Irracionalidad

 


IRRACIONALIDAD


 Las alarmas continuaban sonando mientras Paul se restablecía tras el criosueño. No recordaba ese protocolo, lo normal sería que Minerva, la inteligencia artificial que gobernaba la nave, le hubiera despertado gentilmente una vez que se encontrase a la distancia de 200 unidades astronómicas de su objetivo. La idea era tener tiempo de sobra para recuperarse mientras deceleraban, revisar los principales sistemas tras el largo viaje, e ir despertando poco a poco a algunos de los miembros de la tripulación. 

 La misión de Paul, al mando de la nave interestelar Argus, era la de asentar una colonia cabeza de puente en el planeta Atlantis. Él y sus 537 compañeros aún dormidos estudiarían la viabilidad de aquel mundo, y si era la adecuada, desde la Tierra se enviarían sucesivas oleadas colonizadoras. Solo el personal mínimo, 50 personas, se despertaría durante la aproximación a Atlantis, el resto lo harían ya sobre la superficie del planeta, y de modo gradual, en la medida en que se fuese disponiendo de recursos.

 No, definitivamente aquella alarma no era normal. Paul se temía lo peor: la colisión de un meteorito, una ráfaga de rayos cósmicos que hubiera quemado algún circuito, un fallo mecánico en los sistemas de la nave… Animado por la estimulación muscular y el cóctel de drogas que circulaba por su sangre, Paul se vistió, y mientras caminaba con pasos titubeantes hacia el puente, le preguntó a Minerva dónde estaban y qué sucedía.

– Un saludo, capitán Paul – contestó la calmada y melodiosa voz de Minerva tras desactivar la alarma – Ruego me disculpe por haberle despertado antes de tiempo. Nos hallamos a 36,8 años luz de nuestro objetivo, el planeta Atlantis, tras haber completado aproximadamente un 60% del trayecto. El motivo de haber activado el sistema de alarma se debe a que nos encontramos en curso de interceptación.

– ¡¿En curso de interceptación?! – Se sobresaltó Paul ignorando su agotamiento – ¿Se trata de un meteorito?! ¿Podemos esquivarlo o destruirlo?

– No, no se trata de un meteorito, con lo cual no son de aplicación los protocolos destinados a este tipo de objetos, como aquellos que ha mencionado – Fue la sosegada contestación.

 Paul había trabajado durante muchos años con inteligencias artificiales como Minerva y sabía que, cuando se andaban con evasivas, ello significaba que contaban con una información potencialmente disruptiva para sus interlocutores humanos, información que estaban programadas para suministrar poco a poco.

– Minerva, en calidad de capitán de la nave interestelar Argus – declaró con voz seria y formal – te ordeno que me informes directamente de la naturaleza del objeto que se dispone a interceptarnos.

 Minerva permaneció unos segundos en silencio, lo cual preocupó todavía más a Paul, hasta que finalmente volvió a hablar, manteniendo su tono neutro y sosegado.

– Aparentemente se trata de una nave espacial. Sin embargo, no se corresponde con ningún modelo conocido. Tampoco había programada ninguna misión en paralelo a la nuestra, de modo que solo puedo concluir que se trata de una nave espacial alienígena.

 Paul, que ya había llegado al puente de mando, se dejó caer de rodillas. Si hubiese tenido algún contenido en su estómago, lo habría vomitado. Ni en un millón de años se hubiese esperado aquello. Los datos sobre el planeta Atlantis apuntaban a que estaba deshabitado, sin embargo, no había descartado encontrarse con alguna sorpresa al llegar allí. Pero… ¿en mitad de la bastedad del espacio interestelar? Sí, era cierto que la Argus enviaba comunicaciones periódicas a la Tierra a través de ondas de radio, sin embargo, se trataba de una señal muy focalizada y su intensidad era la justa y necesaria para alcanzar su destino. El único modo de que alguien o algo hubiese captado dichas señales era que hubiese transitado justo en su trayectoria, algo en extremo improbable. Y luego estaba el sorprendente hecho de que hubiesen conseguido alcanzarles tras haberles localizado, ya que la Argus se movía a la salvaje velocidad de 0,4 C (120.000 kilómetros por segundo). Por otro lado, que aquello se tratase de un encuentro cien por cien fortuito era todavía más inverosímil. El espacio interestelar era de una enormidad tal que objetos como la Argus se asemejaban a una molécula en mitad de un basto océano. Aquello era absurdo, debía de tratarse de un error.

– Minerva, ¿estás segura de que tu lectura de los datos es correcta?

