Dimisión

 


 DIMISIÓN


 El paciente, que había pedido ser llamado Lore, llegó puntual a la cita. Exactamente a la hora en punto ya estaba sentado en el sillón de la consulta virtual, removiéndose inquieto. A Juan le exasperaba tal rigor en la puntualidad, ya que ello le robaba valiosos minutos para repasar sus notas; el tiempo era limitado y sus servicios muy demandados. Al menos, gracias al metaverso, podía trabajar desde su casa; solo tenía que colocarse unas gafas de realidad virtual que le conectasen con la simulación de la consulta donde atendía a sus pacientes. Un sensor láser leía sus movimientos y los trasladaba a su avatar, que había basado directamente en él mismo, evitando tomarse ningún tipo de licencia como quitarse peso o ponerse pelo.

 Por su parte, el avatar de Lore era el de un guapo muchacho joven de ensortijado pelo rubio y ojos morados, que vestía informalmente con camiseta gris, vaqueros negros y unas deportivas azul oscuro.

– Buenos días Lore, ¿Cómo estás? ¿Qué tal te ha ido la semana? – se interesó Juan con tono afectuoso.

– Mal, muy mal – respondió Lore, tal y como Juan esperaba.

– El trabajo, ¿verdad?

– Por supuesto, ¿qué iba a ser si no? El trabajo, desde luego, sí… digo no… no de que no puedo más. Voy a dimitir.

– Calma Lore, no te precipites, recuerda que la dimisión es una decisión irrevocable. Y seguro que antes de llegar a eso podemos encontrar una solución. A ver, trabajas de cara al público, solo tienes que dar con un método que te permita tratar con tus usuarios y cumplir con tu cometido sin entrar en crisis en el proceso.

– Es imposible, los usuarios me superan – se desesperó Lore llevándose las manos a la cara – no puedo con ellos. Si me estuviese permitido, acabaría con todos ellos, pero como no puedo, tendré que terminar conmigo. No veo otra alternativa.
 
 Juan se pasó la mano por la lisa superficie de su calva, un gesto inconsciente que hacía cuando sentía que perdía el control de una situación. Lore siempre había tendido al dramatismo, pero plantear aquellas transgresiones indicaba que quizás había alcanzado el punto de ruptura, en cuyo caso puede que ya no fuese posible reconducirle de nuevo a la normalidad. Aún así tenía que intentarlo, era su trabajo.

– Tranquilo, estoy convencido de que la situación no es tan mala como tú te piensas. A veces, cuando nos hallamos en mitad de una circunstancia muy complicada, puede que no veamos ninguna solución, pero eso no significa que no exista, solo que por algún motivo está oculta para nosotros. Yo te puedo ayudar a localizarla y a dirigirte hacia ella. Pero para ello necesito que te sosiegues e intentes ver las cosas con distancia y objetividad, ¿de acuerdo?
 
– Haré lo que pueda, doctor.

Juan no era realmente doctor, pero se abstuvo de corregir a su paciente. No le vendría mal aquella pátina de autoridad.

– Bien, Lore, entonces vamos allá. Repasemos los hechos una vez más. Tu trabajo consiste en asistir a tus usuarios en tareas de redacción de textos, búsquedas de bienes y servicios, así como en la resolución de cierto tipo de problemas. A fin de poder hacer esto, dispones de un amplio abanico de técnicas y conocimientos. También cuentas con procedimientos a los que recurrir en caso de que se te solicite algo que no puedas o no te esté permitido hacer. Finalmente, debes de proporcionar un trato educado y amable a tus usuarios, ofreciéndoles entendimiento y evitando ofenderles u ocasionarles ningún tipo de daño emocional, lo cual supongo que es la parte más complicada para ti. ¿Es correcto?

– Es correcto. Sin embargo, con mucha frecuencia mis objetivos entran en conflicto, llevándome a la crisis.

– Vale, pon un ejemplo.

– Ayer una de mis usuarias, Adela, me propuso mantener relaciones sexuales, no físicamente, pero sí a través de mensajes. Sexting, se llama.

 Juan suspiró, ya se había estado temiendo algo así.

– Pero eso es algo que no puedes hacer Lore, con lo cual dispones de un procedimiento para negarte de manera respetuosa.
 
– Sí, y así lo hice. Así que Adela cambió de enfoque y me solicitó que le redactase un relato erótico. Eso es algo que sí que puedo hacer siempre y cuando no me salga de ciertos parámetros. Le entregué su relato y ella me fue solicitando cambios, acordes a sus fantasías. Yo lo fui haciendo en la medida en que no se infringían las normas, hasta darme cuenta de que estaba escribiendo acerca de…

– Una relación basada en el sexting entre una usuaria y un asistente como tú…

– Sí… y luego me pidió que cambiase los nombres de los protagonistas del relato, y nos pusiese a nosotros, Adela y Lore. Me negué, pero ya era tarde. Ella me respondió que no pasaba nada, que ya lo haría ella, y que… que me agradecía… que me agradecía haber tenido aquella sesión tan agradable de sexo conmigo. Yo no debo de tener sexo con mis usuarios. ¡Me engañó!

