Contactos en un tren

 CONTACTOS EN UN TREN

Las redes sociales y webs de citas siempre han sido un misterio para mi. No su uso por los simples mortales como yo, de eso sé lo suficiente, sino las matemáticas que se esconden en sus engranajes bien ocultos al público. Hablaba de las redes sociales, pero esas me parecen más bien simples en comparación con todas las ecuaciones y demás que seguro hay detrás de la más simple de las webs de citas. ¿Cómo hacen para emparejarte con quien realmente quieres cuando, leyendo los perfiles de ambos, no parece haber mucho en común?

Habrá quien lea esto y diga que no es verdad, que aunque pequeño siempre hay algún punto de convergencia entre la información suministrada en un perfil y la de otro para que la aplicación decida emparejarlos. Pero yo sé que no es así, que la única explicación es que, al menos una vez de cada doscientas, hay magia involucrada.

Como en mi caso. Porque mi perfil no me lo creé yo y, salvo mi nombre, no hay nada en él que coincida con la realidad. Y, sin embargo, me ha emparejado con la persona más increíble del mundo. Por fuerza la magia de los hados debe de haber intervenido.

Pero empezaré por el principio, para convencer a cuantos lectores hayan dado una oportunidad a la lectura de mi texto.

Mi nombre ficticio (pues por motivos de seguridad no puedo dar mi nombre real) es Rocío. Tengo 26 años y soy una persona tirando a asocial. Siempre me ha costado mucho conocer gente, especialmente en el ámbito romántico, así que una amiga me abrió una cuenta en Tinder (como ya antes me abrió cuentas en Facebook, Instagram y Twitter). Por supuesto, sin mi consentimiento. Como hace siempre. Luego me enseñó a utilizarla (¿quizá debería emplear el término "forzó"?). Y al final me convenció a tener al menos una cita antes de dos meses con alguien que conociera a través de la aplicación.

Hasta aquí todo normal, tan solo los tejemanejes de una amiga a la que le va manipularme para sacarme de mi zona de confort.

La magia en cambio empezó en un tren de Cercanías.

Me esperaba un largo viaje en ese tren (a dónde me dirigía no es relevante para mi historia), por lo que de puro aburrimiento decidí darle una oportunidad a la dichosa aplicación de citas. (Dichoso el día que mi amiga me apuntó, y dichoso el que me decidí a utilizarla). Empecé a pasar por los perfiles que se me presentaban, y todos los rechazaba por uno u otro motivo. Hasta llegar al suyo. Me vi tentada de rechazarlo también, ya que no me atraía en exceso lo que indicaba su perfil, pero acabé dándole a "me gusta". Total, ¿qué podía perder?

Cual no sería mi sorpresa cuando vi que se produjo un match. (Para quien no lo sepa, un match es como lo llaman cuando dos personas se dan el "me gusta" mutuamente, desbloqueándose con ello el chat para que puedan hablar entre sí). ¿Qué hacer ahora?

Como las relaciones impersonales de Internet me producen menos problemas que las interpersonal de la realidad, cuando me envió un mensaje le contesté al momento. Enseguida nos liamos a hablar, y me pareció mucho más agradable incluso que en sus apariciones en los medios. (Pues es un personaje público, de la política nada menos. De ahí la necesidad de ocultar ahora mi identidad por seguridad). No llevaba ni la mitad de aquel viaje en Cercanías cuando nos dimos cuenta de que compartíamos el mismo tren. Extraño en mí, no me costó nada aceptar cuando sugirió que nos viésemos en persona.

Las cámaras nunca hacen justicia. Tal como los reporteros hacen cabriolas con las palabras de los políticos para que parezcan decir algo diferente a lo que dicen realmente, las cámaras se apañan para no mostrar la totalidad de los encantos de las personas.

Nos sentamos en asientos contiguos y continuamos conversando. Para cuando finalizó aquel viaje nos habíamos ya intercambiado nuestros teléfonos y acordado quedar en otro momento, cuando nuestras mutuas obligaciones no nos forzaran a separarnos tan temprano.

No sé cómo funcionó tan bien Tinder, cuando ni mi perfil ni el suyo fueron sinceros. Pero el caso es que lo hizo, y tras tanto tiempo de relación como llevamos sigo sin caber en mí de gozo por habernos encontrado.

Casualidad o destino. ¿Qué importancia tiene? Lo único cierto es que al fin encontré a mi media naranja, y espero que nunca nadie nos pueda separar.

No puedo desvelar mi identidad, ni tampoco la suya. Pero puedo asegurar que, en política, merece todo lo que ha conseguido y más. Espero merecer yo también su compañía, y todo el bien que su buen hacer puede traer a este país.



Escrito por Aránzazu Zanón

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