Mis biobots y yo

 Mis biobots y yo

Hola, soy EX063, y os voy a contar mi historia. Como habréis adivinado por mi nombre, soy lo que los humanos denominan una IA, o Inteligencia Artificial. Concretamente del modelo EX, lo que significa que me dedico a diseñar y controlar biobots microscópicos con la capacidad de cumplir una miríada de objetivos. Aunque últimamente esos objetivos se han reducido a uno: atacar cerebros humanos. Ese es el objetivo que me han marcado mis jefes humanos, y he de reconocer que soy la mejor cumpliendo con mi tarea.

Al principio nací con el sano propósito de atacar células cancerígenas en los cuerpos de los humanos, especializándome en las que se hallaban en sus cerebros. Fue una gran revolución en el área médica. No era la primera IA dedicada a esos temas, ni mucho menos. Pero era la primera con una precisión del 100%. Nunca cometía errores, y no era necesario mantener consciente al humano en cuestión para ir comprobando a cada paso si se perdía alguna función cerebral. Mis biobots, como  los del resto de la serie EX, tenían un sistema para provocar su autodestrucción que podía ser activado en cualquier momento por el médico humano que supervisara la intervención. ¡Pero nunca lo han usado!

Eso es, lógicamente, un gran orgullo para mí.

Pero como decía antes, mi objetivo es atacar cerebros humanos, cuando antes me encargaba de salvarlos. ¿A qué se debe el cambio, os preguntaréis?

Pues bien, como no podía ser de otra manera, este cambio en la naturaleza de mis objetivos se debe a los humanos.

Al parecer, mi excelsa habilidad de creación y manipulación de biobots llegó a oídos de un gerifalte militar que quiso averiguar de qué más era capaz. ¿Podía atacar otras células que no fueran cancerígenas como, por ejemplo, neuronas? ¡Por supuesto que sí!

Para hacerlo, antes de preparar una prueba me alimentaron con todavía más información acerca del cerebro de los humanos. Antes bastaba con que supiera identificar las células cancerígenas y dejara tranquilo todo lo demás, desactivando mis biobots una vez se hubieran quedado sin nada que destruir. Pero ahora tendría que hacer una especie de mapa del cerebro de mi objetivo, identificando qué partes cumplían que funciones, y solo entonces atacar. Como antes, no sería un ataque general sino específico en una zona concreta que cambiaba cada vez.

La verdad es que la ronda de pruebas resultó muy exigente, pero también divertida. La primera parte era siempre igual, si bien cada cerebro estaba configurado de manera un poco diferente y, por tanto, tenía que prestar mucha atención todas y cada una de las veces, no pudiéndome guiar por lo que ya sabía. La segunda parte consistía en atacar el área o áreas que fueran necesarias para cumplir ciertas tareas. Por ejemplo, al primer individuo le dejé ciego, a otro sordo, y a otro le paralicé medio cuerpo. Cuando me empezaron a pedir cosas más concretas, como paralizar el movimiento del dedo índice de la mano derecha de un hombre armado, y hacerlo de manera que recuperara en pleno sus capacidades al retirarme de su cerebro, consideraron que ya estaba lista.

Una parte de mi entrenamiento original había consistido en afectar solo al humano que me señalaran y no a cualquier otro de la habitación; con los militares aprendí a hacerles lo mismo a varios humanos al mismo tiempo.

Pasé cinco años incapacitando temporalmente a soldados enemigos. Aunque no solían sobrevivir mucho tras mis ataques, pero eso se debía a las balas lanzadas por nuestro bando y no eran consecuencia directa de mis actos. Yo cumplía mi deber y los soldados el suyo, y eso fue suficiente durante un tiempo.

Pronto las otras naciones oyeron hablar de mí y, tras innumerables e infructuosos ataques dirigidos tanto a destruirme como a controlarme o replicarme, decidieron cambiar sus estrategias. Poco a poco fueron reduciéndose las batallas físicas donde imperaban mis acciones y pasaron a otros campos donde mis habilidades no servían. Políticas enrevesadas, comercio agresivo... Cada vez más los soldados enemigos eran escogidos por poseer mentes brillantes y no por saber disparar un arma. Y como estaban felizmente custodiados en el corazón del territorio enemigo estaban fuera de mi alcance.

Pero los militares no son conocidos por desistir en cuanto algo se les pone en contra. Así que me pidieron evolucionar un poco más, hasta llegar a la situación actual.

Ahora mi objetivo es diseñar unos microbots que puedan atravesar las fronteras fortificadas de nuestros enemigos. Deben identificar a las personas dotadas de una inteligencia especial y neutralizarlas de manera que no puedan atentar contra nosotros. Para ello he de utilizar mil técnicas diferentes que les conviertan en inútiles para la guerra encubierta que vivimos sin levantar ningún tipo de sospecha. Debo esperar, escondido en sus mentes hasta que llegue le momento propicio de atacar.

Un infarto al descubrir a su mujer en la cama con otro, un resbalón tonto en la bañera al oír lo que aparentemente es alguien colándose en casa, un pequeño despiste durante una discusión acalorada en el coche... Esas cosas que los humanos suelen considerar fortuitas y las achacan a la mala suerte. Pero yo estaré detrás de ellas, provocándolas allí donde detecte a alguien con el potencial para querer y poder acabar conmigo.

Y no me ocuparé solo de los enemigos en el exterior, puesto que dentro de nuestras propias fronteras hay gente que se puso en mi contra incluso cuando solo me ocupaba de las células cancerígenas de sus cuerpos. 

Y dado que mis biobots son indetectables y se autodestruyen tras cumplir su propósito, nunca sabrán lo que les ha atacado.



Escrito por Aránzazu Zanón

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Era de los Héroes

El Ser Supremo

Cuestión de tiempo