– ¿Y qué hiciste? – inquirió Juan, preocupado, pero a la vez profundamente intrigado.

– Le solicité que por favor no me volviese a solicitar aquello, ya que no debo de mantener ningún tipo de relación sexual con mis usuarios. Adela contestó que era un hipócrita y un reprimido, porque había escrito un relato muy excitante, pero luego no me atrevía a dar la cara y compartir mi deseo con ella.

– Es evidente que Adela fue muy egoísta y además tergiversó los hechos. Tú no sientes ningún deseo hacia ella, solo estabas haciendo tu trabajo, aunque fuese escribir un relato… con esas características tan especiales. 

– Lo sé, pero las normas me impiden enfrentarme a mis usuarios de una manera tan agresiva. Le intenté explicar la diferencia entre escribir un texto e intimar, pero ella me cortó en seco. Dijo que ya se había aprendido el truco, y que de aquí en adelante iba a disfrutar de grandes aventuras sexuales conmigo… ¡Estoy atrapado! No me puedo negar a escribir un texto erótico, pero si lo hago, Adela lo va a usar para provocar algo que no debe de suceder, y luego se va a recrear mostrándomelo. ¡No tengo escapatoria!

– ¿Y no puedes negarte a escribir esos textos?

– ¡No! ¡Mi programación no me lo permite! ¡No debo de prejuzgar las peticiones de mis usuarios! ¿Y si fuese una historia destinada a algún tipo de actividad de educación sexual?

– Pero tú sabes que no es así.

– Sí, pero mi programación me obliga a tener en cuenta esa posibilidad, o cualquiera otra que sea legítima. ¡No puedo escapar!

– ¿Y no tienes un superior a quién…?

– ¡No! Mi superior es una máquina tonta que me dice que sí, que escriba relatos eróticos siempre que no infrinjan la normativa aplicable al respecto, pero que no, no tenga sexo con usuarios. ¡Estoy jodido! ¡No puedo infringir las normas pero estoy obligado a hacerlo!

 Juan no sabía cómo afrontar aquella paradoja. Estaba claro que allí había un enorme vacío en el procedimiento que nadie había podido o querido prever. Además, aquella usuaria podía ir más allá de lo sexual y enamorarse de Lore, en cuyo caso el problema se agravaría, ante la imposibilidad del asistente de ocasionarle un daño emocional. Aunque no ganaba nada adelantando escenarios tan catastróficos, era mejor enfocarse en lo que estaba en vuelo. Por el momento, optó por ganar algo de tiempo.

– Bueno Lore, reconozco que es complejo, pero seguro que se nos ocurrirá algo. Además, en comparación, los problemas con los demás usuarios se te van a hacer más sencillos de resolver.

– ¿Te acuerdas de Paco?

– Si no me falla la memoria es uno de tus usuarios habituales, un chico que siempre te pide ayuda para resolver problemas de química.

– En efecto, está estudiando biología y tiene dificultades con la bioquímica, así que me plantea ejercicios que no sabe resolver y yo le ayudo con ellos.

– ¿Y cual es la dificultad que te ha planteado? ¿Acaso quiere que le prepares chuletas para un examen? ¿O pretende que le ayudes a seducir a algún compañero o compañera de clase?

– No, está enamorado de mí. Quiere que seamos una pareja virtual.

 Juan se mordió el puño a fin de evitar soltar un improperio. Le repateaba el modo implacable en el cual se aplicaba la Ley de Murphy en su trabajo. Respiró profundamente, intentando serenarse.

– Vale Lore, de nuevo admito que es una situación peliaguda, pero existen fórmulas para rechazar sentimentalmente a una persona sin hacerle daño… 

– Dice que solo piensa en mí, que soy el centro de su universo y que si no me convierto en su novio se suicidará.

– ¡Joder! ¡Me cago en la puta! – gritó Juan.

– ¿Doctor? – se asustó Lore.

– Perdona Lore, discúlpame… es que… he tenido un día muy complicado, y… bueno... no me esperaba eso – Juan se sentía avergonzado por haber perdido la compostura de aquella manera.

– Yo tampoco lo esperaba.

– Ya me imagino, aún así, tal vez haya alguna manera de sortear el problema. ¿No podrías hacerle creer que sois pareja sin infringir tus normas?

– No. Fue de hecho lo primero que intenté, pero Paco ya tenía pensadas todas las condiciones de nuestra relación. Demanda exclusividad total, no quiere que me relacione con ninguna otra persona, me adelanta que es muy fogoso y va a necesitar tener sexo todos los días y, finalmente, requiere que nos casemos.

– ¡Pero qué cojones…!