– Afirmativo, capitán Paul. La forma del objeto es la de un toroide cuya sección tiene 1.041 metros de ancho, con una extensión total de 5.388 metros de diámetro. Los datos espectrométricos muestran que su superficie está compuesta por una combinación de osmio, plomo y carbono, y ha modificado su trayectoria y velocidad a fin de dirigirse hacia nosotros. Ninguno de estos datos puede corresponderse con un objeto natural, ni tampoco con un artefacto terrestre en base a los registros conocidos, por lo tanto, es lógico atribuirle una naturaleza artificial y un origen alienígena.

 Paul sentía que se mareaba, ¿y si aquello se tratase de una pesadilla y aún siguiese durmiendo dentro del tanque de criosueño? Se pellizcó la mejilla y sintió un dolor que parecía real. No, por el bien de la misión debía de asumir que aquello realmente estaba sucediendo.

– ¿Dentro de cuánto tiempo se producirá la intercepción?

– La interceptación tendrá lugar en 7 horas y 23 minutos. No habrá colisión, pero el artefacto pasará a tan solo 100 metros de nosotros, a menos que vuelva a cambiar su trayectoria. Lo detecté hace 3 horas y 4 minutos, pero conseguir despertarle, incluso a través del proceso de emergencia, requirió tiempo.

– ¿Cómo lo detectaste?

– Emitió una señal de radio dirigida a nosotros, delatando intencionadamente su posición e intenciones.

 De nuevo la información crítica siendo cuidadosamente dosificada… Paul suspiró, armándose de paciencia antes de proseguir con sus pesquisas.

– ¿Esa señal contenía algún tipo de información?

– Sí, se trataba de una señal de radio con un ancho de banda de 10 kHz y una frecuencia de 1420,356 MHz. Estaba modulada. La transmisión duró 10 segundos.

– Si la señal estaba modulada, supongo que contendría algún mensaje.

– Sí.

 Paul volvió a suspirar, mesándose con nerviosismo sus espesos y revueltos cabellos negros. Maldijo en silencio a los psicólogos que asesoraban la programación y educación de las inteligencias artificiales.

– Minerva, por todos los demonios del espacio profundo, infórmame ahora mismo del tipo de mensaje contenido en la señal, y explícame si has podido descifrarlo, y sí es así, su contenido y cómo lo has hecho.

– El mensaje decía lo siguiente: "Saludos. Prepárense para ser interceptados y abordados en 9 horas y 27 minutos". Pude descifrarlo sin problemas gracias a que nos fue transmitido en nuestro idioma.

– ¿En… en nuestro idioma?

– Sí.

 Paul permaneció unos segundos en silencio, aturdido por lo absurdo de lo que acababa de escuchar. Su mente trabajaba a toda velocidad tratando de ensamblar las piezas de aquel insensato puzle.

– Minerva, por favor realiza un autodiagnóstico. Infórmame de cualquier anomalía en tu funcionamiento – Solicitó con cautela.

– Capitán Paul, he realizado tres autodiagnósticos completos desde la recepción de la señal y la detección del artefacto supuestamente alienígena, y puedo confirmarle que mi funcionamiento es correcto. Entiendo que la información que le he proporcionado es difícil de asimilar y creer, no obstante, puede confirmarla usted mismo. La presunta nave espacial emite radiación electromagnética en visible e infrarrojo, puede por ejemplo observarla a través del telescopio en las coordenadas que le indicaré, su marcado efecto Doppler evidencia su velocidad y trayectoria. También se trata de un objeto muy denso, así que su huella gravitacional, aunque sutil, es discernible por nuestros instrumentos.

– Te creo Minerva… perdona por dudar de tu fiabilidad. ¿Cuál es la propulsión de esa presunta nave alienígena?

– Su propulsión es de una naturaleza desconocida. No deja ningún tipo de rastro, a diferencia de nuestro motor de fusión. Y no se preocupe capitán Paul, carezco de emociones, con lo cual no puede ofenderme. También entiendo la situación de estrés e incertidumbre a la cual se haya sometido, por ese motivo estoy intentando informarle del modo más gradual y menos traumático posible.

– Gracias Minerva, por favor, despierta a Julia, a Peter y a Alicia. Si nosotros cuatro con tu ayuda no podemos enfrentarnos a esta crisis, nadie más podrá.

– A sus órdenes capitán. Siguiendo la reanimación de emergencia, Julia, Peter y Alicia se encontrarán en condiciones de reincorporarse al servicio dentro de aproximadamente 3 horas, con lo cual aún dispondrán de algo más de 4 horas para prepararse conjuntamente. Por supuesto, le mantendré informado ante cualquier novedad que pueda acontecer.

