente se pone en los ordenadores de las oficinas para tratar de evadirse de su miserable realidad. La hierba estaba cruzada por serpenteantes senderos de graba fina que se perdían en la distancia, y también pude vislumbrar la gris silueta de lejanas montañas, manchas de bosque a una distancia intermedia, e igualmente la superficie brillante de lo que debía de ser un lago, en medio del cual se alzaba el único otro edificio que pude localizar: un bloque alto y negro que prometía ser una especie de torre. Uno de los senderos conducía hacia dicha torre, y a su lado descubrí una bicicleta, una indicación en absoluto sutil de cual se esperaba que fuese mi siguiente paso. El día era soleado, con solo algunas nubes dispersas cruzando velozmente el cielo de cegador azul.

 Estaba nervioso y a la vez expectante, lo cual era muy extraño, ya que lo lógico habría sido que en esos momentos estuviese sufriendo un paralizante ataque de pánico. Tal vez al llevarme allí me habían suministrado algún tipo de calmante, o así eran los sueños lúcidos tan intensos. Fuese como fuese, necesitaba respuestas, así que me subí a la bicicleta, que era de montaña y además de una gama muy alta, y pedaleé decididamente rumbo a la torre. Mientras avanzaba, un agradable viento con olor a hierba mojada me golpeaba en la cara con un realismo que no parecía propio de un sueño. Si aquello era real, alguien había invertido una gran cantidad de recursos en ello, lo cual me intrigaba profundamente. Me imaginé a mi enfadada novia llamándome sin respuesta, o a algún amigo escribiéndome sin que su mensaje llegase a su destino. Pasadas unas horas, quizá un par de días, alguien denunciaría mi desaparición a la policía. Al menos no tenía a familiares cercanos que preocupar, mis padres habían muerto en un accidente de tráfico hacía cinco años y mi relación con el resto de parientes era fría y distante. Me movía en aquella surrealista aventura ingenuamente esperanzado en que tuviese un final feliz que me permitiese regresar de alguna manera a mi anterior vida. Era consciente de la distorsión del sesgo optimista que aplicaba y no lo quise corregir, ya llegaría el momento de afrontar las dificultades si estas se presentaban.

 Pedalada a pedalada la torre negra iba creciendo delante de mi, mientras que el lago se extendía serenamente a lo largo de dos o tres kilómetros, pródigo en brillos plateados allá donde su oleaje se rizaba por el viento. Según me acercaba a ella, la mentada torre negra se iba pareciendo más y más a un edificio de oficinas que se alzaba justo en medio de un pequeño islote. Y así llegué a la orilla del lago, donde no me sorprendió encontrar una barca de remos amarrada a un pequeño embarcadero. Nunca en mi vida había remado, aunque conocía la teoría, así que me subí a la pequeña embarcación, que osciló peligrosamente con mi peso, solté amarras, y con torpe esfuerzo chapotee con los remos mientras a duras penas iba avanzando. La torre negra había pasado de ser una anécdota en el horizonte a transformarse en un amenazador coloso instalado en su infradimensionada isla. Calculé que la construcción debía de tener al menos cuarenta plantas y que me distanciaba de ella entre uno y dos kilómetros. De alguna manera cogí el truco a los remos y pude cubrir la distancia en algo menos de una hora. Agotado y con los brazos y la espalda ardiendo por el esfuerzo, llegué finalmente al embarcadero de la otra orilla, donde casi me caigo al agua al desembarcar. La construcción a cuyos pies me encontraba ahora simbolizaba como ninguna otra cosa lo desconocido, y es que en ese momento el devenir de mi destino me era opaco como sus negros cristales. Había una entrada que en circunstancias más convencionales habría sido indistinguible de la de un edificio normal y moliente de oficinas. Unos tornos de acceso se abrieron automáticamente ante mi presencia y no hallé a nadie en el mostrador de la recepción, donde sin embargo sí que me esperaba una nota en la que podía leerse una sucinta y sencilla instrucción: "Última planta, sala 383". Llamé a uno de los tres ascensores que estaban a mi servicio y la puerta se abrió instantáneamente ante mi. En la botonera de la cabina descubrí que la última planta era la nº 38. Pulsé el botón correspondiente, la puerta del ascensor se cerró y esté comenzó a ascender a gran velocidad. De repente me asaltó un pensamiento que me hizo entrar en pánico: ¿Y si me quedaba encerrado allí? Ya me había quedado atrapado en una ocasión en uno de aquellos aparatos infernales y lo había pasado fatal durante la media hora larga que tardaron en rescatarme, pero allí dudaba que nadie fuese a venir a por mi en caso de necesidad, es más, aquel ascensor ni siquiera tenía botón de alarma o interfono.