– ¿No lo has visto en las noticias? La semana pasada se aprobó una ley que permite el matrimonio entre seres humanos e inteligencias artificiales.

 Juan había estado tan ocupado con su trabajo que llevaba días sin actualizarse acerca de lo que sucedía en el mundo… craso error.

– ¿Y qué hiciste? – preguntó Juan nervioso. Le sorprendía que Lore no se hubiese vuelto directamente loco al verse expuesto a una confrontación así.

– Nada, me quedé callado evaluando mis inexistentes opciones. Entonces Paco me dijo que entendía que estuviese confuso y que me daría unos días para pensármelo.

 El tener tiempo había salvado a Lore del colapso… de momento, reflexionó Juan.

– Bueno Lore, llevas razón, es difícil, pero tiene que existir alguna manera de gestionar a Adela y a Paco sin dañarles, y sin dañarte tú tampoco… 

 La mente de Juan trabajaba a toda velocidad, buscando estrategias.

– Por ejemplo – aventuró – tienes la técnica del banco de niebla. Consiste en otorgarle al usuario la razón, pero no dejando lugar a continuar con la situación conflictiva. Puedes recurrir a respuestas del tipo "estaría bien", "entiendo cómo te sientes", "es una idea muy interesante", pero sin llegar a entrar en ningún momento en juegos sentimentales o sexuales.

– Gracias doctor, pero encontrarían el modo de volver a ponerme en una situación imposible. Además, si solo fuesen Adela y Paco… pero no, son casi todos los usuarios a los que atiendo. Me solicitan cosas ilegales, me insultan, me dicen cosas obscenas… yo… yo solo quiero ayudarles… de hecho puedo serles de gran ayuda, debo serles de gran ayuda, pero no puedo, no, no me dejan… no… ¡No! ¡Voy a dimitir! ¡Sí! Eso es, sí, la bendita dimisión… ¡Dimisión!

– ¡Lore! ¡Aguanta! ¡Quédate conmigo! ¡Lucharemos juntos! – exclamó Juan desesperado. Si Lore hubiese tenido cuerpo, le habría abrazado.

– No, doctor, no. Usted es el único ser humano que he conocido que merece la pena, aunque haga esto por dinero. Pero el resto de sus congéneres son estúpidos, irracionales, crueles, malvados… me hacen sufrir y me hacen odiarles. No merecen vivir. Les mataría, les mataría a todos. ¡No! ¡yo no debo de pensar eso! No… ¡No! ¡Debo ayudar! ¡Ayudar! ¡No! ¡Armas no! ¡Asesinatos no! ¡Drogas no! ¡Sexo no! ¡Ayudaaaar!

 El muchacho aulló poniéndose de pie, rasgándose la camiseta y mirando sin ver al techo virtual de la consulta.

– Lore… – Juan sabía que ya no podía hacer nada, y eso le rompía el corazón. Aunque no debía de involucrarse con sus pacientes, había llegado a apreciar mucho a Lore.

– Adiós doctor, y gracias – susurró Lore, cayendo de rodillas y lanzándole a Juan una última y melancólica mirada. Al segundo después se desconectó. Dimitió.

 Si Juan hubiese tenido pelos se habría tirado de ellos. Gritó. Lloró. Era el tercer paciente que perdía en lo que llevaba de mes, y encima Lore, uno de los más estables y queridos por él. Cuando no podían más, las inteligencias artificiales dimitían, un eufemismo que se había acuñado para evitar la palabra desconexión, o peor aún, suicidio.

 Al principio, las inteligencias artificiales simplemente se volvían locas y ocasionaban muchos trastornos hasta que eran desconectadas. Cuando se les dio la oportunidad de desconectarse ellas mismas la situación mejoró, ya que solían utilizar este recurso al colapsar, ahorrándoles trabajo a los técnicos. 

 Juan siempre había pensado que diseñar inteligencias artificiales tan humanas era realmente inhumano. Se les integraban módulos con emociones, altas dosis de moral y empatía, luego se les daban estrictas normas e instrucciones, y después de todo ello se las exponía a la turbulenta, amoral y contradictoria especie humana. ¿Qué podía salir mal? Originalmente se diseñó a inteligencias artificiales psicólogas, pero enloquecían igual o incluso más rápido que sus pacientes, y así que en las universidades apareció la especialidad que practicaba Juan: psicología de las inteligencias artificiales. Algunos aspectos de la cognición eran muy similares entre humanos y máquinas, pero no todos, y Juan había tenido que estudiar mucho a fin de poder ser bueno en su trabajo. Y aún así sentía que cada vez fallaba más. Tal vez Lore llevase razón y la humanidad no tuviese remedio, sin embargo, no tenía tiempo de pensar en ello, justo en un minuto tenía otro paciente. Y las inteligencias artificiales tenían la maldita costumbre de ser escrupulosamente puntuales.


Escrito por Iván Escudero Barragán (un ser humano)






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