 Tres horas y media después, Paul, Julia, Peter y Alicia se hallaban reunidos en una amplia sala, sentados alrededor de una mesa.

 Julia era astrofísica, una mujer joven y esbelta, de pelo negro como el azabache cortado a tazón, facciones afiladas rematadas en una nariz ligeramente puntiaguda y cuyos tranquilos ojos grises eran el reflejo de una mente racional y calmada. Peter por su parte era astrobiólogo; se trataba un hombre moreno de mediana edad, de pelo castaño rizado, rostro ancho con barba rala, espesas cejas y nariz redonda, vivaces ojos negros y cuerpo corpulento, rozando el sobrepeso. Finalmente, Alicia era matemática, también de mediana edad, llevaba su pelo de color cobrizo recogido en sendas coletas, era de baja estatura, de cuerpo pródigo en curvas, y su cara redonda de mejillas pecosas era dominada por dos profundos y alegres ojos verdes que, acompañados por su eterna sonrisa, parecían invitarte a mantener una interesante conversación. En opinión de Paul, no era posible tener un equipo mejor. Aquellas eran las mentes más brillantes de toda la nave, y sus especialidades se revelaban fundamentales ante aquella situación.

– Seguro que ya se os ha pasado por la cabeza – comentó Alicia – pero algo me dice que esa cosa que se nos acerca no es alienígena. Nos ha interceptado con suma facilidad y además conoce nuestro idioma, es demasiada casualidad. Creo que es humana. Tal vez la gente de la Federación Joviana la haya construido en secreto en algún rincón del Cinturón de Kuiper y la haya lanzado en nuestra persecución por alguna razón… recuerdo que en el momento de nuestra partida las relaciones con la Unión Terrestre eran algo tensas, pueden querer tomarnos la delantera. O quizá sean humanos del futuro que conocían todos los detalles de nuestra misión y han sentido el deber de interceptarnos por algún motivo.

– Si ese chisme es humano, no es de nuestra época – respondió Julia – Es cierto que la Federación Joviana, dada su situación al tener que habitar en el exterior del Sistema Solar, está tecnológicamente más avanzada. Sin embargo, para poder construir algo semejante a ese donut monstruoso necesitarían haber minado asteroides enteros hasta hacerlos desaparecer, y desde la Tierra se habrían dado cuenta, principalmente porque los mineros jovianos tendrían que haber ido a buscarlos al Cinturón Central, entre Marte y Júpiter, que es donde abundan rocas con alto contenido en metales; en el Cinturón de Kuiper todo son bolas de nieve. Por no hablar de que, si los jovianos tuviesen esa tecnología, el Sistema Solar habría sido suyo desde hace tiempo, y no andarían en pugna con la Unión. La idea de que sean humanos del futuro es atractiva, aunque el tema de las paradojas temporales hace que me entre dolor de cabeza.

– Discrepo con vuestra arrogancia antropocéntrica – intervino Peter, que había permanecido escuchando repanchingado en su silla con mirada divertida y una medio sonrisa en los labios. – Concluis que tienen que ser humanos, bien del presente o del futuro, porque hablan nuestro idioma y nos han localizado muy fácilmente, algo que unos alienígenas no podrían hacer de buenas a primeras, ¿verdad? Bueno pues, sin ánimo de ofender, creo que estáis siendo muy miopes. Podría darse el caso de que una civilización extraterrestre llevase miles, tal vez decenas de miles de años observándonos, lo sepa todo sobre nosotros, y ahora que hemos dado el paso de intentar dejar nuestro sistema y saltar hacia las estrellas, haya considerado oportuno presentarse.

 Paul tamborileó con los dedos sobre la mesa, mirando alternativamente a sus compañeros, y formuló la pregunta que, como capitán de la Argus, estaba obligado a hacer:

– Ese donut gigante que se nos echa encima… ¿Creéis que es hostil? Entiendo que la respuesta cambiará dependiendo de si es humano, alienígena, del presente, del futuro, o de vaya uno a saber de qué puñetero recoveco del multiverso…

– Si es alienígena, es muy posible que sea hostil – Se adelantó Peter – Soy exobiólogo, no exosociólogo, pero intuyo que, si vienen a por nosotros en lugar de haberse presentado ante las autoridades humanas del Sistema Solar hace algún tiempo, es porque hemos cruzado una línea roja, en concreto atrevernos a salir de nuestra madriguera y lanzarnos ahí fuera. Puede que consideren que aún no estamos preparados, o que somos una potencial amenaza, en cuyo caso, o bien nos devuelven amablemente a la Tierra, o bien nos vaporizan.