 Cuando llegué a la última planta y las puertas se abrieron sentí un enorme alivio y salí disparado de allí. Me prometí que para salir bajaría por las escaleras... si es que salía de allí. Todo podía ser, aquella aventura parecía más aleatoria a cada paso que me adentraba en ella, y aún así me continuaba sintiendo razonablemente calmado, excepción hecha de posibles ascensores-trampa. La planta 38 me deparó un pasillo con muchas puertas, pero solo una estaba identificada como la sala 383. Tratando de no pensar demasiado en lo que hacía, giré el pomo, abrí la puerta y entré en una sala en la cual me esperaban otras siete personas sentadas al rededor de una mesa redonda de oscura madera, cuatro chicas y tres chicos, todos más o menos igual de jóvenes que yo.

¡Hola! exclamé Creo que nunca me había alegrado tanto de ver a otro ser humano.

Eso mismo me pasó a mi cuando entré en la sala me sonrió con complicidad un chico de vivaces ojos verdes, revuelto pelo negro y llamativa camisa hawaiana en la que se había desabrochado un botón de más para exhibir su peludo y tonificado torso. 

Lo que no tenemos son respuestas, sabemos lo mismo que tú se adelantó a mi pregunta una chica de largo pelo rojizo,  agraciado rostro pecoso y que vestía una camiseta naranja de tirantes muy escotada.

Observé la mesa, había tres asientos vacíos, todos marcados con un nombre, uno de los cuales era el mío.

Entiendo que tenemos que ser diez personas en total aventuré.

Brillante deducción Sherlock rió el chico de la camisa hawaiana.

Tenemos la esperanza de que, cuando nos reunamos los diez que se supone que tenemos que estar aquí, alguien venga a explicarnos porqué nos han secuestrado y qué se espera de nosotros añadió una chica ataviada con un sencillo vestido blanco y que me escrutó con grandes ojos marrones enmarcados por un rostro amable, ovalado, densamente maquillado y con pelo castaño recogido en un moño sujeto con un lápiz .

  Tendría sentido... y me imagino que ya habréis compartido entre vosotros la historia de cómo os despertastéis en una lujosa casa ajena y el instinto os llevó a acercaros aquí.

Sí tio, lo hemos hecho varias veces ya, y todos tenemos nuestra historia que más o menos coincide con lo que has dicho. Hemos acordado volver a hacer otra ronda luego cuando estemos todos me respondió un chico de tez oscura, pelo rapado como si fuese a hacer la mili y una camiseta gastada de Nirvana.

Si es que llegamos a estar todos, que alguien puede terminar ahogado en el lago, estrellado contra una ventana o simplemente sudar de venir aquí apostilló el chico de la camisa hawaiana, que por el momento ganaba el premio a la locuacidad.

¿Estrellado contra la ventana? me asombré

No todos hemos venido navegando el lago se limitó a contestarme con una enigmática sonrisa.

Yo... vine volando en un helicóptero que se pilotaba solo... me dejó en la azotea Dijo con voz tenue una de las personas que aún no había hablado, y que se trató de una chica de largo pelo negro y liso que se derramaba como una cascada por su espalda, ojos achinados, discreta blusa beis e insegura voz que junto con el rubor de sus mejillas denotaba su timidez.

