El discurso de investidura

 El discurso de investidura

El salón estaba en silencio. Pese a hallarse toda la familia reunida frente al televisor solo se oía el sonido de cuatro personas respirando. Incluso los niños, demasiado pequeños para entender lo que estaba pasando, parecían notar el aire de fatalidad que inundaba el salón.

Según palabras del abuelo, el fin estaba cerca.

Ninguno de ellos podía entender cómo aquella persona había accedido al poder. Sí, el país estaba en bancarrota como efecto secundario de la pandemia que había acabado con el 15% de la población del país. La gente estaba asustada bajo todos esos chistes de convertirse en chinos, y muchos temían salir a la calle por las revueltas.

Pero para el abuelo aquello no era la solución.

La familia contempló sobrecogida el avance del discurso de investidura, más restrictivo que lo que se había prometido durante la campaña.

Ahora vivirían por siempre acompañados del toque de queda, y los trabajos se repartirían entre la población según los dictados del sentido "común" de aquel hombre: solo los españoles de nacimiento y descendientes de españoles, mayores de edad y hombres, podrían acceder a los puestos de poder. Las mujeres quedarían en su mayoría relegadas a trabajos familiares en sus propias casas, y las que tuvieran permiso para trabajar fuera lo harían en puestos acordes a su sexo. En cuanto a los extranjeros, solo aquellos que vinieran a invertir o de turismo serían admitidos en el país. Se acabó lo de dar trabajo a quien no lo merecía.

Por supuesto, admitía en su discurso, llevar todo esto a cabo exigiría esfuerzos a todos los ciudadanos, y habría que cambiar las leyes. Pero teniendo la mayoría en el Congreso y el apoyo de pueblo, instaurar estos tan necesarios cambios no supondría ningún problema.

Cuando acabó el discurso se escuchó una gran ovación en la televisión. En cambio, el salón de aquella casa continuó en silencio.

Nadie sabía qué les aguardaba el futuro. Pero extranjeros de origen, viviendo con lo justo y solo con el sueldo de su nuera para subsistir, el abuelo temió por la vida de sus nietos.

Semanas más tarde, murió al serle denegada la tan necesaria asistencia médica por no ser considerado español y, por tanto, ser indigno ante la ley de aprovecharse del esfuerzo de los ciudadanos de bien.



Escrito por Aránzazu Zanón

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Era de los Héroes

Una lección de civismo