– Si eso fuese así, ¿porqué avisarnos? – Inquirió Alicia frunciendo el ceño – ¿Porqué no fulminarnos directamente? Si pueden construir y pilotar donuts del tamaño de asteroides, estoy segura de que podrían hacerlo.

– Quizá quieran ponernos a prueba, someternos a algún tipo de experimento… – Aventuró Peter.

– Pero, según tu argumento, si hablan nuestro idioma y nos han interceptado es porque lo saben todo de nosotros, ¿no? – intervino Julia – Así que, ¿qué necesidad habría de venir aquí a jugar?

– ¿Aburrimiento? El espacio interestelar puede llegar a ser un lugar muy solitario – Bromeó Peter.

– Bien, gracias equipo – Dijo Paul – Algunas de vuestras ideas ya se me habían cruzado por la cabeza, pero escucharos me ha ayudado a tener una visión un poco más clara de la situación. Por el momento no vamos a despertar a nadie más, en cuanto a nosotros, estas son mis órdenes. Julia, quiero que por favor…

 Una estridente alarma le interrumpió, seguida por la potente voz de Minerva, que a través de todos los altavoces de la nave hizo reverberar el siguiente aviso:

– ¡Atención! ¡Atención! Diríjanse inmediatamente a las zonas de seguridad, la nave está siendo radiada por…

 Ninguno pudo terminar de escuchar las palabras de Minerva, ya que perdieron la consciencia.

 Cuando Paul despertó, comprobó que no había sido movido a ningún lugar, se encontraba en la misma sala, sentado en la misma silla frente a la misma mesa, entorno a la cual sus compañeros se estaban recuperando, igual de aturdidos que él.

– Minerva, por favor, indícame cuanto tiempo hemos estado inconscientes.

– Han perdido la consciencia durante 10 segundos – replicó solícita la inteligencia artificial – seguramente debido al haz de radiación electromagnética que nos ha golpeado, proveniente del artefacto al que ustedes llaman donut.

– ¿Nos ha sondeado? – inquirió Paul.

– Esa es una hipótesis muy probable.

– Analizaré los datos conjuntamente con Minerva e intentaré averiguar todo lo que pueda sobre lo que ha pasado – Se ofreció Julia.

– Gracias Julia, a ver si de aquí a una hora has podido sacar algo en claro, igualmente sería necesario tratar de extrapolar la trayectoria pasada del donut – Contestó Paul – Por tu parte, Peter – Añadió girándose hacia su compañero – Necesito que por favor elabores una estrategia múltiple que, partiendo de la premisa de que los tripulantes del donut no son humanos, nos permita conseguir un desenlace pacífico en nuestra inminente relación con ellos.

– Eso es una imbecilidad – Contestó Peter con una mueca entre burlona y despectiva – Nada de lo que hagamos o digamos va a afectar a esos alienígenas, eso si es que los hay, igual el donut simplemente es un robot que sigue ciegamente unas instrucciones. Si estas son mis últimas horas de vida, prefiero pasármelas bebiendo, comiendo, viendo una película, masturbándome, o más probablemente todo ello a la vez, y no realizando tareas inútiles.

 Paul asistió a aquel acto de insubordinación con la boca abierta. Era cierto que Peter siempre había sido un verso libre con una cierta tendencia al hedonismo y la excentricidad, pero aquello rebasaba ampliamente los límites de lo admisible.

– ¡¿Estás oponiéndote a una orden directa de tu capitán?! – Bramó Paul sintiendo como el calor de la ira nacía en su interior y se expandía llenando hasta el último rincón de su cuerpo y su mente.

– Desde luego que sí, ¿qué vas a hacer? ¿mandarme de vuelta a dormir? ¿arrojarme al espacio?

 Paul no respondió con palabras, sino con acciones. Se levantó rápido con el rayo y antes de que Peter supiese lo que estaba pasando ya le tenía tendido en el suelo, clavándole la rodilla en la espalda mientras le retorcía el brazo derecho.

– Este es el brazo con el que te haces las pajas, ¿verdad? – Se mofó Paul disfrutando de aquel arrebato de violencia, en especial de los gemidos de dolor de Peter – ¿Y si te lo arranco? Quizá así estés más dispuesto a seguir mis órdenes.

– ¡¡Bastaaaa!! – Gritó Julia con toda la capacidad que le dieron sus pulmones – Capitán, yo también sé artes marciales, podemos pelear para demostrar quién es más fuerte, o pueden dejar de comportarse como machos alfa embrutecidos por la testosterona y calmarse un poco.