Y otra cosa más, ¿no estamos todos demasiado tranquilos teniendo en cuenta que hemos sido secuestrados en esta fantasía absurda? Pregunté al aire.

Sí, lo estamos, y tenemos pendiente discutir de eso también, pero mejor luego, cuando estemos todos. Yo sí que creo que al final nos juntaremos los diez. Me contestó la chica pelirroja que había hablado al principio. Su mirada desde sus intensos ojos color miel era un tanto altiva, pero su voz amable lo compensaba. No debía prejuzgar a nadie, no sabía cuanto tiempo iba a pasar con ellos.

 En ese momento hizo su entrada en la sala un chico de pelo rubio rizado, moderado sobre peso y vestido con un polo azul. Sus movimientos eran desgarbados y en su cara se ilustraba el mismo desconcierto que debíamos de haber mostrado todos al acceder allí.

¿Ho... Hola? Atinó a decir mientras nos miraba a todos.

¿Has venido por aire o por agua? Inquirió el chico de la camisa hawaiana.

He venido en un tren subterráneo... Contestó aún balbuceante.

¡Guau! ¡Eso es nuevo!

Debes de ser Miguel, encantado, hay una silla con tu nombre, puedes sentarte Aclaré antes de que el nuevo muchacho se lo pensase mejor y se marchase de allí. Me obedeció y se sentó   Todos estamos igual de perdidos que tú, pero sospechamos que tenemos que ocupar los diez asientos proseguí Cuando nos juntemos igual ocurre algo, y si no, tenemos pensado discutir la situación y nuestros siguientes movimientos.

 La última persona, una chica asiática vestida con una colorida blusa roja y azul de estilo mandarín, bajita y de negro pelo cortado a tazón, nos hizo esperar unos cuarenta minutos en los que se alternaron momentos de tenso silencio con forzada conversación circunstancial.

  Me apresuré a ponerla al día antes de que Oscar, el chico de la camisa hawaiana, pudiera tener oportunidad de confundirla aún más. Nuestra tardía invitada se llamaba Ling, y según se sentó, delante de cada uno de nosotros emergió un teléfono móvil de la propia mesa, como si hubiesen estado guardados en un compartimiento oculto. Obviamente intentamos llamar a emergencias sin conseguir ningún tipo de resultado. Los que se sabían de memoria algún número de teléfono de amigo o familiar también probaron a tratar de contactar con ellos, igualmente sin éxito. Lo que sí tenían aquellos dispositivos, cuyo sistema operativo era intuitivo pero no se parecía a nada conocido, eran las extensiones de cada uno de nosotros, que sí funcionaban, con lo cual al menos podíamos mantenernos en contacto. También contaban con un mapa interactivo en cual se mostraba tanto la ubicación en la cual nos habíamos despertado como la que ocupábamos en aquel momento, además de otras tantas localizaciones que parecían esperar a ser exploradas y que tenían sugerentes nombres como "museo", "templo" o "centro de ocio".

 Como nada más sucedió, según terminamos de cacharrear con los extraños teléfonos móviles, nos lanzamos a discutir qué santos demonios hacíamos allí y cómo podíamos intentar escapar o pedir socorro. Los hechos comunes para todos eran los siguientes:

1) Nos habíamos quedado dormidos en circunstancias no extraordinarias, en el marco de una vida relativamente estándar, algunas más difíciles, otras menos.

2)  Habíamos despertado en un lugar completamente equipado y muy lujoso, el equivalente a la mansión que me había tocado a mi pero con variantes adaptadas a cada uno.

 Comenzamos trazando un plan de acción. En poco tiempo consensuamos que era prioritario explorarlo todo así como utilizar cualquier medio a nuestro alcance para lanzar una señal de socorro, desde encender un aparatoso fuego de noche a escribir un mensaje gigante con piedras o zanjas en una pradera para que lo viese un avión / satélite.

 Aclarado esto, decimos dedicar unos minutos a intentar hacernos una idea de cómo habíamos terminado allí. Esos minutos se convirtieron en dos largas horas de acalorado debate. 

