Pesadilla en Nochebuena

Pesadilla en Nochebuena

Hay días en que es mejor no levantarse de la cama. A veces no levantándote de la cama puedes evitar lo que hace que se trate de un mal día. Pero otras veces da igual lo que hagas, ya que el mal que se cierne sobre ti es demasiado grande para que una acción tan pequeña como levantarte o no de la cama tenga algún tipo de influencia. Tal vez afecta a lo que te ocurra a ti directamente, pero no afecta de manera significativa a la gran visión de las cosas.

Esta era una de esas veces en que no importan las decisiones que tomes al comienzo del día, porque otros han tomado por ti las más importantes, las que te llegan a cambiar drásticamente la vida.

Por supuesto, al principio parecía un día cualquiera. Uno de esos que suelen pasar sin pena ni gloria en tu vida, de los que puedes olvidarte con facilidad. No fue hasta mediodía que la sospecha empezó a invadirme. La gente a mi alrededor se comportaba de manera extraña, con pequeños cambios en su forma de andar o de moverse que al principio me resultaron imperceptibles. Todos parecían comportarse de manera mecánica; incluso en su forma de hablar utilizaban una economía en sus palabras que me resultaba desconcertante. Nada de dar rodeos alrededor de un tema para hablar de algo sin llegar a mencionarlo. Nada de pasear alargando el camino de vuelta para disfrutar de las vistas. Ni siquiera había gente parada frente a los escaparates observando productos demasiado caros que nunca se comprarían.

Ese comportamiento, y más siendo el sábado anterior a la Navidad en una calle céntrica de la ciudad repleta de tiendas de todo tipo, era claramente anormal. Pero no tenía la menor idea de su causa. De cualquier manera, clasificándolo como otro comportamiento colectivo que ni entiendo ni comparto, seguí a lo mío. Hice las compras que necesitaba y me dirigí de vuelta a casa. El vagón del tren iba tranquilo, sin gritos ni pasajeros molestando a otros; incluso la ubicación de cada persona en el vagón parecía destinada a economizar el tiempo de subida y bajada del mismo. Acostumbrada a situaciones totalmente opuestas a aquella, me pareció una bendición.

¿Acaso el mundo había aprendido a ser civilizado y eficiente de golpe? Todo era muy extraño, sí, pero no parecía en absoluto negativo.

Todavía.

El domingo pasó volando; tan centrada estaba con los preparativos de las fiestas que no me fijé en que no se oían gritos de niños jugando en el parque de enfrente ni le di importancia a la falta de empatía de los presentadores del telediario. Al vivir sola no tuve contacto con otras personas hasta el lunes, cuando volví al trabajo.

El trabajo de oficina a veces puede resultar muy estresante, y esos minutitos perdidos junto a la máquina de café pueden servir para despejar la mente y recuperar energías antes de continuar con lo que estuvieras haciendo. Luego está la gente que pasa más tiempo junto a la máquina de café y mirando al móvil que trabajando. Pero aquel día las visitas a la máquina duraban lo que el café en calentarse. Incluso los más gandules de la oficina evitaban entretenerse. En cuanto a las conversaciones, eran todas única y exclusivamente relacionadas con el trabajo, reduciéndose los intercambios al menor número posible de palabras. Al principio no me fijé, pero evitaban incluso expresiones corteses como buenos días, por favor y gracias.

¿Qué estaba pasando?

Si se hubiese quedado en esto, si no hubiera pasado de ahí, me habría podido acostumbrar. Me habría convencido que los beneficios de evitar aglomeraciones y peleas compensaban la falta de amabilidad y conversaciones superfluas.

Sin embargo, la situación fue progresando, y no para bien. Según avanzaban las horas, la gente a mi alrededor perdía más y más. Al principio las conversaciones habían sido cortas y justas, cada uno ocupándose de sí mismo pero consciente de los demás. Pero enseguida dejó de haber conversaciones. Poco a poco, los ruidos a mi alrededor se redujeron al sonido de las respiraciones y los ventiladores de los ordenadores.

Los movimientos también se fueron reduciendo; si al principio eran de una economización extrema, ahora se quedaban a mitad de un movimiento. Hacían amago de levantarse de la silla pero, como si pensaran en la futilidad de dicha acción, volvían a colocar las manos sobre el teclado.

Dije antes que solo se oían sus respiraciones, y era así. Si bien todos mis compañeros tenían las manos apoyadas en el teclado, parece que yo era la única que conservaba la capacidad o incluso el interés en utilizarlo.

Tenía que salir de allí, tenía que escapar antes de convertirme yo también en un zombi.

∞  ∞  ∞

De esto hace ya varios días. Hoy, 24 de diciembre, la situación poco ha cambiado. Hasta donde alcanza mi conocimiento, soy la única persona en la Tierra capaz de moverse y hablar. Los demás... Los demás se mantienen estáticos, y hace ya más de un día que no he visto a nadie pestañear. Me da miedo comprobar si sus corazones siguen latiendo, porque tengo la sospecha de que podrían no hacerlo. Sus pechos ya no parecen moverse al compás de la respiración.

Frente a mi ventana puedo ver a mi vecino paseando a su perro. Bueno, más bien una imagen estática de mi vecino paseando al perro. Tiene el pie medio levantado, como si estuviera a punto de dar un nuevo paso. Y su perro está en la postura de los cánidos para mear, pero no sale nada de su cuerpo. Llevan tres días en esa posición, como si se tratara de una fotografía en vivo. Pero no es una imagen, sino la realidad.

En cuanto a mí, sobrevivo como puedo ante este extraño aislamiento. Por el momento tengo víveres suficientes (no en vano acababa de comprar cuando comenzó todo esto), pero llegará el día en que se gasten hasta los productos no perecederos de la alacena. Trato de pensar que para entonces ya se habrá arreglado todo, que con el próximo cambio de año todo volverá a la normalidad.

Pero no entender el porqué de una situación no implica que vaya a resolverse sola. Y esta situación entra claramente en esa categoría.

Tal vez debería acercarme a la biblioteca y buscar información sobre qué ha podido causar esto. O, si no encuentro nada, al menos sacar unos libros sobre supervivencia, para que cuando se gasten las latas de conserva del supermercado tenga ya alguna idea de cómo cultivar.

Aunque, si las plantas son seres vivos como las personas y mascotas que me rodean, ¿se verán afectadas por esta parálisis global? ¿Podré sobrevivir? ¿Queda alguien más que, como yo, sigue respirando y actuando con normalidad? ¿Soy la única de todo el planeta que continúa con vida? Si es así, ¿cuánto más podré sobrevivir?

Escrito por Aránzazu Zanón



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