– Les recuerdo que los actos de violencia están prohibidos por los reglamentos de la nave – Sentenció Minerva, con su enervante voz neutra.

– ¡Vete a la mierda! – exclamaron Paul y Julia a la vez.

Con una risa nerviosa, Paul liberó a Peter, quién abandonó la sala corriendo, sin mediar palabra ni mirar hacia atrás.

– Disculpadme – se azoró Paul mesándose nerviosamente el revuelto pelo de su coronilla – No sé que me ha pasado, no me esperaba esa reacción por parte de Peter, y no he sido capaz de controlarme.

– Estamos todos muy tensos – Comentó Alicia, la única que, abandonando su sonrisa y con cara de póquer, aún permanecía sentada en su silla, de la cual se apresuró a levantarse – Creo que deberíamos de tranquilizarnos un poco. Voy a hablar con Peter, a ver si consigo hacerle entrar en razón – Dicho esto se levantó y se fue, dejando solos a Paul y a Julia.

 Ambos estaban de pie, mirándose el uno al otro, y cuando el silencio empezó a ser tenso, Paul optó por romperlo.

– No sabía que supieras artes marciales, no viene en tu ficha.

– Aprendí kung fu en mis ratos libres, cuando estudiaba en la Tierra. No me pareció algo relevante que tuviera que poner en mi perfil, y desde luego que jamás me habría imaginado verme en una situación en la que me fuese útil, y menos a bordo de esta nave.

– ¿Y realmente te habrías enfrentado a mí?

– De ser necesario, sí. Y seguramente te habría ganado. – Julia le guiñó un ojo, sonriendo traviesamente.

– Tengo que reconocer que a una parte de mi le habría encantado pelear contigo, incluso siendo derrotado – Admitió Paul, sorprendido de sus propias palabras. De repente, era consciente de que Julia, además de una brillante científica y miembro destacado de la tripulación, era una mujer muy atractiva. Su instinto más primitivo anhelaba acercarse a ella, establecer contacto físico con ella, incluso aunque fuese en el curso de una pelea.

– ¿Te refieres a esa parte de ti que busca pelear con otros machos, luchar por el territorio y conquistar a las hembras?

– Conquistar no, seducir. Aunque el muro de hielo de tu mirada no lo pone fácil. – La transgresión a la que no había podido resistirse aceleró el corazón de Paul.

– ¿Me está tratando de cortejar capitán? Le recuerdo que estamos de servicio, y además en un momento especialmente crítico para la misión – La sensatez de las palabras de Julia no concordaban con su mirada, cargada de una picardía juguetona que acrecentó al morderse el labio.

 Paul sabía que lo que estaba haciendo no era profesional, ni prudente, ni cuerdo, pero la atracción que sentía en ese momento hacia Julia era demasiado fuerte, y no podía resistirse a ella, y menos con aquella mirada suya, tan cargada de provocación.

– Una de las cosas que dijo Peter era cierta – prosiguió Paul – puede que estas sean nuestras últimas horas de vida, y no dejamos de ser humanos.

– ¿En serio capitán? ¿va a recurrir al viejo tópico del carpe diem? ¿tan desesperado está? – Julia dio un paso en su dirección, y luego otro.

– A veces, en situaciones desesperadas suceden cosas extraordinarias – Replicó Paul dejándose llevar por una creciente excitación.

– Errores extraordinarios, querrás decir – mientras pronunciaba estas palabras Julia dio otros dos pasos más, situándose a escasos centímetros de él, clavándole su intensa mirada.

– Vamos en curso de colisión, y no soy capaz de apartarme – Susurró Paul, notando el calor y el olor de ella.

– Ni yo – Contestó ella justo antes de poner una mano en su nuca y comenzar a besarle.

 El apercibimiento de Minerva, informándoles de que los reglamentos de la nave no permitían mantener relaciones sexuales ni en horario de servicio ni en aquel lugar, no hizo más que excitarles todavía más. Ni siquiera les importó que Alicia o Peter pudieran escucharles, o incluso sorprenderles en plena acción. Se entregaron completamente a sus instintos y el uno al otro.

 Quince minutos después, Paul, tendido desnudo en el suelo al lado de Julia, sentía que no quería volver a hablar ni moverse nunca más, estaba perfectamente allí, donde estaba, al lado de la mujer con la que había disfrutado de un placer y una pasión que creía olvidados. Poco a poco, su cargo de capitán y la circunstancia en la que se hallaban volvieron a situarse en primera línea en su mente, forzándole a reaccionar. Se levantó torpemente, y mientras se vestía, habló con la esperanza de restablecer algún tipo de normalidad.