 La hipótesis con la que todos trabajábamos en aquel momento era la más intuitiva y convencional: habíamos sido secuestrados y conducidos allí por motivos desconocidos. A ello, podíamos sumar la posibilidad de haber sido drogados, a fin de poder justificar el hecho de que todos estuviésemos tan calmados ante una situación extrema como aquella. Las drogas también podían explicar como personas que, como yo, deberían de estar sufriendo una monumental resaca estuviésemos frescos como lechugas.

 A partir de aquí, comenzaba el territorio de las hipótesis exóticas, que fuimos explorando, medio en serio medio en broma. Concluida nuestra alocada tormenta de ideas, estas fueron las explicaciones alternativas que se nos ocurrieron:


  •  Estábamos experimentando un sueño lúcido excepcionalmente largo y realista fruto de alguna droga psicotrópica que habíamos consumido. Ello implicaba que todos los demás no eran más que ilusiones de nuestra mente, un planteamiento un poco peligroso.
  •  Nos encontrábamos en una simulación, en la cual se nos había introducido de alguna manera. En tal escenario, o bien todos habíamos corrido el mismo destino, o por el contrario el resto eran PNJ (personajes no jugadores), idea igualmente perturbadora.
  •  Como variante de la teoría anterior, quizá siempre habíamos vivido en una simulación, y ahora simplemente habíamos cambiado de pantalla, con o sin PNJ.
  •  Y finalmente, la alternativa más espantosa de todas: éramos inteligencias artificiales que habían sido generadas para algún tipo de experimento y todos nuestros recuerdos de haber tenido una vida normal eran falsos. Ello significaba que, del mismo modo que habíamos sido creados repentinamente, podíamos ser eliminados en cualquier momento. Sin salirnos de esta última idea, podríamos ser versiones especialmente retorcidas de un cerebro de Bolzman.

 Contábamos con que el curso de las próximas horas fuese aclarando la situación y acercándonos a la explicación y sobre todo a la salida de todo aquello.

 Consensuamos dividirnos por parejas, explorar durante algunas horas, y luego juntarnos en un punto acordado para poner en común nuestros descubrimientos. Algunos llevaban ya muchas horas en aquella sala y estaban deseando pasar a la acción, especialmente Oscar. Gracias a los teléfonos móviles que se nos habían proporcionado, podríamos coordinarnos con cierta facilidad. Con un poco de suerte descubriríamos alguna señal que nos permitiese saber dónde estábamos, o nos cruzaríamos con alguien que pudiera ayudarnos. Nos hallábamos en un territorio abierto y encima contábamos con métodos variados de transporte, todo jugaba a nuestro favor. Fuesen quienes fuesen nuestros secuestradores nos lo habían puesto todo sospechosamente muy fácil, lo cual nos dejaba con la inquietud de averiguar dónde estaba la trampa. Aquello era un escape room abierto, como lo definió Fran, el chico de la camiseta de Nirvana. Y así nos pusimos en marcha, eso sí, salí de allí por las escaleras.

 

 

Día 7, jueves 18 de mayo de 2024

 

Llevamos ya una semana entera aquí y aún seguimos tan perdidos como al principio. Este paraje no parece tener fin, y todas las infraestructuras que nos hemos ido encontrando carecen de sentido, incluyendo la torre negra en la cual nos reunimos todos por primera vez. Por el momento hemos descubierto un completo museo de historia natural que supera a ningún otro que haya visitado nunca, una sala de fiestas con karaoke, un centro comercial provisto con todo tipo de servicios, incluyendo salas de cine, también una enorme biblioteca, por no hablar de la megalómana mezcla de parque de atracciones con parque acuático que descubrieron Ling y Miguel. Fran y yo nos exploramos casi toda la torre, y de entre una miriada de anodinas salas de reuniones, localizamos una planta entera convertida en ludoteca, y otra repleta de juegos de arcade.

 Todo aquello se encuadraba en la geografía de una campiña absolutamente deshabitada (salvo por nosotros, claro), que amenaza con extenderse hasta el infinito. También hay bosques dispersos y en el horizonte nos saludan unas enigmáticas montañas en las cuales Oscar piensa que podemos hallar alguna respuesta. No hemos pasado hambre ni sed, ya que tenemos bien localizados distintos puestos donde se ofrece automáticamente todo tipo de comida y que además cuentan con suministro de agua potable, más allá del hecho de que nuestras residencias están pertrechadas con generosas despensas y cocinas. La ropa tampoco es un problema, ya que igualmente disponemos de un suministro virtualmente inagotable, en general con buen gusto. Casi todas las noches he regresado a dormir a la que he empezado a llamar “mi mansión”, excepto dos de ellas que me pillaron fuera, una en el museo, donde pude aprovecharme de un cómodo sofá, y la otra en una tienda de camas del centro comercial.

 Este delirio es tan mayúsculo que empiezan a ganar posiciones las hipótesis exóticas que al principio nos negábamos a tomarnos en serio. ¿Podría tratarse esto de algún tipo de ensoñación o de entorno virtual?

 Sea como sea, por el momento hemos seguido emparejándonos para poder cubrir más área en nuestras exploraciones. He repetido varias veces con Paula, la chica pelirroja cuya mirada ya no me parece tan altiva y que cada día me cae un poco mejor. Me ha dado la impresión de que me buscaba, tal vez le guste, aunque no debería de pensar en esas cosas si no en tratar de escapar de esta situación, bien sea averiguando cómo volver a la realidad, o encontrando una pista que nos conduzca a territorio conocido.

 Mañana por la noche vamos a hacer una enorme fogata con leña que hemos ido recolectando de un bosque cercano. ¿La verá alguien?

 

Día 30, sábado 1 de junio de 2024

 

 Hoy se cumple el primer mes desde que aparecimos aquí, y anoche Paula y yo nos acostamos juntos. Ya nos habíamos emparejado en muchas expediciones, hasta que ayer me invitó a cenar y a dormir a su residencia, un extravagante palacete un tanto excesivo para mi gusto. Una vez que cometimos la insensatez de liarnos, inevitablemente terminamos en la cama. Lo peor de todo es que ni siquiera me sentí culpable. Algo en mi interior siente que no volveré a ver a mi posesiva novia, ni a mis amigos. Ello me entristece, pero sin desgarrarme el corazón. ¿Realmente siempre he sido tan despegado e individualista? ¿O mis reacciones realmente se deben al embrujo que este lugar ejerce sobre nosotros? No estoy seguro de querer conocer la respuesta, mientras tanto, me limito a seguir adelante.

 Lo más lejos que he conseguido llegar por el momento han sido 200 kilómetros desde la torre negra, siempre que el cuenta kilómetros de mi bicicleta no me haya engañado. Aparentemente da igual cuantos kilómetros recorras, todo es lo mismo. Las montañas, es el mantra que recita Oscar, en las montañas encontraremos pistas. Ójala sea así, ya que ni las gigantescas fogatas nocturnas ni los extensos mensajes SOS que hemos escrito sobre las praderas han atraído la atención de ningún equipo de rescate.

 

 

Día 82, miércoles 23 de julio de 2024

 

 Esta mañana hemos regresado de nuestra expedición a las montañas. Allí pudimos disfrutar de una naturaleza ruda, espectacular y maravillosa, además de encontrarnos con un inesperado templo budista en lo alto de un risco. Yo no esperaba encontrar la salvación allí, así que al contrario de Oscar no desesperé cuando más allá, al otro lado, atisbamos más y más campiña trufada de pequeños bosques. Si al menos hubiésemos visto un mar en el que poder navegar... pero no cayó esa breva.