– Lo que ha sucedido ha sido maravilloso, aunque también una equivocación. Deberíamos de hablar de ello con calma, pero ahora mismo tenemos la situación que tenemos, y no nos queda más remedio que mover el culo.

 Julia aún seguía inmóvil, desnuda y con la mirada perdida. Se incorporó de repente y se puso a vestirse con rapidez.

– Yo también he disfrutado, pero esto es raro. No es normal que estemos perdiendo el control de esta manera. Primero Peter, luego nosotros… ¿qué nos está pasando?

– Nadie antes se había visto antes en una situación así. Estamos a muchos años luz del planeta más cercano, a punto de ser abordados por vaya uno a saber qué, tal vez destruidos...

– Sí, pero nos habíamos entrenado para afrontar crisis y situaciones de estrés, somos personas en teoría equilibradas, no fuimos seleccionados para esta misión al azar.

– Sospechas del donut, ¿no es eso?

– Sí, ya sé que parece el argumento de una de esas viejas película de ciencia ficción, pero no se me ocurre otra explicación.

– O tal vez no quieras admitir que, como seres humanos, no somos infalibles, y por mucho que hallamos entrenado, una situación como esta puede superarnos.

 Julia se limitó a encogerse de hombros – Tenemos mucho trabajo que hacer capitán, ya tendremos tiempo de hablar sobre esto… o no – Dijo, y acto seguido abandonó la sala.

 Paul se permitió disfrutar de unos minutos de soledad. Los últimos acontecimientos giraron en su mente como un torbellino, piezas aleatorias incapaces de ensamblarse en una imagen coherente. Superando una inesperada resistencia, volvió a ponerse en marcha.

– Minerva, que tiempo tenemos – Preguntó de camino al puente de mando.

– Quedan exactamente dos horas y media antes de que seamos interceptados por el artefacto, el cual no ha modificado ni su velocidad ni su trayectoria.

– Gracias.

 De repente, unos espantosos gritos resonaron en la nave, provenían de algún punto lejano. Minerva no tardó en informar.

– Capitán, se reporta una emergencia en la cubierta tres, sala 5.

– ¡Eso es la cocina!

– Sí.

 Paul corrió hacia allí con el corazón en un puño. Fuese lo que fuese lo que estaba pasando, aquello se le estaba yendo de las manos. La maldita cocina estaba casi en la otra punta de la nave, y le pareció que tardaba una eternidad en llegar.

 La escena que se encontró al llegar allí era dantesca. Peter yacía en el suelo con un cuchillo de cocina clavado en medio del pecho. Alicia lloraba desconsoladamente encogida en un rincón, mientras Julia trataba de calmarla.

– ¡Me cago en la puta! – Exclamó Paul lanzándose hacia Peter. Aún vivía, pero su pulso era débil. Un charco de sangre se iba formando lentamente debajo de él.

– ¡¿Qué coño ha sucedido?! ¡Peter necesita asistencia médica inmediatamente! ¡Ayudadme a llevarle a la sala médica!

– Ese bastardo no se merece vivir – Contestó secamente Julia.

– ¡¿Cómo?!

– Me acosó… intentó… intentó violarme – Sollozó Alicia.

– ¿Y porqué no pediste ayuda? ¿Te pareció que matarle era la mejor solución?

 Julia se aproximó a Paul y le abofeteó en plena cara.

– Pidió ayuda a través del intercom – Le espetó con ira – Pero nosotros estábamos muy ocupados follando. Huyó hasta aquí, en busca de algo con lo que defenderse. Cogió el cuchillo y le pidió a Peter que parase, que la dejase en paz. Él no hizo caso y se abalanzó sobre ella. Forcejearon, y el resultado es el que ves. ¿Qué habrías hecho tú? Ah, claro, que eres un hombre, se supone que a ti no pueden pasarte estas cosas…

 Paul estaba al borde de una crisis nerviosa.

– La sala médica… hay que llevarle a la sala médica… – Insistió frontándose la mejilla donde Julia le había golpeado.

– Somos seres humanos del siglo XXIV… ¿Por qué nos está pasando esto? ¿por qué? – Dijo Alicia con voz temblorosa y quebrada.

– El donut, realmente tiene que ser el jodido donut… – Masculló Paul mientras cogía a Peter de los pies y comenzaba a arrastrarle.