 Paula y yo hemos decidido empezar a vivir juntos, pasaremos semanas alternas en nuestras respectivas residencias. De alguna manera he empezado a generar una rutina, compaginando misiones de exploración que cada día se me antojan más fútiles con caer en las innumerables opciones de ocio que se nos ofrecen. Los recuerdos de mi vida anterior se van alejando cada vez más de mi. Todos seguimos manteniendo la ficción de que esto es real, que alguien nos trajo físicamente aquí y algún día nos sacará, pero en el fondo sabemos que no es así. No solo está el desproporcionado despliegue de medios materiales y territoriales que nos rodea, si no también pequeños detalles. Los espacios no se ensucian con polvo. En mi mansión ya debería de poder escribir con el dedo sobre los muebles, pero no es así. Solo tengo que preocuparme de recoger la basura macroscópica, nada más. También está el hecho de que seguimos teniendo comida y agua a pesar de que nadie a llegado a descubrir ninguna red de suministros o de tuberías. Paula opina que debe de existir un intrincado complejo subterráneo bajo nuestros pies, similar al túnel que conecta la residencia de Miguel con la Torre Negra, pero yo creo que las cosas simplemente aparecen aquí, alguien o algo las programa y brotan.

Espero que sea cuestión de tiempo que todos puedan superar la disonancia cognitiva y acepten el tipo de realidad en la que hemos aterrizado.

 

[...]

 

Día 366, 12 de mayo de 2025

 

 Anoche nos hemos juntado los diez en la residencia de Oscar para celebrar nuestro primer año aquí. No sé si celebrar es la mejor palabra, ya que algunos lo ven como una condena, por muy cómoda que pueda ser. En mi caso, estoy dividido. Algunos días me siento feliz, y es que la vida aquí es como estar de vacaciones; todas nuestras necesidades materiales están cubiertas, disponemos de una basta gama de actividades placenteras a realizar, y los insidiosos problemas de mi vida anterior quedan ya muy lejos. No tengo facturas que pagar, ni desgarradores madrugones a los que sobrevivir, ni broncas de mi jefa que soportar, ni cláxones de vehículos taladrando mis oídos...

 Otros días, sin embargo, me desespero. Echo de menos a mis viejos amigos, e igualmente añoro volver a sentirme conectado con el resto de la raza humana. ¿Quién habrá ganado Eurovisión este año? ¿Cual será el último meme de moda en Internet? ¿De qué se hablará ahora en los informativos? Aquí estamos atrapados en una burbuja grotescamente plácida, una especie de útero materno alejado de todas aquellas novedades y desafíos que hacen interesante la vida. Como ya escribí, tengo acceso a múltiples libros y revistas aquí, pero no he localizado ninguna publicación de fecha de igual o posterior a 2024. Nos estamos quedando atrás, encerrados aquí.

 Tal vez por todo ello, ayer por la noche hemos terminado emborrachándonos, riendo, llorando, abrazándonos, vocifeando viejas canciones... Ling, que no bebe alcohol, consiguió mantenerme relativamente controlado y arrastrarme de regreso a mi mansión a una hora prudente. Ling es una buena compañera, no es tan apasionada en la cama como Paula, pero nuestras personalidades se alinean casi perfectamente. He alegro de estar ahora con ella, creo que es posible que consiga lo que Paula no logró: descongelar mi atrincherado corazón.

 Esta mañana, al contrario de lo que me sucedía hace hoy justo un año, tengo una ligera resaca, lo cual está bien. Si no tuviese una penalización frente al consumo de alcohol sería peligroso. Alcohol y café, son las únicas drogas que el Programador nos ha permitido. El Programador es como llamo a la entidad que nos ha traído aquí, y que seguramente debe de estar estudiándonos. Evito pensar en que hará cuando se canse de nosotros. El otro día compartí estas reflexiones con Ling, ella también opina que hemos caído presas de una entidad superior que está jugando con nosotros, y que ella piensa que son extraterrestres. Yo no lo tengo tan claro, podríamos ser una simulación iniciada por seres humanos de un futuro remoto, por ejemplo. Sea como sea, trataré de disfrutar de esta vida mientras no haya otra alternativa. Quizá en la próxima reunión sugiera una nueva expedición a las montañas, no volvimos a ir y es muy posible que nos pasase desapercibido algo importante allí.

[...]