– Así solo vas a conseguir que termine de morirse, vamos a la sala médica a por una camilla. – Le interrumpió Julia. Su cara era inexpresiva y su mirada glacial.

 Paul asintió en silencio. Fueron a la sala médica, que afortunadamente no estaba muy lejos, y regresaron con una camilla, en la cual, con la ayuda de Alicia, depositaron a Peter. Le transportaron de regreso a la sala médica, y allí le colocaron en el quirófano robótico. Nadie dijo nada durante todo el proceso. El dispositivo escaneó el cuerpo y emitió un diagnóstico.

– El paciente ha fallecido. No resulta posible su reanimación.

 Alicia se dejó caer en el suelo aullando y tirándose de los cabellos. Julia intentó sujetarla y tranquilizarla. Paul, bloqueado, contemplaba la escena como si no fuese real. "Esto es una pesadilla – pensó – En ningún momento he llegado a despertarme, sigo en el criosueño."

 Las alertas volvieron a sonar, más estridentes e insistentes que nunca, y la voz de Minerva, que estaban empezando a odiar, les dio un nuevo reporte.

– ¡Se ha detectado una presencia intrusa en el puente de mando! ¡Repito, se ha detectado una presencia intrusa en el puente de mando!

– ¡Como no! – Exclamó Julia – No esperaba menos de esta mierda de situación.

 No fueron capaces de hacer reaccionar a Alicia, así que la dejaron allí, encaminándose los dos solos hacia el puente de mando. Paul quiso hacer una parada en la sala de seguridad y coger un táser, pero una mirada con el ceño fruncido de Julia le hizo desistir de la idea.

 Cuando llegaron allí, se encontraron con una mujer alta y delgada, vestida con un elegante traje blanco, camisa gris, corbata morada y zapatos negros. Su pelo era de color platino y le caía como una lisa cascada hasta las caderas. Los rasgos de su cara eran gráciles, femeninos y de una indudable belleza. Sin embargo, lo más sorprendente eran sus grandes y luminosos ojos, exactamente del mismo color morado que la corbata.

– Disculpad la intrusión, pero antes que nada, os informo de que hemos trasladado a Peter a nuestra nave. Nosotros sí podemos reanimarle y curarle, y lo sucedido ha sido en cierto modo culpa nuestra, como ya sospechabais. En cuanto a Alicia, la hemos sedado temporalmente.

– ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – Preguntó Paul intentando fingir una seguridad que no sentía.

– Venimos del planeta Atlantis, el objetivo de vuestra misión.

– Habíamos supuesto que Atlantis no estaba habitado… de otro modo no nos habríamos planteado colonizarlo… – Intervino Julia.

– En efecto, cuando partisteis de la Tierra, hace 138 años, no lo estaba. Ahora sí.

– ¡Llevaba razón! ¡Sois humanos del futuro! – Exclamó Julia.

– No – Replicó la misteriosa mujer – Vosotros sois humanos del pasado. Tres décadas después de que comenzaseis vuestro periplo, la ya desaparecida Federación Joviana desarrolló un motor de curvatura espacial. Creo que ya sabéis como funciona; se deforma el espacio-tiempo para hacer "trampa" y así poder viajar más rápido que la velocidad de la luz. De esta manera, el viaje hasta Atlantis se redujo de 230 años a un mes. Nos hemos adelantado y ya es un mundo colonizado. Y no, no se lanzaron más naves como la vuestra, os halláis en una situación única. Por cierto, la Unión Terrestre tampoco existe, ahora somos la Alianza Interestelar Metahumana.

– La Alianza Interestela Metahumana… – Repitió Paul mientras un repentino escalofrío le recorría la espalda.

– Sí, en estos años han sucedido muchas cosas. No solo hemos desarrollado la tecnología que habéis podido presenciar, sino que la propia humanidad ha evolucionado. Vosotros ya habíais empezado a recorrer este camino, implementando mejoras genéticas y añadiendo prótesis electrónicas a vuestros cuerpos. Desde entonces, las cosas han ido mucho más lejos. Ahora estamos fusionados con nanobots y nuestras mentes conectadas a potentes ordenadores cuánticos. Y por supuesto, hemos dejado atrás a la mayoría de esas problemáticas emociones e instintos que a vosotros aún os atormentan.

– ¡Habéis estado experimentando con nosotros! – Gritó Paul señalando acusadoramente a la mujer – Aquel haz de radiación que nos arrojasteis nos alteró de alguna manera.

– A medida que os ibais acercando a Atlantis, se estableció el debate de qué hacer con vosotros. No sabíamos si podríais adaptaros a nuestra sociedad actual, así que se optó por poneros a prueba. Estimulamos brevemente vuestro sistema límbico, las amígdalas y otras partes de vuestro cerebro encargadas de las emociones e instintos primitivos, preguntándonos si vuestro lado racional sería capaz de soportar el chaparrón y compensar la balanza. El resultado es el que habéis vivido. Ira, violencia, deseos sexuales incontrolables, miedo, frustración, desconfianza, impulsividad, confusión… miraos, estáis hechos un desastre.

– Pero… ¡Habéis amañado las cartas para demostrar justo lo que queríais demostrar! – Se defendió Julia.

– Tan solo os hemos puesto delante de una parte de vuestra naturaleza, y os habéis entregado alegremente a ella. El capitán y las tres personas más valoradas por él sucumbiendo a sus más bajos impulsos a la primera de cambio. ¿Qué esperar de vuestros compañeros dormidos? Ya sabéis la respuesta.

– Genial, perfecto – Dijo Paul en mitad de una risita histérica – ¿Y ahora qué? ¿nos vais a convertir en polvo espacial y a seguir con vuestras cosas de metahumanos?

– Semejante planteamiento es una muestra más de vuestra barbarie – Contestó la mujer haciendo un exagerado aspaviento – Hemos evolucionado, no nos hemos convertido en psicópatas. En su adecuada proporción, aún conservamos emociones positivas como el amor, la empatía o la compasión, y además hemos perfeccionado un código moral que nos dota de un fuerte sentido de la justicia. Ni se os hará daño ni se os volverá a alterar de la manera que hemos hecho. Dentro de un par de horas vuestras emociones e instintos regresarán a sus niveles normales. Luego, iremos despertando del criosueño al resto de vuestros compañeros. Se les informará a todos de la situación, os embarcaremos en nuestra nave, y os conduciremos a una reserva que hemos construido para vosotros.

– Que habéis construido… sabíais que no pasaríamos la prueba… – Suspiró Julia.

– Era una posibilidad muy alta para la que debíamos de estar preparados. En la reserva podréis vivir felices. Tendréis vuestras necesidades cubiertas, grandes lujos, y podréis disfrutar de todos vuestros instintos y emociones. Eso sí, estaréis monitorizados a fin de evitar actos violentos y/o autodestructivos, y por supuesto no podréis reproduciros, aunque los anticonceptivos que os administraremos no afectarán a vuestro deseo y potencia sexuales, os lo prometo.

 Paul volvía a sentirse dominado por una ira incontrolable, y no se pudo reprimir.

– ¡Así que vuestro plan es esterilizarnos y meternos en un puto zoo! ¿Así funciona vuestro maravilloso código moral de mierda?

– No hay alternativa. No podríais sobrevivir en nuestra sociedad, y tampoco podemos dejaros sueltos por ahí, sois peligrosos. Sé que es duro escucharlo, pero sois una reliquia del pasado. No es culpa vuestra, ni tampoco nuestra, simplemente son las paradojas del viaje interestelar.

– ¡Meteros vuestro paternalismo por el culo! – Gritó Julia – ¡Tenemos derecho a vivir como nos dé la gana! ¡No sois quién para encerrarnos como si fuésemos monos!

– En vuestra vieja sociedad tampoco erais libres para hacer lo que quisieseis, ciertos comportamientos eran considerados inadmisibles y estaban prohibidos. De hecho, había cárceles donde se encerraba a las personas que quebrantaban las normas y a quienes se consideraba peligrosas. Ya no existen las cárceles, y vosotros no sois criminales (salvo quizá Peter), pero de igual manera no podemos dejaros libres. Y no, no sois monos, sin embargo, la diferencia de nivel entre un humano y un metahumano es… bueno, dejémoslo en que es muy grande. De hecho, me estoy teniendo que limitar para adaptarme a vuestro lenguaje y que me podáis entender.

– Vale, vale, pero estoy seguro de que podemos negociar, quizá algunos de nosotros… – Comenzó Paul, luchando por calmarse.

– No hay nada más que hablar, todos seréis tratados igual y vuestro futuro ya está decidido. Lamento las dificultades por las que habéis pasado en estas últimas horas, y os prometo que de ahora en adelante todo irá bien.

 Dicho esto, la mujer se desvaneció en el aire. Paul y Julia se miraron en silencio. No hacia falta decir nada, ambos eran plenamente conscientes de que su destino ya estaba sellado. Y lo peor de todo era que, en el fondo, a Paul le gustaba.


Escrito por Iván Escudero Barragán





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