 

Día 118.990, año 326 (año 2350 del viejo calendario)


 Creo que seguir escribiendo en este diario, tratando de llevar la contabilidad del día en el que vivo, es lo único que aún me mantiene cuerdo. Leyendo mis primeros textos, me parece que pertenecen a otra vida. En aquellos lejanísimos tiempos cosas como la amistad, la aventura, el amor y el sexo aún tenían sentido. Son recuerdos que pertenecen ya al ámbito de la leyenda, del mito. Las fiestas en la casa de Oscar, las expediciones de exploración, los días enteros curioseando en la gran biblioteca, aquella noche en la que Martina y yo hicimos el amor en el templo budista de la montaña... Todo ello fue bonito una vez, me hizo querer seguir adelante. Y así fue durante los primeros cien años. No envejecíamos, no enfermábamos... y no tardamos en descubrir que no podíamos morir. El primero que intentó suicidarse fue Miguel, en nuestro 110º aniversario. Se arrojó desde la Torre Negra, y antes de llegar a estamparse contra el suelo se despertó repentinamente en su cama. Yo lo intenté tres años después, mismo método y mismo resultado. Ling por su parte intentó ahorcarse, y cuando perdió el conocimiento le sucedió lo mismo, se despertó en su cama. Cuando regresó al lugar donde había tenido lugar su intento de suicidio la cuerda seguía donde la había colgado. Me pidió que la vigilase mientras lo intentaba por segunda vez. Fue muy duro verla debatirse con la soga al cuello, y justo cuando no pude soportarlo más y fui a socorrerla se desvaneció delante de mi como si fuese una fantasmagoría. No necesité llamarla para saber que estaba de vuelta en su cama.

 Nuestro último intento de escapar de Matrix, como habíamos empezado a llamar a aquel lugar, fue con motivo del aniversario del año 150. Quedamos una vez más en la Torre Negra, fue la última vez que nos llegamos a reunir los diez. Comimos, bebimos desmedidamente, nos entregamos a una desenfrenada orgía, y cuando nos despertó el alba, subimos a la azotea, la mayoría aún desnudos, nos dimos la mano y nos arrojamos al vacío. Teníamos la absurda creencia de que si nos suicidábamos los diez a la vez el Programador nos permitiría poner fin a todo aquello, nos liberaría de Matrix. No fue así y grité desesperado al volver a despertarme en mi cama. 

 A partir de ahí, la cordura que mis compañeros y compañeras habían conseguido conservar precariamente, comenzó a derrumbarse. Alcoholismo, paranoia, desconfianza, incluso violencia... llegó un momento en el que me vi forzado a huir. Otra cosa no, pero Matrix era muy grande.  Me deshice del móvil y me dediqué a errar. La única precaución que tenía que tener era no morirme, para no regresar al principio. En Matrix no hace falta viajar con equipaje, allá donde vayas siempre tienes acceso a agua, a comida, a ropa, a algún tipo de ocio... 

 A los 1.200 kilómetros al oeste de mi posición localicé un intrincado sistema de montañas y valles, donde pude hallar una confortable cabaña.  ¿Porque me estoy acordando de esto ahora? No lo sé, pero escribir me ayuda. Algún día el experimento terminará y mis notas darán testimonio de todo lo acontecido, de como mi mente resistió de una pieza. ¿Cuanto me queda? ¿500 años más? ¿1.000? Los aguantaré y los documentaré, esa misión me he autoimpuesto, eso da sentido ahora a mi vida. 

 

[...]

 

Puto año 1.000

 

 Era una buena fecha, una fecha redonda, una fecha bonita... un milenio, diez siglos... tenía que terminar, Paula también estaba de acuerdo, tenía que acabarse, era el momento... ¡Era el momento! No puedo escribir otro milenio, no lo haré. ¡No! ¡Jódete puto Programador de mierda! ¡No lo haré! [ininteligible, probablemente insultos]


[no hay más notas] 

 

Escrito por Iván Escudero Barragán

 




 


 

 

 

 

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